ORACIONES Y TIEMPOS LITÚRGICOS HISPANO-MOZÁRABES
Pascua. Comentario a las lecturas del Tiempo Pascual |
Pascua
La lectura del libro del Apocalipsis de este domingo de la Ascensión tiene un significado que podría ir más allá de lo doctrinal y ser expresión de la práctica litúrgica del rito visigótico. Cuando hablamos de Cristo que asciende al Padre siempre nos preguntamos si nos ha dejado solos. El trono vacío en la iconografía cristiana de los primeros siglos parece hacerse eco de esa ausencia que, desde la perspectiva del capátulo cuarto del Apocalipsis, es también presencia. La iconografía del trono también alude al trono terrestre, la cátedra episcopal. Como han hecho algunos investigadores 1, la cátedra situada al fondo del ábside de las iglesias hispanas, hacia la cual se tenían que dirigir necesariamente todos en la anáfora, es una expresión de esa ausencia-presencia y, a su vez, del carácter icónico del ministerio sacerdotal 2. La ausencia corporal de Cristo en el evangelio es garantía de la presencia del Espíritu Santo: porque si no me voy, no vendr� a vosotros el Paráclito. Del mismo modo, el que preside la eucaristía es a quien se le ha encomendado ser dispensador de la gracia del Espíritu por medio de los signos sacramentales de la Iglesia. Si el tema de la primera lectura era la doxología de la humanidad redimida -Santo, santo, santo-, la literalidad del evangelio de hoy nos invita a comprender cómo el Espíritu Santo nos revela que nuestro verdadero lugar est� con Cristo resucitado. Esto, que debería suponer nuestra alegría, no evita la tristeza del tiempo presente. Confiados en que nuestra tristeza se convertirá en gozo, no debemos olvidar los sufrimientos de aquellos que no viven según los bienes de allá arriba, donde est� Cristo Jesús (Col 3,1). Cristo asciende llevando una multitud de cautivos como Rey de reyes. El psallendum deja claro el sentido del trono de Cristo y de la misma primera lectura, que nos presenta una sala del trono y un espacio cultual. Los ancianos est�n vestidos con vestiduras blancas, del mismo modo que los dos hombres vestidos de blanco del Apóstol de hoy. Todos ellos representan nuestra vida futura. Unos nos invitan a entonar el canto celeste, mientras que otros a no quedarnos mirando al cielo. Conscientes de nuestra vocación celestial, toca ahora ser testigos del Resucitado hasta los confines del mundo.
La segunda lectura de este año II es la misma que el año pasado. Según el parecer de la mayoría de los exégetas, esta lectura es continuación del evangelio proclamado hoy. Desde el punto de vista de la cronología de la vida de Jesús es evidente. Esto nos invita a comprender mejor cómo se estructura la lectura litúrgica de la Sagrada Escritura. No se trata solo de pasar del Antiguo al Nuevo Testamento. Si en el Antiguo Testamento encontramos figuras -arquetipos- de la realidad de es Cristo -tal y como nos la transmiten los evangelios-, en el Nuevo Testamento y en la vida de la Iglesia nos encontramos con imágenes de esa realidad que es Cristo 3. Por eso los escritos apostólicos no solo son explicitaciones el evangelio, sino que ellos mismos nos transmiten la idea de que el tiempo de la Iglesia no es todavía la consumación en la gloria. Hasta que no ascendamos con Cristo no comprenderemos plenamente las Escrituras. Con respecto a la lecturas de hoy podemos ver cómo la pregunta de los apóstoles sobre la restauración del reino de Israel tuvo propiamente su respuesta mucho antes con el saludo de Cristo: paz a vosotros. Solo la paz de Cristo es capaz de reunir a los hijos dispersos. Al ascender, Cristo bendice a los que se quedaban todavía en este mundo. Por ello, la liturgia hispana sitía la paz antes de la anáfora -solo con la paz que Él nos da podemos alcanzarle- y de paso lo hace con un gesto epicl�tico: «El sacerdote extiende las manos sobre el pueblo y dice: La gracia de Dios, Padre todopoderoso, la paz y el amor�� 4. Entre Profecía y Evangelio encontramos otro aspecto importante de la liturgia mozárabe. En 2Re 2 se hace alusión al espíritu que recibe Eliseo de Elías antes de ser elevado al cielo. Bien se podría entender como una alusión al Espíritu Santo que Cristo anunciaba en el evangelio del año pasado. Pero en el evangelio de Lucas de hoy no se habla del Espíritu. Él no es el encargado de aclarar el sentido de las Escrituras, sino el mismo Cristo: les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Del igual forma, aunque en la actualidad asociemos la bendición a la acción del Espíritu Santo, en las antiguas anáforas no se le mencionaba explícitamente. El agente de la bendición solía ser el Padre -como en el canon romano- o, como es frecuente en el rito hispano, el mismo Cristo, a quien también se dirige la oración de la asamblea. Los cristianos del antiguo rito hispano se orientaban litúrgicamente no solo hacia el trono vacío -como hemos visto en el año I- sino hacia el Sol naciente cuya luz entraba abundantemente por la ventana del ábside. Por eso el psallendum de hoy lo recuerda: ascendió sobre los cielos de los cielos hacia oriente. Desde el mismo lugar al que se fue volver�, como nos lo recuerdan los ángeles de la segunda lectura.
Dentro de la relación que suele haber entre primera lectura y evangelio la selección de hoy parece recorrer un camino distinto: el evangelio de Marcos nos presenta un exorcismo mientras que la profecía vuelve sobre la doxología eterna. Pero visto desde el contexto del tiempo pascual hispano-mozárabe todo adquiere su sentido propio, pues el evangelio étermina con la advertencia sobre la plegaria y el ayuno para vencer al diablo, pericopa que puede entenderse muy bien como anuncio de las letanías llamadas �apostólicas» que tendr�n lugar la semana siguiente [días penitenciales antes de Pentecostés]� 6. Para formar parte del cátus celeste debemos tener fe en nuestro caminar terreno, pero también ella nos da la fuerza necesaria para vencer al mal. Además, la fe da autoridad a quien la proclama, no solo en la lucha contra el diablo sino sobre todo a la hora de dar testimonio en un ambiente hostil (cf. Hch 7). El ayuno y la oración se agregan en el texto evangélico -según la opinión de los exégetas- para justificar el fracaso del exorcismo apostólico. La fe da autoridad pero también da conocimiento acerca de Dios. No solo permite desenmascarar a los espíritus contrarios a Dios que pretenden recibir culto de los hombres 7, sino también reconocer la facilidad que tiene el ser humano de caer en la tentación. Por eso la segunda lectura nos habla de cómo los habitantes de Listra confunden a Pablo y Bernab� con Hermes y Zeus, pues no comprendían que sus milagros no eran obra suya sino del único Dios. El error pretérito de adorar espíritus iba a empeorar con la deificación de dos singulares cristianos, por lo que a la confusión inicial debe imponerse la predicación acerca del Dios creador. El canto laudes alude al poder del Padre que eleva a Cristo a su diestra. En este sentido deberíamos recordar la frase de Santiago: �todo don perfecto viene de lo alto, del Padre de los astros» (Sant 1,16). Al acercarnos a Pentecostés, la consideración acerca de Dios como único y creador nos abre también a la contemplación de su providencia y gobierno divinos. A pesar de las infidelidades y rebeldías, el plan del Señor subsiste por siempre (cf. Sal 32,11). Por medio de la fe comprendemos mejor a Dios y su creación.
La Profecía de hoy retoma parte de la proclamada el día de la Ascensión en el año I. En este caso, la atención se centra en el carácter doxológico de la vida futura, siendo ese el tema con el que el psallendum responde a esta lectura. La alabanza a Dios por ser el creador es uno de los temas de las illationes de la plegaria eucarística hispano-mozárabe. El otro tema recurrente es la redención traída por Cristo. En este sentido, Profecía y Apóstol son como una illatio, donde la primera representa la acción de gracias al Creador y el segundo la gracia recibida del Redentor. Para ello se escoge un texto de Efesios que habla del descenso de Cristo a los infiernos y su ascensión, llevando consigo una serie de cautivos: los justos que desde Adán esperaban la venida del Mesías. Quedaron justificados precisamente por su fe y esperanza en la venida de Cristo, no solo al mundo terreno sino también al inframundo en el que se encontraban. Desde esta visión de la salvación de la humanidad anterior a Cristo comprendemos mejor la sentencia del evangelio: El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer ser� condenado. En este sentido, la realidad salv�fica de los muertos antes de Cristo no es muy distinta de la nuestra, pues la fe es necesaria para la salvación. La fe como tema pascual entra en consonancia con lo específico de este tiempo: ser una gran catequesis mistag�gica a los ya bautizados. Pero también nos invita a aproximarnos al Espíritu, pues la fe es un don de Dios. Por eso no nos debe extrañar que sea un tema recurrente en la Pascua, especialmente en las lecturas de los dos años de este domingo. El evangelio de Marcos nos recuerda el sentido de los milagros en los tiempos apostólicos. Es lo que la teología cl�sica denominaba pr�ambula fidei: los milagros -y la profecía- pueden ayudar a la fe, pero no lo causan. En este caso, los milagros y demás señales eran la forma en que el Kyrios glorioso confirmaba con su poder la predicación apostólica. En la línea de la Carta a los Hebreos, se nos presenta aquí a un Cristo providente, que no abandona a su Iglesia sino que continía asistiéndola con su poder. ¿Cómo no ver aquí la relación entre Cristo resucitados y los sacramentos? También ellos son signos, no de los apóstoles sino de sus sucesores y colaboradores. Ellos obran el mayor de los milagros: desde el perdón de los pecados hasta los dones del Espíritu. Bajo el velo de los signos la autoridad y fuerza de Cristo sigue presente en su Iglesia.
El viernes y sábado antes de Pentecostés tienen un tinte penitencial, lo mismo que las Letanías antes de san Cipriano (13 de septiembre) y antes de san Mart�n (10 de noviembre). Con estas ferias el nuevo calendario recoge la antigua práctica de prepararse penitencialmente antes de un día señalado. En el caso de Pentecostés se trata de dos días. El carácter penitencial de estos días apenas se aprecia en la liturgia de la palabra. Tanto el viernes como el sábado (año I) limitan al psallendum esta nota: la petición de la misericordia ante los pecados cometidos este viernes y la súplica por el perdón mañana. También en estos dos días se aprecia una continuidad no entre profecía y evangelio sino entre profecía y apóstol. Si san Pablo nos recuerda que el hombre nuevo ha sido creado en justicia y santidad verdaderas, Isaías nos invita a buscar la justicia. El don se convierte en tarea. Defender al huérfano y proteger a la viuda se convierten para los cristianos de Éfeso en dar al necesitado, dejar de robar, moderar las palabras y abrazar la verdad. En eso consiste la verdadera imitación de Cristo. Si pedimos misericordia en el psallendum es porque la hemos practicado. El canto responde a la primera lectura. Y si pedimos es porque, parafraseando a la Carta a los Hebreos, tenemos un sumo sacerdote que se compadece. El evangelio de Mateo de hoy nos dice que Jesús tenía lástima del hambre de la gente. El ayuno del cristiano mozárabe no solo es muestra de su arrepentimiento sino también pretende suscitar la misericordia divina. Mover a la generosidad a ese Dios impasible pero no inmisericorde, tal como lo recordar� siglos después san Bernardo: Impassibilis Deus, sed non incompassibilis 5. La multiplicación de los siete panes y los peces, con su connotación eucarística, nos invita a descubrir su misericordia por medio de los sacramentos, expresión de su compasión y cercanía.
El Espíritu sopla donde quiere, pero lo hace según un plan, el plan divino. Los setenta ancianos del libro de los Números reciben el espíritu que poseía Moisés para poder profetizar, est�n en la tienda del encuentro o en el campamento. Lo mismo pasa en el libro de los Hechos gracias a la imposición de las manos de san Pablo: desciende el Espíritu Santo y los neófitos comienzan a profetizar. Sin embargo, hay notables diferencias entre ambas lecturas. En la profecía, Moisés debe ceder parte del espíritu que pose�a para d�rselo a los ancianos. En el caso de san Pablo, Él es solo un instrumento del inagotable poder del Espíritu Santo. La respuesta litúrgica y con tu espíritu, común a todas las liturgias, recibe en los Padres de la Iglesia una explicación que comparte el sentido de la primera lectura: el espíritu recibido el día de la ordenación. Pero a diferencia de Moisés, el sacerdote o diácono no ve mermado su �espíritu� sino que dan aquello que no es suyo. Otra diferencia importante es el hecho de que la reunión en asamblea tiene un papel fundamental en Números pero en Hechos es el mismo Espíritu. El bautismo de conversión de Juan Bautista se muestra insuficiente, cuestión que en este día penitencial podemos interpretar diciendo que la contrición no tiene sentido si no es preludio del don del Espíritu Santo en nosotros. La conformación del Pueblo de Dios en el Antiguo Testamento es preludio de la nueva realidad en Cristo, del mismo modo que el bautismo de Juan lo es del sacramento del agua y del Espíritu. Para ver a Dios debemos recibirlo, tal y como le dice Jesús a Nicodemo. El fin último del hombre es Dios, por lo que el evangelio de Juan nos habla de la presencia incoada de la Trinidad en los que han renacido. El que ha nacido del Espíritu, como el viento, no se sabe de dónde viene ni a dónde va» pero sin duda procede de Dios y a Él ha de volver. Para ello debe fijar sus ojos en la cruz de Cristo, del mismo modo que los israelitas en la serpiente de bronce que Moisés elev� en el desierto. La relación Moisés-Cristo que recorre las lecturas nos descubre cómo el Espíritu Santo revela progresivamente el designio divino y aumenta sus dones hasta llegar al tiempo de la Iglesia.
Con el término �espíritu� se designa una serie de realidades invisibles. El espíritu del hombre, el Espíritu Santo, los ángeles. Con san Buenaventura encontraremos una asociación de todos estos conceptos en una única naturaleza, casi como un preludio de la univocidad del ser que har� famosos a varios teólogos franciscanos. Pero el canto del psallendum, con su alusión a los ángeles -llamados espíritus mensajeros y también serafines- nos permite comprender mejor las diferencias. Estos espíritus y el Espíritu son enviados, pero solo este último puede habitar en nosotros. En Isaías est� sobre el que evangeliza, el que anuncia la buena nueva de salvación. Gracias a Él puede cambiar su ceniza en corona�su traje de luto en perfume de fiesta, es decir, el que hace penitencia recibir la gracia divina. No solo el Espíritu de Dios se diferencia del espíritu de los hombres, sino que también los hace distintos. En su primera carta a los Corintios, san Pablo no solo recuerda que la confesión de fe en Jesucristo depende de la acción del Espíritu Santo sino que es Él mismo quien da forma a la comunidad cristiana. El texto que hemos leído no nos habla de la importancia de cada uno de esos dones espirituales presentes en la Iglesia -lo har� 1Cor 12,28- sino que nos habla de la universalidad en Cristo: en la Iglesia las distinciones del mundo -judíos o griegos, esclavos o libres- quedan inoperantes. La fraternidad es la nueva realidad entre aquellos que confiesan a Jesús como Señor. Gracias a que el Espíritu habita en nosotros podemos apropiarnos de la Revelación de Jesucristo. Más que el alma, el Espíritu Santo se convierte en memoria de la Iglesia, ya sea como principio hermenéutico de la Escritura o como agente del memorial litúrgico.
Como decíamos en el sábado predecente (año II), hay una diferencia fundamental entre los espíritus al servicio divino y el Espíritu. De ah� que hoy vuelva este tema a propósito de la primera lectura: Juan se postra ante el ángel que inspira a los profetas, pero éste le advierte que es compañero, no dios. La relación entre el Espíritu Santo y los ángeles ha quedado sin desarrollar en la teología cristiana. En esta lectura, especialmente con el versículo final -el Espíritu y la Esposa dicen �ven»-, se expresa la asistencia conjunta de los espíritus y del Espíritu. Los ángeles asisten a los profetas, mientras que el Espíritu Santo mueve a los bautizados -la Esposa, es decir, la Iglesia- a suplicar la venida gloria de Cristo al final de la historia. Los cristianos no solo se han purificado por el primer sacramento, sino que también han obtenido la ciudadanía celeste. Por eso pueden entrar por las puertas de la ciudad santa, la nueva Jerusalén. En el evangelio Jesucristo nos dice que poseemos el Espíritu: vive en nosotros y le conocemos. Por esta inhabitación podemos invocar al Padre y al Hijo, pero también al mismo Espíritu Santo. En las oraciones de la misa de hoy vemos cómo la oración del celebrante principal no se dirige solo al Padre -alia, illatio, completuria- y al Hijo -post nomina, ad pacem-, sino muy especialmente a la tercera persona de la Trinidad -oratio post gloriam, post pridie, ad orationem Dominicam, benedictio-. Ese Espíritu habita en la comunidad cristiana, pues es ella su principal destinataria. Las palabras de Judas Iscariote, que bien podrían ser las de muchos que no comprenden la singularidad de la Iglesia como realidad salv�fica, apuntan a una universalidad carente de sentido. Jesucristo se muestra a los que los aman. Puesto que nadie puede amar lo que no conoce, solo por medio del Espíritu Santo que actía en los sacramentos de la Iglesia conocemos a Cristo y ahondamos en su conocimiento. No solo es memoria de la Iglesia, sino que el Espíritu es el camino a Cristo, el único mediador, el principio y el fin. De ah� que hayamos suplicado en el psallendum que el Padre env�e su Espíritu. La segunda lectura es la misma para los dos años. Nos narra el acontecimiento de Pentecostés, tema propio de este día. El milagro de Pentecostés no es una lengua ininteligible, sino que cada uno de los que recibieron el Espíritu Santo fueron capaces de hablar una lengua humana espec�fica. No se trata de espectículo o de locura transitoria, sino de la acción del Espíritu que posibilita lo profetizado en Joel: todos serán capaces de profetizar. Cada uno los escuchaba en su propia lengua, deshaciéndose la división de las lenguas de los hombres acontecida en Babel. El Espíritu se convierte así es signo de comunión y unidad. Ésta no es sinónimo de mera uniformidad. Por ello el rito hispano hace uso en el ordo missæ de palabras griegas 8, pues griego y latín eran las dos lenguas habladas mayoritariamente por los cristianos de la Iglesia antigua 9.
La lectura apostólica de este domingo es la misma que en en año I. En ella se hace alusión a una profecía de Joel, que leemos este año. Si el Espíritu Santo derrama sus dones específicos y singulares en el colegio apostólico, la gracia es común a los hijos de la Iglesia. Ellos, como los israelitas antaño, profetizarán todos por igual. Resuenan así las palabras de san Pablo: ¡ay de nosotros si no evangelizamos! (cf. 1Cor 9,16). Si hay dones del Espíritu que en varones concretos significan la presencia de Cristo cabeza en su Iglesia, los dones recibidos en el bautismo y la confirmación nos hacen ser testigos del Resucitado. Si el mundo puede inducir al temor, Joel anuncia el gozo y la alegría de la presencia del Señor en medio de su pueblo. Esa alegría se produce no por una falsa seguridad, sino por la acción del mismo Espíritu Santo. Así lo recogen los himnos del Breviario G�tico para este día 10. Ante la acusación de ebriedad que tiene que desmentir san Pedro, el mismo Breviario recoge un himno que habla de la «sobria ebriedad� del Espíritu 11. Él proporciona seguridad, confianza en el cristiano, de forma que pueda predicar a Cristo con audacia. Por eso el psallendum alude al Espíritu principal, lo mismo que el canto laudes del domingo del año I. De hecho, ambos cantos se intercambian entre los dos años, haciendo que la asamblea responda a la profecía y al evangelio de forma sapiencial. El evangelio de este año est� conformado por un conjunto de versículos que nos vienen a transmitir la importancia del Espíritu para conocer la verdad plena, esa que procede del Padre justo y santo. Pero no todo se limita al conocimiento, sino que se conjuga con la contemplación de la gloria. Ésta, que en la Sagrada Escritura se identifica con Dios mismo, es también manifestación de su poder. La verdad y la gloria no son ideas, son realidades que debemos descubrir en el mundo actual y en el mundo futuro. La gloria divina precede la creación del mundo y subsiste a Él. Además de la gloria, Jesucristo habla del poder que tiene de dar vida eterna a aquellos que el Padre le ha confiado. Con esto se da la necesaria orientación escatológica a la acción del Espíritu Santo, pero también nos recuerda una costumbre mon�stica visigoda: la de rezar por todos los difuntos el lunes después de Pentecostés 12. Notas:
1 «Multitud de referencias documentales nos
informan de diversas ceremonias que exigían un espacio entre el altar y
el muro del fondo del ábside. El espacio requerido, evidentemente,
variar� según se trate de iglesias episcopales, principales o modestos
templos parroquiales. En las iglesias catedrales, para ciertas
solemnidades, el obispo se sentaba en su cátedra situada detrás del
altar [�] Esta ubicación del obispo sedente rodeado de sus presbíteros,
todos ellos detrás del altar, recuerda frente a lo que se ha dicho por
algunos investigadores, el synthronon que, como herencia de la iglesia paleocristiana,
tenían las iglesias bizantinas»: I. G. Bango Torviso, La vieja liturgia hispana
y la interpretación funcional del templo prerrománico, en J. I. de la Iglesia
Duarte (coord.), VII Semana de Estudios Medievales, N�jera, 1997, 91. |