ORACIONES Y TIEMPOS LITÚRGICOS HISPANO-MOZÁRABES
Cotidiano. Comentarios a las lecturas del Tiempo de Cotidiano |
Cotidiano
DOMINGOS DE MATEO
Primero de los «Domingos de Mateo», el primer domingo de Cotidiano nos aleja del tiempo de Navidad y nos introduce en su temática propia, el Reino de Dios, introducido en el evangelio. En este domingo se hace patente una relación estrecha entre el apóstol y el evangelio. Ambos giran en torno a la Ley veterotestamentaria. El apóstol nos habla de otra Ley, la natural, inscrita en el corazón de todos los hombres. A la ausencia de la Ley -sea de la Antigua Alianza o de la definitiva en Cristo-, la propia conciencia hace de ley: aunque la Ley les falte, son ellos su propia Ley. La Ley del Antiguo Testamento guiaba al pueblo de Israel, y por esa legislación serán juzgados. Ahora bien, Cristo no ha venido a abolir la Ley o los Profetas, sino a darles plenitud, por lo que la Ley sigue teniendo su importancia para el cristiano, aunque de una forma distinta. No basta escuchar la Ley, como dice el apóstol de este día, sino que es necesario ponerla en práctica. No se trata de una cuestión meramente magisterial -dar a conocer la Ley- sino vivirla uno mismo. La acción misionera de la Iglesia no consiste solamente en dar a conocer la Verdad, sino en enseñar a vivir según la Verdad. Ante la tentación de concebir el cristianismo como sola teología -discurso sobre Dios-, el apóstol exhorta a no olvidar la dimensión moral. La lex credendi quedará. vacía si no se expresara en obras. Y es que, precisamente, la Ley era una cuestión moral, referida al actuar humano. Con el apóstol el lector hace recordar al resto de la asamblea una fiesta cercana, la Circuncisión del Señor el 1 de enero: La circuncisión sirve ciertamente para algo si practicas la Ley, pero si la violas, tu circuncisión es como si no existiera. De este modo, la crítica paulina también abarca al culto, como en el caso del profetismo del Antiguo Testamento, mostrando que la comprensión jur�dica de la moral y el culto apartan de la salvación. Ante una concepción meramente jurisdicista de la Ley, Jesucristo va más allí de la letra: Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matar�., y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que está peleado con su hermano, será procesado. El espíritu de la Ley es lo que nos hace salir de una concepción legal de la moral. Y es también ella la que da sentido al culto cristiano: si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar© La comprensión espiritual de la Ley y los profetas nos aparta del literalismo legal, del minimalismo moral, de una comprensión rubricista el culto. Porque en juego no está una visión más o menos perfecta de la religión, sino la propia salvación, la vida, como señala el canto de laudes después del evangelio. La profecía del día, junto con el psallendum, nos transmiten que Dios es justo en su legislación, y que ha sido el pueblo de Israel el que tiene unos labios impuros. La incapacidad del pueblo de comprender la enseñanza divina contrasta con la vida del profeta Isaías, cuyos labios han sido tocados y purificados por el fuego divino. De ahí que pueda profetizar con autoridad. Los serafines, los Ardientes, son los que permiten a Isaías cumplir su cometido, y son ellos los que cantan «Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de su gloria!. La presencia del canto angélico, al que nos unimos en la liturgia después de la Illatio (prefacio), es como si nos trajera el fuego divino de los Ardientes, capacitándonos para acoger la palabra de Dios y ponerla en práctica, haciendo crecer así el Reino de Dios en el mundo.
En este segundo domingo Cotidiano, el breve evangelio continua exponiendo la fundamentación del Reino de Dios en los actos de Jesús, que vivi� proclamando el Evangelio del Reino. Esto queda de manifiesto en el versæculo 17, que no se lee: Desde entonces comenzó a predicar y decir Jesús: «Convert�os porque el Reino de Dios ha llegado». Este Reino comienza con la predicación de Cristo, con sus curaciones de enfermos, pero también con la constitución del grupo de los Doce. En texto de Mateo de este domingo recoge la elección de cuatro: los dos hermanos Pedro (Simón) y Andrés, y los dos hermanos Santiago y Juan. Los apóstoles �y, por ende, sus sucesores» son continuación histórica de la misión de Cristo de instaurar el Reino en este mundo. La profecía y el apóstol tienen una mayor continuidad con la temática del domingo I. En Is 5 se vuelve sobre la dureza de corazón del pueblo, y de cómo es justo el Señor con su sentencia. Los pecados del pueblo no quedan en una simple disconformidad con el deseo de Dios, sino que son causa de su condenación: El abismo ensancha sus fauces, dilata la boca sin medida: allí bajan los nobles y la plebe, sus tumultos y sus festejos. En cierto sentido, la lectura invita a la austeridad, si bien nos encontramos aún muy lejos de la Cuaresma. Esta austeridad tiene su razón de ser en el apóstol, donde se exhorta a los romanos a que no sean súbditos de los deseos del cuerpo. La profundidad del pecado la expresa san Pablo al decir que por el pecado nos hacemos esclavos para la muerte, mientras que la obediencia a los preceptos divinos a ser «esclavos» de la justicia. La relación con Is 5 está en la esclavitud del pueblo de Israel a causa de sus pecados: Por eso mi pueblo va deportado cuando menos lo piensa; sus nobles mueren de hambre, y la plebe se abrasa de sed. En el Antiguo Testamento, la esclavitud era �histórica», palpable de forma inminente, quizás por la concepción judía de la retribución divina, que miraba en esta época más al bienestar y a la fecundidad como signo de amistad con Dios. En san Pablo es más «abstracta», pero no por ello menos grave: el pecado conduce a la muerte (eterna), mientras que la obediencia conduce a la justicia. Como en el domingo I, se vuelve a contraponer la Ley mosaica a la gracia que proviene de Cristo, descartando así la concepción jur�dica judía en la obediencia de los preceptos divinos. De este modo, de la esclavitud del pecado se escapa no por méritos propios o por evitar incumplir la Ley, sino por el don previo de Dios y su correspondiente respuesta del hombre (sinergia).
Los temas de la profecía, psallendum y apóstol son semejantes a los del domingo pasado. Giran nuevamente en torno a la Ley de Moisés, como dice Jesús en el evangelio de este día. El profeta Isaías denuncia la tendencia del pueblo de Israel de llamar al mal bien y al bien mal; que tienen las tinieblas por luz y la luz por las tinieblas. Esta denuncia tiene perennidad, pues el hombre no suele reconocer que sus malas acciones son pecado, viviendo conscientemente y sin preocupación de su situación desordenada. Al contrario, prefiere engañarse a sí mismo diciendo que su conducta es conforme a la razón, al bien común o al individual. Hoy esta tendencia no se queda en el ámbito personal, sino que se extiende al social y político, cuando las leyes despenalizan conductas intrínsecamente malas. Tambión observamos esta tendencia en las ciencias del comportamiento, declarando normales algunas conductas que hasta hace unas pocas décadas eran consideradas como aberraciones. Este cambio evidencia su débil caráter de ciencia. Para Isaías no se trata sólo de una adecuación a la verdad, llamar al bien bien y al mal mal. El resultado último de este autoengaño es favorecer al culpable y negar la justicia al inocente. Pero a diferencia de los que rechazan la Ley, el Señor no muda su manera de pensar, Él es siempre el mismo: No hay cansancio, no hay tropiezo, no se acuesta, no se duerme, no se desciñe el cinturón de los lomos, no se desata la correa de las sandalias. El apóstol vuelve sobre los mismos temas del domingo II: la esclavitud del pecado y la liberación de Dios, que nos hace «esclavos» del Dios libertador. El pecado conduce a la muerte, como se dijo en el domingo pasado, pero esta vez no se habla de la obediencia a Dios sino de que Él regala la vida eterna por medio de Jesucristo, dando a entender que seguir la disposición divina no es algo complicado. El evangelio sigue teniendo en mente la construcción del Reino de Dios. Así lo manifiesta presentando dos curaciones: la del leproso y la del criado del centurión. Pero también se manifiesta el deseo de Jesucristo de cumplir con la ley mosaica, cuando insta al leproso a presentarse al sacerdote y ofrecer lo que mandí Moisés, para que conste. La fe del pagano centurión, mayor que la de los hijos de Israel sirve al Señor para reiterar, como aparece muchas veces en el Antiguo Testamento, la universalidad de la salvación: vendrán muchos de Oriente y Occidente a sentarse a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de Dios. La situación privilegiada del pueblo de Israel y que el mismo Cristo reconoce en otras partes de los evangelios, har� que estas palabras del Señor no sean aceptadas al principio con toda su amplitud por la primitiva Iglesia con la controversia de la circuncisión de los paganos. Pero el mensaje es claro: del antiguo Pueblo de Dios, el pueblo de Israel, se pasa al nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia, depositaria de las promesas de Dios y dispensadora de los medios de salvación (sacramentos) a todos los que tengan fe en Cristo.
Jacob e Israel representan al pueblo elegido en la profecía y en el psallendum. Este último reconoce que en dicho pueblo el Señor ha ejercido la justifica. Con ello se responde a la duda de Jacob en la profecía de Isaías, donde se expresa la supuesta ausencia de Dios. La profecía de este domingo continía con uno de los temas del anterior, la inmutabilidad divina: No se cansa, no se fatiga. Pero no se queda ahí. Él da fuerza a los que se cansan. En cierto modo concede la realidad divina a los hombres. Los fortalece para que no se cansen, al modo de Dios. Se puede decir que los diviniza. Y todo depende de la esperanza del hombre: Pero los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, les nacen alas como de águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse. El apóstol nuevamente se relaciona con la profecía y el psallendum, continuando su temática. La sabiduría de Dios, apenas aludida en la profecía -es insondable su inteligencia-, es ampliada en el apóstol, que proclama la inmensidad de su sabiduría, conocimiento y caminos. Esa plenitud se refleja en sus acciones ad extra, en sus decisiones en la historia de la salvación. Siendo el fundamento de todo, a Él le corresponde la alabanza. Aunque con su sentido propio en este tiempo Cotidiano, el evangelio expone la implantación del Reino de Dios en Jesucristo, pero también completa lo esbozado en la profecía: si en ésta se pedía la esperanza del creyente para participar de la fuerza de Dios, en el evangelio de este domingo se pide la fe, que es capaz de increpar las adversidades y restaurar incluso a la Creación. Tambión se hace patente la radicalidad en el seguimiento de Cristo, donde el discípulo no tiene dónde reclinar la cabeza como su Señor, y donde las convenciones sociales están de más. Este ambiente de radicalidad está lógicamente acompañado por el título que el mismo Jesús se atribuye, Hijo del Hombre, que desarrolla la apocal�ptica judía y que revela el origen celeste de Cristo y heredero del Reino escatológico. Ese Reino, que en los domingos pasados se establecía por las curaciones, ahora también se instaura por los exorcismos: con su palabra expuls� los espíritus y curí a todos los enfermos. Entre los enfermos, el evangelio destaca a uno, la suegra de Pedro, indicándonos que las bondades del Reino no son sólo las que los discípulos de Cristo logran instaurar en los demás, sino que también estas bondades se reflejan en el entorno de sus seguidores.
El evangelio de este domingo, a diferencia de las lecturas profética y apostólica, abandona la temática que se ha ido desarrollando en los primeros domingos cotidianos para exhortar a la vigilancia, con un claro trasfondo escatológico. De hecho, los exégetas llaman a estas perícopas que hoy hemos escuchado el discurso escatológico. Se podráa decir que se extrapola el radicalismo en el seguimiento de Cristo del evangelio del domingo pasado para dar las últimas consecuencias: Os entregará. al suplicio y os matar�., por mi causa os odiar�. todos los pueblos. Pero el largo texto de este día sobre todo previene contra los falsos profetas y de no dejarse engañar por falsos mesías. La parte final, con la convocación de los elegidos -de los cuatro vientos- por medio de las trompetas angélicas, nos recuerda al libro del Apocalipsis, que se lee en nuestra liturgia durante el tiempo pascual. La selección de este evangelio para este domingo puede deberse a la frase de Isaías de la profecía: yo soy el primero y yo soy el último, que también nos recuerda al Apocalipsis (cf. Ap 22, 13). Como en el domingo pasado, el profeta se refiere al pueblo de Dios bajo los nombres de Jacob y de Israel, y da un interesante matiz del hombre fiel al Señor: es su amigo, que cumple su voluntad. Además, ha sido llamado por el mismo Dios, cuestión que podemos asociar al discípulo modelo que se nos mostraba en el evangelio. En el apóstol encontramos alguna resonancia de temas de domingos pasados -discernir la voluntad de Dios-, pero también desarrolla, como el evangelio de este día, una temática nueva y propia. La vida cristiana es comprendida como un culto razonable, como una ofrenda de la propia existencia. Esta comprensión cultual de la vida cristiana (lex agendi) da un sentido distinto del cumplimiento de la palabra de Dios. De la crítica al culto vacío que encontr�bamos en el apóstol del primer domingo, pasamos a una comprensión de la vida como un culto racional, conforme al Logos. Desde esta visión litúrgica de la existencia se debe comprender la estimación moderada de uno mismo, el desapego del mundo, etc. Y es también desde esta comprensión cultual por la que debemos apreciar la multiplicidad de dones que poseen los miembros del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. La conocida imagen del Cuerpo para designar a la Iglesia debe entenderse en estas coordenadas de liturgia existencia, culto racional. Por eso el Apóstol puede exhortar a bendecir a los que nos persiguen, y no a la maldición que será lo adecuado en la mentalidad reinante. Desde una visión cultual de la existencia, los contratiempos y adversidades dan también forma a ese canto de alabanza que se expresa en el laudes después del evangelio de hoy. Como en la profecía del domingo pasado, el Apóstol nos llama a la esperanza. Así estaremos firmes en la tribulación. Pero como el culto espiritual no es una manera de llamar a la existencia cristiana sino una nueva hermen�utica, no falta el culto específicamente litúrgico en la vida del cristiano: sed asiduos en la oración.
Este es el último de los «domingos de Mateo» del tiempo Cotidiano. Como en el domingo pasado, el evangelio de hoy previene nuevamente contra los falsos profetas. Sus frutos los descubren. Pero también el evangelio de este domingo sintetiza los temas de los anteriores �domingos de Mateo» al hablar del cumplimiento de la voluntad divina para llegar al Reino de los Cielos y al resumir el valor del Antiguo Testamento en una breve fórmula: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la ley y los profetas. Las dificultades también se ponen de manifiesto con la imagen de la puerta, estrecha para los que aspiran a la salvación y ancha para los que eligen la condenación. Las demás lecturas desarrollan temas particulares, en discontinuidad con el género de cada una de ellas en los domingos anteriores. En Isaías se declara que el Pueblo de Dios -Jacob- ya ha sido redimido por el Señor, por lo que se debe huir de la situación actual -Babilonia-. El profeta se siente fortalecido con el Espíritu del Señor. Y es esa fortaleza la que justifica las duras palabras apóstol, para el que la sabiduría terrena nada vale en comparación con la Sabiduría de Dios. Se trata de una apología de la predicación, dejando de lado en esta oportunidad la dimensión específicamente sacramental: No me envío Cristo a bautizar, sino a anunciar el Evangelio. El Evangelio no se predica con palabras elocuentes, con afán de saber por saber -la sabiduría griega-. Tampoco se trata de mostrar signos, como exigían los judíos. No es la grandeza del mundo el contenido del Evangelio. Se trata del mensaje de la cruz de Cristo, fuerza y sabiduría de Dios, que es escándalo para los judíos, necedad para los griegos. San Pablo nos invita a comprender la Pasión de Cristo, aspecto fundamental del mensaje evangélico, no desde los ojos mundanos sino desde la fe. Ese momento aparentemente débil de Dios, ese aspecto aparentemente necio de Dios es de mayor fortaleza y sabiduría que cualquier cosa conocida por el hombre. El misterio de la cruz, como también el resto de la vida de Cristo, representa la paradoja de la doble naturaleza de Cristo, donde su sola humanidad puede distraernos de su verdadera identidad. Sus acciones humanas, verdaderamente humanas, encierran la salvación del género humano. Notas: 1. Sal 9,36b.5. (N. de La Ermita). |