Cuaresma (2)
El simbolismo del ayuno cuaresmal según
san Isidoro de Sevilla.
San Isidoro en su obra De los oficios eclesiásticos
1 expone los fundamentos básicos de
la Cuaresma, su origen, su simbolismo y su razón de ser:
Según las Santas Escrituras, las témporas de ayuno son cuatro y en
ellas, mediante la abstinencia y los gemidos penitenciales, se implora
al Señor; y si bien es conveniente orar y practicar la abstinencia todos
los días, es muy oportuno entregarse más intensamente a los ayunos y
penitencias en estas mencionadas témporas.
El primer ayuno es el cuaresmal que, según los libros antiguos,
comenzó con Moisés y Elías y lo mismo consta del Evangelio, ya que otros
tantos días ayun� el Señor, dando a entender que no hay discordancia
entre el Evangelio, la Ley y los Profetas.
En la persona de Moisés se recibió la Ley, en la de Elías, los
profetas; flanqueado por ambos se apareció glorioso Cristo en el monte,
para que con mayor evidencia se constatase lo que afirma el Apóstol:
Teniendo en su favor a la Ley y los Profetas (Rom 3,21). ¿En qué otro
tiempo del año se pudo fijar más oportunamente la observancia cuaresmal,
que cercana tocando a la Pasión del Señor? Porque en ella se manifiesta
la vida mortificada, que tiene por fruto la templanza para que nos
abstengamos de los halagos del mundo, alimentándonos sólo del maná, es
decir, de los preceptos celestiales y espirituales.
Esta vida se encuentra prefigurada en el número cuadragenario, porque
el denario es la perfección de nuestra bienaventuranza, pues la creación
se representa por el número septenario, que se une al Creador, y en ello
se confiesa la unidad de la Trinidad, anunciada por el mundo universo en
el tiempo presente. Tambión porque el mundo es batido por cuatro vientos
y está formado por cuatro elementos, y lo cambian las cuatro estaciones
del año. Cuatro decenas dan el número cuarenta y con tal número se da a
entender que, en todo tiempo ha de abstenerse de deleites y se ha de
ayunar y vivir casta y honestamente.
Aún se puede añadir otro
misterio por el que se debe observar el ayuno de cuarenta días. La Ley
mosaica, en general, prescribía a todo el pueblo ofrecer al Señor Dios
los diezmos y primicias. Y así, mientras que en este precepto se nos
pide ofrecer a gloria de Dios los principios de nuestras voluntades y
los fines de nuestras obras, en el cómputo de la Cuaresma la suma de los
décimos legales se contiene. Las décadas de los días del año se reducen
a treinta y seis; descontando en la Cuaresma los domingos, días en que
no se ayuna, podemos tomar los días cuaresmales por las décimas de todo
el año, y así acudimos a la iglesia todos esos días como para cumplir
con las décimas anuales, y ofrecemos a Dios la ofrenda de nuestras obras
como sacrificio jubiloso 2.
Esta ley de la Cuaresma, como dice nuestro Casiano, no obliga a los
perfectos, que no se satisfacen con la insignificancia de esta
prescripción. En cambio, para aquellos que se entregan todo el año a
placeres y negocios seculares, establecieron los regentes de las
iglesias que, de algún modo obligados por este imperativo legal, se
sintiesen constreñidos a dedicar al Señor, por los menos, estos días, y
los consagrasen a Dios como décimas de todo el tiempo de su vida que
íntegramente a manera de cosecha habían devorado.
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La recta práctica del ayuno
según san Isidoro de Sevilla.
En el segundo libro de las
�Sentencias�
3,
san Isidoro nos ilustra sobre cómo se debe practicar el
ayuno y qué errores se deben evitar:
1. Este es el
ayuno perfecto y razonable: que nuestro hombre
interior ore cuando el exterior practica el
ayuno. La oración franquea más fácilmente el
cielo gracias al ayuno, ya que entonces el
hombre, espiritualizado, se asocia a los ángeles
y se une a Dios con mayor libertad. 2.
Por causa del ayuno se revelan incluso los
secretos de los misterios celestes y se descubren
los arcanos del divino sacramento. Así es como
Daniel mereció conocer, por mediación del
ángel, el significado oculto de los misterios
(Dn 10,1 ss.), pues esta virtud manifiesta las
revelaciones de los ángeles y sus mensajes.
3. Los ayunos constituyen
armas eficaces frente a las tentaciones
diabólicas, ya que con la abstinencia se vencen
pronto. De ahí que también nuestro Señor y
Salvador nos aconseje que las superemos con el
ayuno y la oración al decir: Este linaje (de
demonios) no sale si no es con oración y ayuno
(Mt 17,21), pues los espíritus inmundos se
lanzan con mayor violencia allí donde ven más
abundancia de manjares y bebidas.
4. Los santos mientras pasan
la vida en este mundo, mantienen su cuerpo
sediento por el deseo del rocío celeste. Por
ello dice el Salmo: Sedienta de ti está mi
alma, y de cuántas maneras mi carne (Sal
60,2). Porque entonces la carne está sedienta de
Dios cuando por el ayuno guarda abstinencia y
languidece. La abstinencia vigoriza y mata:
vigoriza el espíritu y mata el cuerpo.
5. Muchas veces la
abstinencia se practica con simulación, y el
ayuno, a su vez, se realiza con hipocresía.
Algunos, en efecto, laceran sus cuerpos con
asombrosa abstinencia, desfigurando su rostro,
como dice el Evangelio, para que los hombres
vean que ayunan (Mt 6,16). Por ello demudan
su rostro, afligen su cuerpo, prorrumpen en
grandes suspiros de corazón. Antes de morir se
entregan a suplicios mortales y llevan a cabo un
esfuerzo tan laborioso no por amor de Dios, sino
para asombro de la admiración humana.
6. Algunos se mortifican de
modo sorprendente para aparecer santos ante los
curiosos; pero tal práctica de la abstinencia no
debe estimarse en ellos virtud, sino vicio, pues
hacen mal uso de un bien.
7. El ayuno y la limosna
quieren se les practique en secreto, para que
sólo Dios, que todo lo ve, premie el mérito de
las buenas obras, pues quienes lo hacen en
presencia de la gente no son, en modo alguno,
premiados por Dios, ya que según la frase
evangélica, recibieron su recompensa de los
hombres. (Mt 6,5).
8. Los ayunos acompañados de
buenas obras son agradables a Dios. Mas los que
se privan de alimentos y obran el mal, imitan a
los demonios, que nunca tienen comida pero
siempre iniquidad. Aquel, pues, que se priva de
los manjares rectamente se abstiene de las malas
acciones y de la ambición.
9. Los que por deseo de
execrar la comida y no por voto de abstinencia se
privan de alimento de carnes, ellos más bien son
dignos de execración, por cuanto rechazan una
criatura puesta por Dios al servicio del hombre.
En efecto, para los fieles, nada se considera
manchado y nada impuro, conforme al testimonio
del apóstol Pablo: Todo es limpio para los
limpios, mas para los contaminados e infieles
nada hay limpio, porque están contaminadas tanto
su mente como su corazón. (Tit 1,15).
10. Se desprecia el ayuno que
al atardecer se repara con abundante comida, pues
no hay que valorar la abstinencia cuando luego ha
seguido el hartazgo.
11. Se desprecia el ayuno que
al atardecer se compensa con placeres, ya que
dice el profeta Isaías: He aquí que en el
día de vuestro ayuno se halla vuestro deleite
(Is 58,3), pues deleite significan los placeres.
Y así como el reclamar la deuda, los pleitos,
las rivalidades y los golpes, también los
placeres reprueba el profeta en día de ayuno.
12. Porque todo el día imagina banquetes en su mente quien por la tarde
se prepara delicias para satisfacer su gula.
13. No hay que aplicar al
cuerpo excesiva austeridad, no sea que, por estar
el cuerpo sobrecargado con el peso de la
abstinencia, luego ni pueda obrar el mal ni se
decida a practicar el bien. Por tanto, hay que
moderar el trato del cuerpo con inteligente
discreción, a saber, que no se agote por
completo y que no goce demasiada libertad.
14. Si prevalece la excesiva
flaqueza de la carne, nadie puede alcanzar la
perfección. Pues, aunque uno tenga deseos de
santidad, con todo, no le es posible consumar la
obra meritoria que en su intención desea
realizar.
15. La excesiva debilidad del
cuerpo quebranta, asimismo, el vigor del alma y
logra que flaquee también su natural ingenio, ni
puede ésta llevar a término bien alguno a causa
de su debilidad.
16. Nada en demasía. Pues
todo lo que se ejecuta con moderación y mesura
es saludable; en cambio, lo que se realiza con
exceso y sin medida resulta pernicioso y
contraproducente. Así, pues, hay que observar en
toda obra moderación y mesura, pues todo lo que
excede es peligroso, como el agua, que, cuando
llueve en demasía, no sólo no procura utilidad
alguna, sino que además ofrece peligro.
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Notas:
1. San
Isidoro de Sevilla, De los
oficios eclesiásticos. Editorial isidoriana, León 2007, Cap�tulo
XXXVII, pp. 90-92.
2. Desde el Lunes del Ayuno hasta el Sábado
Santo, excluyendo los domingos, hay treinta y seis días efectivos de
ayuno. Además, en el rito hispano durante la Cuaresma no se celebra
ninguna fiesta que pueda alterar su número como ocurre en el rito romano
con las fiestas de San José y la Anunciación.
3.
San Isidoro de Sevilla, Los tres libros de las
�Sentencias�.
Ed. BAC, Madrid 2009, Libro 2, Cap�tulo 44, pp. 121-123
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