ORACIONES Y TIEMPOS LITÚRGICOS HISPANO-MOZÁRABES
Cotidiano. Comentarios a las lecturas del Tiempo de Cotidiano |
Cotidiano
DOMINGOS DE LUCAS (I) DECIMOPRIMER DOMINGO DE COTIDIANO
Primero de los «Domingos de Lucas», hoy la Liturgia de la palabra cambia de temática general, cosa que ya había ocurrido con la interpretación �litúrgica» del domingo pasado. En este, cada lectura parece ir por su propio camino. El binomio profecía-psallendum dan una nueva visión de la Ley: ya no se trata de un mandamiento «externo», sino que desde ahora la Ley queda inscrita en lo interior de los miembros del Pueblo de Dios: Meter� mi ley en su pecho, la escribir� en sus corazones. No se trata de la «ley en los corazonesó de los paganos, de la que habla Pablo en Rm 2, 14s para referirse a la conciencia moral. Lo que aquí viene a decirse es que los mandatos del Señor no son una legislación a la que sólo se obedece pero que no tiene nada que ver con el hombre. No, se trata de que mostrar cómo la Ley est� íntimamente unida a la naturaleza del hombre, de modo que transgredir la Ley afectaría no sólo al cumplimiento exterior, sino que también aflige al hombre en su mismo ser. La dimensión interior de la Ley hace que el reconocimiento del ser divino no sea concebido como una labor de adoctrinamiento. Para ello hace falta un corazón puro: Porque todos me conocer�n�cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados. De ah� la súplica del psallendum: No me ocultes tu rostro. El evangelio sigue mostrando la instauración del Reino, esta vez de forma amplia: curaciones, exorcismos y llamada al seguimiento. Los demonios conocen la naturaleza divina de Cristo, por eso le temen. Con los exorcismos, el Señor demuestra su autoridad, a la vez que libera a los hombres oprimidos por el poder maligno. También cura a los enfermos, algunos de los cuales estaban también endemoniados, queriendo mostrar que la enfermedad y la esclavitud bajo del poder del mal son fruto de una misma cosa: el pecado del primer hombre, que trajo la debilidad y la fragilidad de todo tipo a sus descendientes. El evangelio resalta también el universalismo del Reino cuando Jesús dice que también a los otros pueblos tiene que anunciarles el reino de Dios. Toda esta exposición sobre el Reino en el texto de Lucas tiene un colofón importante: la llamada a la misión. En efecto, Pedro, Santiago y a Juan son llamados a ser pescadores de hombres, a anunciar las maravillas del Reino de Dios y a hacerlo presente en medio del mundo. La exhortación del apóstol se encamina a demostrarnos que somos propiedad de Dios, que nuestro cuerpo es como un templo de oración. Somos tempos de Dios y el Espíritu Santo habita en nosotros, lo mismo que ese mismo Espíritu habita en las celebraciones de la Iglesia. Entre otras recomendaciones, san Pablo vuelve a hablarnos de la verdadera sabiduría, no la del mundo, que es necedad ante Dios.
DECIMOSEGUNDO DOMINGO DE COTIDIANO
Nuevamente, las lecturas parecen ir por un camino propio. En el evangelio continuamos con la misión éterap�utica» de Jesús, que con sus signos instaura el Reino de Dios entre los hombres. En el texto de Lucas de hoy se nos presentan dos curaciones, la de un leproso y la de un paralítico. Entre ambas, el evangelista nos muestra que el Señor oraba en solitario: Él solía retirarse a despoblado para orar. El diálogo entre el Hijo y el Padre es modelo de todo orante. La intimidad entre Padre e Hijo es la intimidad que debe buscar aquel que se dirija al Padre o al Hijo. En efecto, en nuestro venerable rito encontramos oraciones dirigidas al Padre, cosa habitual en los ritos cristianos, pero también al Hijo, manifestando así la divinidad de la segunda persona de la Trinidad. En Pentecostés también encontraremos la oración dirigida al Espíritu Santo. La oración en la Trinidad santa es también uno de los modos de instaurar el Reino de Dios entre nosotros. Con esos espacios de oración, Jesús no cesa su misión. El texto evangélico, por tanto, no hace un alto en su narración, sino que muestra las distintas facetas de la misión. También en el evangelio de hoy vemos la vinculación entre pecado y enfermedad corporal, no porque el enfermo se encuentre en esa situación simplemente por sus pecados personales, sino porque por el pecado entró la enfermedad y la muerte al mundo. Recordemos el capátulo 13 de este evangelio que, por desgracia, no se lee en el Liber Commicus: aquellos dieciocho sobre los que cayá la torre de Siloé y los mat�, �pens�is que fueron más culpables que todos los hombres que vivían en Jerusalén? El poder de curar no es más que el de perdonar los pecados. Los letrados y fariseos lo saben. Aunque Jesús pueda curar, no con eso les demuestra su origen divino. Muchos otros hombres �de Dios» han hecho cosas semejantes. Es la autoridad divina de Jesús la que invita a creer en Él como Hijo de Dios. Profecía y psallendum muestran de forma un poco pesimista la defenestración del Pueblo de Israel: ya no se puede confiar del prójimo ni del hermano. Esta penosa situación en el seno mismo del pueblo elegido es la que ha venido a redimir Cristo. Por eso el psallendum canta: Salva a tu pueblo. Sólo el conocimiento verdadero de Dios es motivo de gloria. Esto nos recuerda las enseñanzas de san Pablo sobre la verdadera sabiduría. Sin embargo, el apóstol del día no nos exhorta a buscar la verdadera sabiduría, sino a huir del pecado. Cristo nos ha redimido y ha hecho de nuestros cuerpos templo de su Espíritu. Sin embargo, el hombre puede rebelarse ante la redención obtenida. En este caso, lo que nos aparta de la salvación que suplic�bamos en el psallendum es la fornicación. Esto forma parte de la más primigenia conducta cristiana: hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las necesarias: abstenerse de lo ofrecido a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la fornicación (Hch 15, 28s).
DECIMOTERCER DOMINGO DE COTIDIANO
La Liturgia de la palabra de este domingo gira en torno a la nueva Ley establecida en Cristo. También se habla del ministerio sacerdotal. Profecía y apóstol expresan cómo Dios mismo establece a los dirigentes del Pueblo de Dios. En la lectura de Jeremías nos dice: Os dar� pastores conforme a mi corazón, que os apacienten con ciencia y experiencia. El Apóstol nos dice que Dios os ha distribuido en la Iglesia una diversidad de ministerios, entre los que encontramos los tres más citados de la época pos-apostólica: apóstoles, profetas y doctores. Pero incluso esos ministerios que dan cohesión al cuerpo de la Iglesia est�n bajo la nueva Ley en Cristo: el amor. Esta ley es tal, que como dice la profecía de hoy: ya no se nombrará el arca de la alianza del Señor: no se recordar� ni se mencionará, no se echará de menos, ni se hará otra. El amor informa las acciones del cristiano: sin amor, ni la fe ni las limosnas tienen sentido. La entrega de la propia vida, si no es por amor, es un suicidio. Por el amor que perdona sin límites, es llamado Leví. La vacuidad de una vida sin la virtud de la caridad la expresamos en el psallendum: has sacado mi alma del sheol. El sheol, los «infiernos», tipifican aquí la nulidad de la existencia. Sólo por el amor infundido por Dios alcanzamos el camino excepcional del que nos habla el Apóstol, la unión de los pueblos divididos -Judá con Israel-, etc. Esta nueva Ley da plenitud a la Ley mosaica, aunque parezca que la deroga. La misión de Cristo no era la de convocar a los justos, sino a los que se han apartado del Reino de Dios: No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. Pero también los que se consideraban justos habían olvidado el sentido espiritual de la ley. Por eso los fariseos y letrados se escandalizan de la conducta de los apóstoles y de Jesús mismo. La Ley del amor no viene a ser un parche a la antigua Ley, sino a renovarla. Por eso dice el Señor: A vino nuevo odres nuevos. La ley del amor no esclaviza, sino que pone al hombre por encima del �s�bado».
DECIMOCUARTO DOMINGO DE COTIDIANO
El evangelio de este Domingo ofrece un código de conducta a todo bautizado: no juzgar para no ser juzgado, perdonar para ser perdonado. La reciprocidad en las relaciones, dar con generosidad para obtener, ya sea del prójimo o sólo de Dios, la bondad. También es una invitación a la moderación, a no exigir a los demás lo que no somos capaces de lograr por nosotros mismos. Desde esta exigencia moral, el culto no puede ser sino continuación/inicio de esa conducta: porque lo que rebosa del corazón lo habla la boca. ¿Por qué me invocáis: Señor, Señor, y no hacéis lo que digo? Para invocar al Señor, hay que invocarlo en justicia. La profecía de Jeremías expresa la condición del pueblo de las promesas como apostasía. La separación de Dios conduce a la infecundidad de las acciones terrenas. Vivir como si Dios no existiese es reducir nuestra vida en este mundo a la ignominia. Esta visión de la separación de Dios como apostasía encuentra su eco en el apóstol de este día: ¿Qué tiene que ver la rectitud con la maldad?, �puede unirse la luz con las tinieblas?, �pueden estar de acuerdo Cristo y el diablo?... �son compatibles el templo de Dios y los ídolos? La vida del hombre en la tierra es siempre una toma de postura frente a Dios, porque no hay actitud ni acción humana que no est� relacionada con Dios. O se dirige a Él o se aparta. Por eso el Apóstol invita a la purificación. No sólo en lo referente al perdón de los pecados, sino también la «purificaci�n� de las intenciones, de poner en Dios el fin de nuestras acciones. Cosas que hacemos y que en sí mismas pueden ser comprendidas como actos egoístas o actos de santidad. Todo depende de con qué intención hacemos las cosas. La actitud del cristiano que pone su confianza y su horizonte en Dios consiste en acoger a Dios como Padre y soberano de todo. Pero esta purificación no se limita a ser una rectificación de un mal camino, sino que es un intrumento eficaz para buscar nuestra propia santidad: limpiémonos toda suciedad de cuerpo o de espíritu, y sigamos completando nuestra consagración con el respeto que a Dios se debe. La via «purgante» y la via «unitiva», que decían los manuales de espiritualidad de hace unas décadas, no son dos estamentos separados, pues no hay ningún bautizado que no est� necesitado de la penitencia, de la purificación interior. Sólo en la Gloria la santidad es plena, los errores borrados. Notas: 1. Lc 4,31-5,11. (N. de La Ermita). |