EL
CANTO DE LA ANTIGUA LITURGIA HISPANA (Hispano-visigótica
o mozárabe)
Corría la era de 1118 -año 1080- cuando un supuesto
Concilio celebrado en Burgos decidió abolir
definitivamente el rito hispánico. Atr�s quedaban los
sucesos narrados en la Crúnica Najerense
acaecidos el 9 de abril de 1077, domingo de Ramos, cuando
el rey Alfonso VI, defensor de la supresión del rito
autóctono y de la implantación del romano, apel� al
juicio de Dios: dos caballeros, en representación de
ambos ritos, se enfrentarán en un torneo prevaleciendo
el uso litúrgico del caballero vencedor. Tras una dura
lucha salió vencedor el caballero que defendía el rito
hispánico. No conformes los defensores de la
implantación de la práctica romana con el resultado de
la justa, apelaron a un nuevo juicio: se arrojarían al
fuego sendos libros eucológicos (libros que contenían
las oraciones propias de cada uso) y aquel que no se
quemase será el rito predominante. Mientras el libro
romano ardía el hispánico salt� del fuego; y, según
la Crúnica, acercándose el rey lo introdujo de
una patada en la hoguera, esta vez quemíndose.
Crúnicas aparte, la supresión del rito y la
adopción del nuevo uso no fueron uniformes. En distintos
lugares de la Península ya hacía tiempo que se
practicaban las costumbres romanas: Monasterio de
Sahagún (León) a partir de 1079 (a la par que se
implantaba la observancia cluniacense), San Juan de la
Peña (Alto Aragón) "a la hora de sexta del 22 de
marzo de 1071", Monasterio de Leire (Navarra) año
1067. En otras regiones españolas incluso hacía siglos
que se practicaba el rito de la iglesia de Roma. Es el
caso de Cataluía que a partir del siglo IX, al ser
liberada de los musulmanes, adopta la Lex romana
junto con el monacato benedictino. Mucho antes, año 538,
en la diócesis de Braga (Portugal) en tiempos de su
obispo Profuturo ya se tiene constancia de la práctica
romana.
Una excepción es la ciudad de Toledo. Reconquistada a
los sarracenos en el año 1085, consiguió que el papa
reinante a la sazón, Gregorio VII, permitiese el uso del
antiguo rito en seis parroquias de la ciudad: Santas
Justa y Rufina, Santa Eulalia, San Sebastián, San
Marcos, San Lucas y San Torcuato.
Con la supresión del rito mozárabe
desaparecía el último bastión de resistencia a los
deseos de unificación de Carlomagno, quien como medio
para conseguir el poder político decidió unificar la
liturgia, sobreviviendo sólo el canto milanés, aun hoy
practicado en la ciudad de San Ambrosio. Se perdía así
definitivamente, junto a la liturgia, la tradición y la
práctica del canto, escrito en neumas in campo
aperto, justamente a los pocos años del
perfeccionamiento del sistema de la pautada por Guido
dArezzo. Al mismo tiempo muchos de los ya
inservibles libros de la liturgia hispánica fueron
olvidados en los estantes de las bibliotecas, sus folios
usados como encuadernación de otros libros nuevos o en
el peor de los casos desaparecieron para siempre. En la
actualidad poseemos algo más de 40 testimonios notados,
entre códices completos y fragmentos de ellos.
Hay que esperar al año 1500, cuando el cardenal
Francisco Jiménez de Cisneros se embarca en la tarea de
restauración del rito. Con los libros existentes en
Toledo decide hacer una nueva edición más inteligible
en su escritura. En cuanto a la eucología del rito, la
restauración era un hecho, pero �y la música?. Nadie
se había preocupado de transcribir los tortuosos neumas
visigóticos a una notación melédicamente inteligible.
Lo que se cantaba provenía de la tradición oral y tras
casi cinco siglos andaba bastante maltrecha. La solución
fue drástica: las melodías copiadas en los nuevos
manuscritos además de estar escritas en notación
mensural nada tenían que ver con las que figuraban en
los más antiguos documentos de canto hispano. Solo
excepcionalmente en algunos casos se atisba algo de la
tradición más arcaica. Los libros publicados por
Cisneros y elaborados por el canónigo Alonso Ortiz se
usarían en la capilla del Corpus Christi, la Capilla
Mozárabe de la catedral de Toledo. Estos libros son:
-
Missale Mixtum secundum regulam Beati Isidori
dictum mozarabes, Toledo, 1500.
-
Breviarium secundum regulam Beati Isidori.
Toledo, 1502.
Al Missale Mixtum se le añadió el Liber
omnium offerentium, que contiene los cantos y
fórmulas con música del ordinario de la misa mozárabe.
Además hay tres libros de canto que no llegaron a
imprimirse: el cantoral A que contiene los
cantos propios del tiempo, el cantoral B, con
los cantos de las fiestas y del común de los santos, y
el cantoral C o Libro de Laudas, que
contiene el Oficio de Difuntos. Las melodías de estos
libros, a pesar de no ser las genuinamente
"mozárabes" tienen un gran interés
musicológico pues nos muestran un ejemplo bastante real
de la música litúrgica en el Toledo de la época, con
sus giros melédicos característicos y su r�tmica
reflejada en la notación mensural.
En el año 1770 el cardenal Francisco A. de Lorenzana
reedit� el Missale Mixtum y cinco años más
tarde har�. lo propio con el Breviarium. Los
libros que contenían los cantos no se llegaron a
imprimir. La edición de Lorenzana es la que desde
entonces y hasta ahora se usa en la Capilla Mozárabe.
A finales del S. XIX y con la fiebre restauradora del
canto gregoriano emprendida por los monjes de Solesmes se
efectuar� también un estudio musicológico serio de los
neumas y de la liturgia de la primitiva iglesia
española. Se buscan incansablemente las fuentes
originales. Además de en España, aparecen en París, en
Londres... Pero todas están escritas in campo aperto.
Tan sólo unas pocas excepciones, las del presente
registro: en la Biblioteca de la Real Academia de la
Historia aparece un Liber Ordinum (A56)
procedente del monasterio riojano de S. Millán de la
Cogolla, en el que, probablemente en el S. XII, se
rasparon los neumas del Oficio de Difuntos y encima se
escribieron neumas aquitanos, melédicamente
inteligibles. En el Liber Ordinum (S4)
conservado en el Archivo de la Abadía de Sto. Domingo de
Silos, alguien rasp� y anot� al margen en la misma
notación diastemática las tres antífonas del Lavatorio
de Pies del Jueves Santo. Y en un manuscrito
conservado en París (Biblioteca Nacional, Mss. lat 776)
aparecen dos Preces con ciertas concomitancias,
bastantes, con las hispánicas. El total de estas
veintiuna piezas fueron transcritas para la primera y
única monografía dedicada al Canto Mozárabe en este
siglo, publicada en Barcelona en 1929 por los
benedictinos silenses Casiano Rojo y Germán Prado con el
título de El Canto Mozárabe.
Para la presente grabación SCHOLA ANTIQUA ha revisado
a fondo los manuscritos que contienen las antífonas y
responsorios que están escritos en notación
diastemática. La versión obtenida resulta a veces
distinta de la que en su día dieron Casiano Rojo y
Germán Prado en su monografía antes citada:
r�tmicamente nos hemos apoyado en las más recientes
investigaciones semiológicas y paleográficas que en la
época de los benedictinos silenses estaban aún por
desarrollarse y, melédicamente, un estudio exhaustivo de
cada una de las piezas nos ha llevado a inclinarnos por
una versión que en algunos casos, pocos ciertamente,
varón de la que ellos nos dejaron. Aducimos como prueba
de nuestro trabajo los facsímiles de las piezas en
cuestión, cuando nos ha sido posible disponer de ellos.
Para la transcripción de las piezas contenidas en el Liber
Ordinum A 56 (números 1 al 18) han sido
determinantes las terminaciones s�lmicas anotadas por el
copista al margen de cada pieza, pues aunque son las
correspondientes a los tonos salm�dicos gregorianos
(recordemos que en la época en la que se rasp� el
antiguo contenido del códice y se escribió su
equivalente diastemático ya se había implantado el rito
romano en la Península) y no a los tonos salm�dicos
practicados en la antigua liturgia hispana, han hecho
posible determinar el ámbito modal de cada
pieza y por consiguiente su cuerda de recitación y su
nota final, imprescindibles para la transcripción. La
alternancia de antífona hispánica y tono salm�dico
gregoriano será una clara influencia de este rito sobre
aquel, que se prolongará. incluso en la confección de
algunas de las melodías de los cantorales de Cisneros,
como ya observaron Rojo y Prado. Las piezas 3 y 4 han
sido tomadas tal y como las transcriben los PP. silenses
en su libro.
Las correspondientes a los números 19 al 21 han sido
consultadas directamente en el Liber Ordinum
silense y la lección melédica es casi id�ntica a la
dada por los PP. benedictinos, variando más
sensiblemente el estudio rítmico por los avances
semiológicos antes citados.
En cuando al resto (números 22 al 29) las hemos
escogido porque, siguiendo una vez más a Rojo y Prado
"...no desdicen, por su estilo y caráter, de las
melodías que, con dulce son compusieron los
Leandros y Eugenios. Ni extrañar�. se hubiesen
conservado de memoria, como los cantos ordinarios de la
misa, ya que su número era muy escaso, y se repetían
con mucha frecuencia... ". añadamos nosotros que
todas conservan rasgos de un estadio modal arcaico, como
muchas de las antífonas del repertorio gregoriano que
pertenecen a un fondo muy antiguo, sin duda anterior a la
redacción francesa de los originales cantos romanos. La
pieza numero 25 procede del Antifonario de León y
debemos su transcripción al P. Prado, quien junto con el
P. Casiano Rojo hizo la versión de este último bloque.
El orden de presentación de las distintas piezas no
es casual; obedece a su interpretación en el Oficio
de Difuntos de la antigua liturgia hispana (números
1 al 18), al Lavatorio de Pies de Jueves Santo (19 al 21)
y a la Missa mozarabe (22 al 28); el número 29
es un ejemplo del Oficio de Difuntos según los
cantorales de Cisneros.
Juan Carlos
Asensio Palacios
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