ORACIONES HISPANO-MOZÁRABES
Adviento. Comentarios a las lecturas del Adviento Hispano-Mozárabe |
Adviento
El comienzo del tiempo de Adviento en el Año I tiene una perspectiva encarnatoria, no escatológica. La profecía de la encarnación de Isaías y el comienzo del ministerio público en Lucas expresan la importancia de los comienzos de la salvación: «sta se inicia con la encarnación, pero comienza a ser patente en el ministerio público de Cristo. La Profecía nos muestra la tipología cristológica del vástago del tronco de Jesé, mostrando también una continuidad con el Evangelio lucano: el Espíritu que se posará sobre el Mesías (Is 11, 2) recibe de la boca del Bautista su profecía última -Él os bautizar� en Espíritu Santo y en fuego-, aunque no se aluda al Espíritu que se posa sobre Cristo el día de su Bautismo 1. La unidad entre Profecía y Evangelio se refleja además en dos temas: la reunión de los dispersos de Israel y el nacimiento de una nueva era. La Profecía se limita prácticamente al primer tema, muy querido por las oraciones judías y por las paleoan�foras cristianas. El Señor reunir� a los dispersos de Israel, la raíz de Jesé será estandarte de los pueblos. Este sentido universalista, olvidado pronto por Israel, implicar� su sustitución como Pueblo de las promesas por la Iglesia, como lo hace ver el Evangelio: no empecéis a decir entre vosotros: Tenemos por padre a Abrahán. Pues os digo que Dios puede hacer surgir de estas piedras hijos de Abrahán. Además, ya está el hacha puesta junto a la raíz de los árboles. Por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego. Los hijos de Abrahán no son para Dios un linaje de sangre, sino de espíritu. Del árbol seco de Israel surge un vástago del que brota un Nuevo Pueblo de Dios. De este modo, todo hombre verá la salvación de Dios. La exhortación del Bautista a la conversión, aunque situada en el contexto del profetismo veterotestamentario, da la relativa connotación penitencial a este tiempo. Tanto el Psallendum como el Laudes son unánimes en cantar la encarnación: Envía su palabra; Él te env�e socorro desde su santuario. El Apóstol ahonda y prepara en el universalismo: los gentiles reciben el Evangelio. Y desde esta perspectiva se alude a la intención de san Pablo de visitar España: cuando me dirija a España espero veros al pasar; marchar� hacia España, y estar� de paso con vosotros. De esta forma, se comprende la evangelización de España como ejemplo último de ese universalismo de la salvación, que a Israel fue encomendado, pero que sólo la Iglesia dio cumplimiento. Es interesante observar cómo ese universalismo, además de estar unido a la escucha del Evangelio, tiene un propósito litúrgico: en virtud de la gracia que me ha sido dada por Dios, para ser ministro de Cristo Jesús entre los gentiles, cumpliendo el ministerio sagrado del Evangelio de Dios, para que la ofrenda de los gentiles llegue a ser grata, santificada en el Espíritu Santo. De este modo, se expresa el sentido propio del ministerio episcopal y la liturgia como culmen de la vida de la Iglesia. La profecía del verdadero bautismo en el Evangelio, mostrar� cómo la liturgia es también la fuente de la vida de la Iglesia.
El comienzo del tiempo de Adviento en el Año II tiene una perspectiva más encarnatoria todavía, si cabe, que en el Año I. La venida del Mesías es el tema que sirve de hilo de Ariadna para toda la Liturgia de la palabra de este domingo. Como en el Año I, encontramos el tema de la reunión de los dispersos y del vástago en la Profecía. La selección de perícopas (Is 2, 1-5; 4, 2s) centra la atención en el Señor, no en Jesé, y en Sión-Jerusalén como el lugar de donde sale la palabra de Dios. Con esto se expresa el caráter divino del enviado de Dios. La selección de la Profecía nos muestra otros dos datos importantes: a los herederos de Sión-Jerusalén se les llamar� santos, nombre propio de los cristianos desde los comienzos y que resuena en la eucaristía hispano-mozárabe: lo santo para los santos. Esto vuelve a dar un horizonte eucarítico a toda la historia de la salvación. El segundo dato importante es lo que trae el enviado del Señor: la paz. El Psallendum se hace eco de esto -traigan los montes paz al pueblo- junto con la justicia, adjudicando la realeza al enviado divino de la profecía. El universalismo aludido en la lectura de Profecía -Confluirán a Él todas las naciones- vuelve a aparecer en el Apóstol: la ceguera de Israel fue parcial, hasta que entrase la plenitud de los gentiles, y así todo Israel sea salvado conforme está escrito: "De Sión vendr� el libertador". Del mismo modo que en el Año I, el Apóstol ahonda y prepara en el universalismo al que se aludirá en el Evangelio, solo que en este Año II se profundiza en el origen de esa salvación universal: de Sión. Con esto, la carta a los Romanos retoma el tema del origen histórico, y por tanto humano, del Cristo. El Evangelio, en la misma lÍnea que el del año anterior, da la connotación penitencial por la cercanía del Reino, rechazando la vinculación carnal del Pueblo de Israel y proponiendo una vinculación espiritual: no os justifiquéis interiormente pensando: Tenemos por padre a Abrahán. Porque os aseguro que Dios puede, aun de estas piedras, suscitar hijos de Abrahán. Mirad que el hacha está ya puesta a la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego. Los hijos de Abrahán no son para Dios un linaje de sangre, sino de espíritu. El canto de Laudes no da una connotación especial, sino que limita a la asamblea a alabar a Dios, y con ella, a todos los pueblos: «Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de alegría!
La primera lectura de Isaías, con sus versæculos continuados, nos invita a contemplar el ansia que tenía el antiguo Pueblo de Dios por la manifestación del Señor, que clama el salmo: despierta tu poder y ven a salvarnos. La lectura pide una continuidad con los tiempos pasados, que la historia actual sea también una historia de salvación: «Despierta, despierta, rev�stete de poderío, oh brazo del Señor! «Despierta como en los días de antaño, en las generaciones pasadas! Ante esta inminente manifestación del poder de Dios, el justo no debe temer. La serenidad del justo se explicita con la lectura del Apóstol, en la que Pablo exhortaba a la comunidad romana a obedecer a la autoridad, porque no hay autoridad que no venga de Dios. Esta doctrina paulina ha justificado muchos reg�menes políticos a lo largo de la historia, pero también ha introducido la incertidumbre. En la época mozárabe, este texto paulino debió ser especialmente difícil de comprender. Sin embargo, se establece un bastión de inmutabilidad ante la cambiante historia humana: los gobernantes no han de ser temidos por los que obran bien, sino por los que obran mal. ¿Quieres no temer miedo a la autoridad? Haz el bien, y recibir�. su alabanza. El Evangelio también comparte ese deseo por la manifestación de Dios, pero en Cristo: «Eres tú el que ha de venir, o hemos de esperar a otro? «Han llegado los tiempos de salvación que solicitaba el salmo? Han llegado: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan sanos y los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se anuncia el Evangelio. Sin embargo, el Evangelio vuelve a mirar, como en el domingo anterior, a Juan el Bautista. Con su elogiosa afirmación acerca de Juan, Cristo se sitía como continuación de la historia de salvación: En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer nadie mayor que Juan el Bautista. La liturgia hispana acoger� la frase del Mesías con especial aprecio, pudiéndose afirmar que el santo más apreciado por ella es Juan el Bautista: es el único santo que tiene un domingo que sirve de preparación para su fiesta (24 de Junio). Los demás santos de importancia tendr�n un día previo de preparación, normalmente de caráter penitencial, pero nunca un domingo. Por tanto, su preparación es propiamente festiva y extraordinaria, rompiendo la sucesión de domingos De Cotidiano.
En este Año II, la perspectiva de este domingo es más mesiúnica todavía que el anterior. La primera lectura y el Evangelio comparten esta vez la misma visión sobre la plenitud de los tiempos: Oirán $2quel día los sordos palabras de un libro, y desde la tiniebla y desde la oscuridad los ojos de los ciegos las verán, los pobres volverán a alegrarse en Dios, y los hombres más pobres en el Santo de Israel se regocijar�., dice la Profecía con sus versæculos escogidos. El Evangelio: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan sanos y los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se anuncia el Evangelio. Los ciegos y los pobres aparecen como los principales destinatarios de la salvación. Quizás a los primeros está referido el último versæculo de la Profecía, pues el contenido de la iluminación en los Padres de la Iglesia suele ser la sabiduría de las cosas divinas: Los descarriados alcanzarán inteligencia, y los murmuradores aprenderán doctrina. Los pobres, que no tienen poder en este mundo --poder que pide el salmo a Dios- lo obtienen en la justicia del Dios de Jacob: Pondr� la equidad como medida y la justicia como nivel. Sin embargo, esta centralidad de la acción mesiúnica de este Año II no descuida el elogio que hace Cristo de Juan el Bautista: En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer nadie mayor que Juan el Bautista. La liturgia hispana acoger� la frase del Mesías con especial aprecio, pudiéndose afirmar que el santo más apreciado por ella es Juan el Bautista: es el único santo que tiene un domingo que sirve de preparación para su fiesta (24 de Junio). Los demás santos de importancia tendr�n un día previo de preparación, normalmente de caráter penitencial, pero nunca un domingo. Por tanto, su preparación es propiamente festiva y extraordinaria, rompiendo la sucesión de domingos De Cotidiano. El Apóstol a los corintios continía con la temática del anterior del Año I, centróndose en un tema aludido: la conciencia (1Cor 4, 4). Al ser el Señor el Juez de la vida del creyente, no se debe temer ningún tribunal humano. Con esto se complementa la doctrina sobre la autoridad proveniente de Dios, tema del Apóstol del año pasado. Tambión encontramos continuidad con los "efectos mesiánicos" de la Profecía y del Evangelio referidos a los ciegos, pero desde una perspectiva moral: Él iluminar� lo oculto de las tinieblas y pondr� de manifiesto las intenciones de los corazones. Hay que señalar, sin embargo, que la conciencia y la moralidad del cristiano tienen en el Apóstol un fundamento cristológico: Así han de considerarnos los hombres: ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios. El trasfondo litúrgico de estas palabras no es difícil de apreciar, mostrando una vez más que debe existir una continuidad entre liturgia y vida.
El Evangelio de este domingo es el típico del domingo de Ramos romano 2, narrando la entrada de Cristo en Jerusalén. La venida del Señor, que configura el tiempo de Adviento, es comprendida en este momento como la venida para darnos la salvación y renovar la creación. La Profecía de este día nos habla nuevamente de los orígenes del Pueblo de Dios cuando Abraham era el primer miembro. En los tiempos del Salvador, se convertirá el desierto en Ed�n y la estepa en Paraíso. Entonces será la salvación por siempre. El caráter renovador de Cristo en su vida entre nosotros lleva a desplazar la atención del comienzo de su vida pública -domingos I y II- al comienzo de su Pasión. La salvación prometida en la Profecía y suplicada en el Psallendum llega en el Evangelio, en donde vemos cómo Cristo expulsa a los mercaderes del Templo: Mi casa será llamada casa de oración, pero vosotros la estáis haciendo una cueva de ladrones. Allá también cura a ciegos, mostrando que su advenimiento conlleva una restauración del culto a Dios y de la fragilidad del hombre. La selección de este Evangelio comporta una visión complementaria al recurrente tema de la venida del Señor en la carne. El Apóstol, leído en el Año II durante el primer domingo, nos presenta el universalismo de la salvación de Dios, no explicitado en la Profecía, y que los anteriores domingos han puesto siempre de manifiesto. La salvación proviene de Sión, esto es, el Mesías esperado que restaura el Paraíso tiene un origen histórico. Sin embargo, ni por su acción divina ni por su origen terreno es advertido por Israel, siendo su ceguera parcial. Dios llama también a otros pueblos según la carne, pero éos forman un solo Pueblo. La obediencia a Dios y su llamada universal a la santidad conforman la exhortación de Pablo a los romanos y a nosotros, para que seamos fieles a esa llamada que está renovando el cosmos trayendo la salvación.
El universalismo profético de la Profecía de este domingo adquiere un contexto agrícola: el profeta anuncia a los montes y a las colinas que las demás naciones no van a poder contra el Pueblo de Dios. éste va a ser "cultivado" y "sembrado" por Dios, echando ramas y frutos, siendo fecundos. Esta perspectiva agrícola varón el universalismo mesión.co de las naciones que se congregan en el Pueblo de Israel por una "negativa", en la que las demás naciones no obstaculizarán el desarrollo del Pueblo de Dios. De ahí que el Psallendum invite a exultar al campo y cuanto en Él existe, que griten de júbilo todos los árboles del bosque. La comprensión de Israel como campo, a la vez que nación, puede dar una nueva interpretación al relato -esta vez breve- de Mateo sobre la entrada gloriosa de Cristo en Jerusalén: Una gran multitud extendió sus propios mantos por el camino; otros cortaban ramas de árboles y las echaban por el camino. Cristo se convierte así no en el fundamento del (Nuevo) Pueblo de Israel, sino que dicho Pueblo sienta las bases para que Cristo sea conocido por todos. Podemos leer aquí una implácita alusión a la labor evangelizadora de la Iglesia. Y esta evangelización se realiza también en un contexto litúrgico, como lo deja claro el siguiente versæculo evangélico: las multitudes que iban delante y detrás de Él. clamaban diciendo: «Hosanna al Hijo de David! «Bendito el que viene en nombre del Señor! «Hosanna en las alturas! Podemos también releer este texto que es asumido por el canto del Sanctus como un preludio del texto de Sacrosanctum Concilium n. 10: la Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se re�nan para alabar a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor. Las multitudes que van detrás y delante muestran que la actividad de la Iglesia conduce al culto -Hosanna en el cielo- y parte de Él. La carta a los Colosenses, además de ofrecer una pará.esis propia de los Apóstol de la liturgia, nos presenta el universalismo presentado de forma inversa en la Profecía: no hay griego o judío, circuncisión o incircuncisión, bárbaro o escita, siervo o libre, sino que Cristo es todo en todos. Cristo lo es porque está "sobre" la Iglesia, sobre las ramas del gran árbol de ésta.
La liturgia de la palabra de este domingo adquiere un fuerte caráter escatológico. La espera mesiúnica del Mesías de los domingos anteriores cede a una clara alusión al Juicio y al final de los tiempos. Si en el anterior domingo el Psallendum confirmaba una visión agrícola del Pueblo de Dios, en éste el mismo Psallendum subraya el Juicio: Él juzgar� al orbe con justicia. El profeta Isaías es categórico: Aquel día castigar� Yahveh al ejército de lo alto en lo alto y a los reyes de la tierra en la tierra; serán amontonados en montón los prisioneros en el pozo, serán encerrados en la cárcel y al cabo de muchos días serán visitados. Una alusión al libro del Apocalipsis la podemos ver en el último versæculo: está la Gloria en presencia de sus ancianos. El caráter tajante de estas lecciones veterotestamentarias no se queda en su "género" propio, sino que trasciende hasta el Evangelio, más explícito y no menos tajante. En Él. el pasaje de la viuda pobre está de más, y seguramente se ha conservado para seguir con una lectura continua. El tema del Evangelio es el Juicio, donde Cristo condena la actitud pretenciosa de los escribas diciendo: Estos recibir�. un juicio más severo. Pero la amenaza no queda ahí: No quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derruida... Muchos vendrán en mí nombre diciendo: Yo soy; y seducir�. a muchos. Cuando oigáis hablar de guerras y de rumores de guerras, no os turb�is; pues es necesario que esto ocurra, pero todavía no es el fin. Se alzar� pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá terremotos en diversos lugares, habrá hambre. Esto es el comienzo de los dolores... Pero es necesario que antes sea predicado el Evangelio a todos los pueblos. El Juicio no abarca sólo el mundo presente, sino también el "celeste": el sol se oscurecerá y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potestades de los cielos se conmoverén. Entonces verán al Hijo del Hombre que viene sobre las nubes con gran poder y gloria. Y entonces enviar� a los ángeles y reunir� a sus elegidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo. Queda patente la participación activa de los ángeles en la reunión de los dispersos y el aparente triunfo de las tinieblas. El triunfo de Cristo sobre ellas queda explicado en el Apóstol, cuando se afirma: después, el final, [ser�] cuando entregue el Reino a Dios Padre, cuando haya aniquilado todo principado, toda potestad y poder... el último enemigo será destruida la muerte. Para los hombres, el consuelo y a la vez la tarea queda claro: el que persevere hasta el fin, �se se salvará./i>.
Las breves lecturas de este domingo continían con el tinte escatológico del domingo anterior. Las ideas son sucintas: la Profecía exhorta, lo mismo que el Apóstol, a la defensa de los débiles, los acosados, los fugitivos. Tanto la Profecía como el Apóstol esperan la venida del Señor, la primera como juez que busque el derecho y promueva la justicia, y el segundo pide que nuestro ser entero -espíritu, alma y cuerpo- se mantenga sin mancha hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. Aunque la Profecía espera la venida del Cristo según la carne y el Apóstol según la gloria, el tema común es la venida de la justicia, como declara el Psallendum: de los cielos asomar� la Justicia. Ante la venida del Mesías, no sólo encontramos la intencionalidad diferente de la Profecía y el Apóstol, sino que entre Apóstol y Evangelio encontramos dos modos de situarse ante la venida final de Cristo. En el Apóstol se exhorta a no despreciar las profecías, sino examinar las cosas y retener lo bueno. En cambio, el Evangelio pone en guardia -lo mismo que el domingo anterior- contra las falsas predicciones: os dir�.: vedlo aquí, o vedlo allí. No vay�is ni corr�is detrás. Pues, como el relámpago fulgurante brilla de un extremo a otro del cielo, así será en su día el Hijo del Hombre. Por otro lado, Cristo habla también de la presencia actual del Reino de Dios: El Reino de Dios no viene con espectáculo; ni se podrá decir: vedlo aquí o allí; porque, mirad, el Reino de Dios está ya en medio de vosotros. Y esa presencia actual del Reino entre nosotros es la Iglesia, como nos lo dice la Constitución Lumen Gentium n. 3: Cristo, pues, en cumplimiento de la voluntad del Padre, inaugur� en la tierra el reino de los cielos, nos revel� su misterio, y efectuæ la redención con su obediencia. La Iglesia, o reino de Cristo, presente ya en el misterio, crece visiblemente en el mundo por el poder de Dios.
El Psallendum de este Año II es el mismo que el anterior. La exégesis y respuesta que hace de la Profecía vuelve a tener como centro la justicia. Esta vez, la purificación de los hijos de Leví, sujetos del sacerdocio veterotestamentario, renovar� el culto y la institución sacerdotal misma, permitiendo ofrecer la oblación en justicia. Esto expresa bien lo que se comprende del culto cristiano, superior en este sentido a los ritos judíos. Sin embargo, aunque se insiste en la venida del Mesías, este domingo del Año II suaviza un poco el tono escatológico del año anterior y del domingo pasado, volviendo a elogiar a la figura de Juan el Bautista. En efecto, la breve Profecía hace alusión al mensajero que allana el camino delante de mí, y enseguida vendr� a su Templo el Señor a quien vosotros buscáis; y el ángel de la alianza, que vosotros deseáis, he aquí que viene, dice Yahvæ Sebaot. ¿Quén podrá soportar el Día de su venida? ¿Quén se tendr� en pie cuando aparezca? El acento escatológico queda mitigado por el Evangelio, que interpreta la Profecía: el mensajero es Juan el Bautista, mientras que el ángel de la alianza es Cristo. Esta cristificación de la figura angélica no es infrecuente en la liturgia, ni en los Padres. Tampoco en la exégesis tipológica de éos. Exceptuando la renovación del sacerdocio levítico, las breves lecturas de este domingo continían proclamando la inminente venida de Cristo, además de una breve alusión al Día de la venida, que en los oyentes significa el último Día.
La dimensión escatológica del Adviento se hace palpable en este domingo, donde Juan el Bautista vuelve a ser protagonista del Evangelio. En la Profecía se vuelve a tocar el tema de la venida de Dios, esta vez como vengador y salvador (Is 35, 4). Vuelve a manifestarse el júbilo por su venida, que implica la justicia, como repite el Psallendum. Pero ya se está aludiendo a Juan: serán alumbradas en el desierto las aguas. La alusión al agua señala la futura manifestación de Dios en el bautismo de Juan y por medio de la relación Profecía-Evangelio se da una interpretación a este acontecimiento: las aguas serán santificadas por Cristo que viene a ellas. Ésta es la exégesis patrística de Ignacio de Antioquía y otros autores que ven en el bautismo en el Jordán cómo Cristo concede al agua su poder de santificar y hacer hijos de Dios. Pero en el Evangelio se amplía la acción trinitaria: el "nuevo" bautismo será en el Espíritu Santo. El Apóstol (2Tes 2, 1-14) trata en cambio de la venida final de Cristo, previniendo a los fieles de supuestas revelaciones y rumores. Primero ha de venir la apostasía y manifestarse el hombre de la iniquidad. La venida del anti-Cristo es la condición de la venida final de Cristo en gloria. Los que se condenen, lo har�. por su complacencia en la injusticia, puesto que Cristo har� justicia a los humildes del pueblo (Sal 71, 4).
Las lecturas de este domingo son breves, si exceptuamos al Evangelio. Todas hablan de la cercanía del Señor y de la alegría. El Apóstol aprovecha a exhortar a los fieles a que presenten sus peticiones a Dios por medio de la oración y la súplica, junto con la acción de gracias. La eucaristía queda comprendida así como venida de Cristo, en la que los fieles se despreocupan y se alegran, dándose a la oración litúrgica, esto es, participando activamente. El Evangelio, centrado nuevamente en el ministerio de san Juan Bautista, habla de la penitencia: bautismo de penitencia y exhortación a la penitencia. Quizás aquí podemos ver la tenue connotación penitencial del Adviento. En su exhortación profética, no faltan en Juan una llamada a la misericordia y a la caridad. En ellas se manifiesta la verdadera filiación divina. Nada vale ya la genealogía carnal, tan apreciada por el juda�smo. No se trata de un mero cambio de mentalidad. Est� en juego la salvación, pues todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego. Ante esta situación, todos los estamentos de la sociedad del momento se sienten interpelados y se preguntan cómo alcanzar la salvación: publicanos, soldados, la muchedumbre. El Juicio está cerca, y ese juicio comienza con la venida del Mesías. Notas:
1. Este Evangelio se lee, según la
versión joúnica (cf. Jn 1, 29-34), en un día sin importancia: el
miércoles de la primera semana de Cuaresma. |