PASIONARIO HISPÁNICO
(1)
SAN
TORCUATO Y COMPAñEROS
Vida y muerte de los santos Torcuato, Tesifonte,
Hesiquio, Indalecio, Eufrasio, Segundo y Cecilio. Se
celebra el uno de mayo.
1. Ninguna mente humana es capaz de
llamar por sus nombres o contar el número de beatos
mártires y confesores que contienen sus victoriosas e
innumerables multitudes, las que creemos que están
coronadas en las moradas celestiales unidas al coro de
los ángeles; por su intercesión, todo el pueblo puede
vencer las asechanzas del enemigo, y la salud arrebatada
a su cuerpo por la diversidad de enfermedades y
debilitada por varias afecciones, de repente su estado
físico normal se recupera y los enfermos, expulsada ya
la enfermedad, alcanzan por completo la salud.
Por consiguiente, ni la atrocísima rapiña de la muerte
alcanza a enSeñorearse con ellos, incluso a los muertos
se les concede la vida, y a los tristes la alegría. Pero
cuanto acerca de ellos ha puesto mi conocimiento la
gloriosa tradición y con los preclaros testimonios de
una piadosa narración no retrasó el que yo lo
conociera, pienso que es más conveniente transmitirlo
por escrito a las siguientes generaciones que pasar por
alto con nuestro silencio un hecho que ha sido
descubierto recordándolo con veracidad, no sea que
ocultando la riqueza de un tesoro tan grande nos sintamos
de todas formas culpables de una gran negligencia.
2. Así pues, como los beatos
confesores Torcuato, Tesifonte, Indalecio, Segundo,
Eufrasio, Cecilio y Hesiquio hubiesen recibido en Roma el
sacerdocio de manos de los santos Apóstoles, y hubiesen
emprendido viaje guiados por la ayuda divina hacia
España, en la que aún estaba vigente el error de los
gentiles y la creencia supersticiosa en los ídolos, a
fin de traer a ella la fe católica, se dirigían en dos
grupos a la ciudad de Guadix. Estos, habiéndose detenido
con sus piernas fatigadas lejos de la ciudad a una
distancia aproximada de dieciocho estadios, para dar un
pequeño descanso a sus miembros cansados por la
prolongada caminata; y dándose ánimoentre sí por el
largo camino recorrido se rehacían descansando, y se
encontraban infatigables en el camino recto; aunque sus
piernas daban la sensación de estar maltrechas, ellos
sin embargo se encontraban fortalecidos por la celestial
ayuda y una gracia especial, al recordarse a sí mismos
el testimonio que dice: Los santos que esperan en
el Señor aumentará su fortaleza y tomar�. alas como
las águilas, correrán y no desfallecerén.
Así pues, según nosotros mismos hemos averiguado, como
los venerables obispos desearan vivamente descansar en
aquel lugar que anteriormente hemos mencionado, enviaron
a sus acompañantes a la ciudad de Guadix porque tenían
escasez de víveres. Se trataba justamente del día en
que los gentiles celebraban con sus inhumanos ritos la
fiesta en honor de J�piter, Mercurio y Juno, y olvidados
de Dios, que está sentado en su alto trono, tributan de
modo solemne cultos degradantes con un rito vacío a sus
imágenes mudas y muertas. Entonces, ciertamente, al
pasar al otro lado de los muros de la mencionada ciudad
los discípulos de los venerables ancianos ven a una
muchedumbre culpable inmersa en las redes de una gran
decepción y abocada a la posibilidad de caer en la
condenación eterna, hasta el punto de creer que podráan
salvarse mediante aquello que parecían hacer con sus
manos manchadas. Y como la pestáfera multitud de todos
aquellos saliese al encuentro de los acompañantes de los
santos varones, reconociendo en ellos el venerable culto
de la religión y viendo que los sacerdotes se marchaban
a causa de su piadosa fe, les persiguen soliviantados en
actitud hostil hasta el río. Cruzaba sobre éste un
puente construido sobre una antigua mole de gran firmeza,
y allí, por obra de un milagro divino, una obra que
cualquiera creería indestructible por el ataque del
tiempo se desmoron� en aquel preciso instante y la
sedición pagana se hundió en el lecho del río con
aquel grupo de personas cruentas. Los santos hombres
cantaron: Arroj� al mar al caballo y su
jinete. Los siervos de Dios quedaron en libertad.
Entre los que vieron este suceso hubo un gran número de
personas que quedaron afectadas por un gran miedo: entre
ellas, una dama de la nobleza senatorial llamada Luparia,
noble por su linaje y sus acciones y adornada con la
inspiración del Espíritu Santo. Cuando descubrió la
intención de los santos varones les envió unos
servidores con el encarecido ruego de que le permitiesen
presentarse ante ellos. Tan pronto como aquella mujer,
cuyo corazón ya había presentido los dones celestiales,
alcanzó a estar en presencia de los santos varones, les
preguntó con audacia de dónde eran y de qué lugar del
mundo procedían. Y cuando ellos confesaron a las
insistentes preguntas de la Señora que habían sido
enviados por los Apóstoles con la orden de predicar el
reino de Dios y anunciar en España el Evangelio, al
mostrarle y enseñarle ellos que todo el que cree en
Cristo, el Hijo de Dios, no morirá para siempre sino que
poseer� la vida de los ángeles, inmediatamente aquella
nueva discípula de la santa doctrina empezó a creer; al
pedir ella el don del santo bautismo se ordena que no
reciba lo que ha pedido hasta que no mande construir una
basílica para colocar el baptisterio en el lugar que los
santos varones habían elegido. Ella acept� esta orden y
mostró un continuo cuidado a favor de la obra durante
tanto tiempo que consiguió llevar a término la
construcción de la basílica y dio fin a las obras del
templo que había comenzado. Cuando ya la obra estuvo
terminada y todo estaba acorde con lo que habían
ordenado los santos varones, construyen, como es
costumbre, una pila bautismal en la que aquella mujer de
profunda devoción recibió las aguas limpiadoras del
bautismo salvador. Todo el pueblo, que supersticiosamente
idolatraba falsos dioses, siguiendo el ejemplo de esta
piadosa mujer abandon� el recinto de su inveterada
superstición y abrazó con sus �vidas mentes la
doctrina de los santos ancianos. A partir de entonces fue
abandonada la impura sede de los ídolos y en ella se
construy� una iglesia de Cristo consagrando su altar a
San Juan Bautista. El pueblo de Dios aumentó a la vez
que crecía la fe.
Algún tiempo después, no porque estuvieran en
desacuerdo en sus opiniones o en su fe, sino para
difundir la gracia de Dios, se disgregaron marchando a
diversas ciudades: Torcuato quedó en Acci, Tesifonte
marchó a Bergii, Hesiquio a Carcese, Indalecio a Urci
(Almer�a), Segundo a Abula, Eufrasio a Eliturgi, Cecilio
a Eliberris. Una vez asentados en estas ciudades
comenzaron a redimir a los hombres con el bautismo de
vida. Y así sucedió que cuando los siervos de Dios
hacían a los demás partícipes de sus dones logran para
la Santa Iglesia un gran número de creyentes. No mucho
tiempo después consiguieron muchos mártires para la
patria celestial como triunfos gloriosos de sus
predicaciones. Finalmente, seguros ya de que sus buenas
obras irían en aumento, acabada la vida y habiendo
merecido un lugar para siempre en el Cielo, abandonaron
con una muerte gloriosa la vida de este mundo.
3. A nosotros nos dejaron los regalos
de sus reliquias. Cualquier necesitado que con una
piadosa devoción se acerca a sus santos y sagrados
sepulcros, se ve liberado con el auxilio invencible de
estos santos confesores, pues expulsan los espíritus de
los cuerpos de los posesos, restituyen a los ciegos con
su mediación la vista que habían perdido, y todos los
que acuden a su intercesión consiguen inmediatamente del
Cielo cuánto han perdido, siempre que lo hagan con fe.
4. No debemos, sin embargo, cubrir
con un velo de silencio el hecho de que tan preclaros
milagros de Dios se realicen hasta nuestros días por los
piadosos y fieles méritos de los santos. Todos conocemos
los hechos que estamos narrando, mientras que los propios
perseguidores de la Iglesia y los agentes del mal
desconocen la verdad.
Hay allí mismo, ante la puerta de la iglesia, una
pequeña cepa de olivo plantada por los propios santos, y
es tan grande la fecundidad que les ha sido concedida por
Dios que cuando llega la víspera del aniversario de la
muerte de los santos, brota con mayor número de flores
de lo que cabría esperar por las hojas que la cubren. A
la mañana siguiente, de aquellas flores, toda la
muchedumbre que pía y devotamente ha venido a venerar el
patrocinio de los santos, así como el gran número de
heréticos y perversos paganos que se oponen a los
dogmas, recogen unas olivas maduras tan perfectas,
gruesas y bellas como en la época de la recolección, y
así tanto los fieles como los infieles se llevan todas
las que quieren recoger. Nadie será capaz de calcular
la cantidad de fruta, ya que si fuera posible reunirla
toda en un solo lugar se podrían llenar con ella muchos
cestos de olivas.
5. Con la ayuda de Nuestro Señor
Jesucristo, que recibe en la paz a sus mártires y
confesores, que tiene el mismo poder que el Padre y es
igual a Él. en esencia en la unidad del Espíritu Santo
por los siglos de los siglos. Amén.
(1) Según
el manuscrito del monasterio de Cardeña (Burgos) de
mediados del siglo X. Traducción de A. García Masegosa.
Tomado del portal de la Diócesis de Almería
(www.diocesisalmeria.es/index.php/diocesis/san-indalecio).
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