TEXTOS LITÚRGICOS
RITO HISPANO-MOZÁRABE
Pasionario |
PASIONARIO HISPÁNICO (*) VICENTE SABINA Y CRISTETA Pasión de los santos
mártires Vicente, Sabina y Cristeta, que sufrieron martirio en la ciudad
de &Acute;vila bajo el gobernador Daciano, el día veintisiete de octubre
1. 2. En aquellos tiempos, después de la encarnación del Salvador, su muerte por redimimos, su bajada a los infiernos, su resurrección de los muertos y su ascensión a los Cielos, habiéndose extendido poco a poco y lentamente el conocimiento del Evangelio por la predicación de los apóstoles por toda la tierra, se propagó por fin tardíamente en los territorios de Hispania; y la fe estaba poco extendida y por ello mismo era de gran fuerza. En cambio, los templos de los paganos por todas partes humeaban con sacrílegos sacrificios de sangre de toros y machos cabríos. Y aunque no había ninguna ciudad, municipio, aldea o castillo sin imágenes de ídolos y monstruos, hechas de oro, plata y toda clase de metales, siendo además adorados en figuras de demonio, la fe en Cristo, propagándose en medio de tantas locuras paganas, iba abriéndose paso. Pequeñas comunidades cristianas empezaban a ser formadas por pocos y perfectos hombres en lugares muy secretos y escondidos. Y cuanto más crecía la dignidad del nombre de Cristo, tanto más decaía el funesto paganismo. Así result� que en algunas ciudades se encendió el fuego de la verdadera fe, de manera que ya no se escondían en lugares ocultos, sino que públicamente las iglesias florecían con sus sacerdotes y todo el clero. 3. Esta noticia recorrió no sólo toda Italia, sino también Bizancio y fue el motivo de que los emperadores Diocleciano y Maximiano destinaran a Hispania como gobernador al muy impío Daciano, para arruinarla más que para gobernarla. En primer lugar entró en la Galia como lobo sanguinario 2. Después de saciarse allá de sangre de mártires y ebrio de cadáveres, vomitando amenazas, se dirigió a Hispania. Consagró a Dios las vidas inocentes de Félix, Cucufate, Eulalia y otros, cuyos nombres sería largo escribir, después de someterlos a horribles torturas. Después, como león rugiente, arrib� a Cesaraugusta, ciudad muy floreciente. Si la lengua humana silenciara cuántos escarnios, cuántas flagelaciones, cuántos tormentos, cuántos derramamientos de sangre llev� a cabo allá, hablaría la misma tierra bañada por la sangre de los cristianos, porque no ha quedado ni un solo lugar que no tenga las renacidas y florecientes cenizas de los mártires en una urna sepulcral. Desde allá en marcha triunfal llega a la ciudad de Compluto. Inmediatamente hace descuartizar dos cuerpos, que manan leche en lugar de sangre, dos perlas para ser engarzadas en la corona de nuestro Rey, brillantes como el oro por su majestad e inocencia, Justo y Pastor, a quienes acogió el Señor, elevando de la tierra a los cielos a causa de aquella feroz impiedad. 4. Después de encarcelar a la virgen Leocadia en Toledo, se dirigió a la ciudad de «vora 3; dio orden a todos sus oficiales 4 de que, después de hacer una búsqueda, presentaran ante su tribunal a cuantos cristianos hallaran. Inmediatamente traen a su presencia a un joven, que habían descubierto y hecho preso, de nombre Vicente, cuya fortaleza concordaba con su nombre. Los oficiales dijeron: «He aquí a quien su locura temeraria ha llevado a entrar en la iglesia. Cuando se disponía a entregarse a la oración, según su costumbre, lo hemos detenido y lo hemos traído a este augusto tribunal. Decida con una sentencia qué ordena vuestra clemencia sobre él�. El gobernador Daciano preguntó a Vicente: «¿De qué secta eres?». Vicente, cuyo espíritu estaba ya fijo en el Cielo, respondió: «Adoro a Cristo, por cuyo nombre me llamo cristiano». El gobernador Daciano insistió: «¿Adoras a aquel Cristo, a quien los judíos crucificaron por sus fechorías?». San Vicente le dijo: �C�llate, Diablo, y no insultes a quien deberías adorar, si no fueras un loco». 5. Daciano, queriendo engañarle, le dijo en tono adulador: «Me da lástima de tu juventud y de la flor de tu corta edad, porque aún no has llegado a la s�lida madurez de la prudencia. Sin embargo, mirar� por ti, si me escuchas como a tu padre y haces sacrificios a los dioses». San Vicente le respondió: «Carecen de sentido común los que, abandonando al Dios verdadero y siempre vivo, que form� el cielo con poderosa mano, creó la tierra, descendió a los infiernos y puso límites al mar, adoran a piedras y maderos». Daciano le preguntó: �Y �quién es ese Dios que ha hecho todas esas cosas, sino J�piter?. San Vicente le respondió: «Bien a las claras exponen vuestros libros cuán injusto ha sido J�piter y cuántos adulterios ha cometido. En cambio, nuestro Dios es Santo e inmaculado: el Padre con el Hijo y el Espíritu Santo. Estos tres son un solo Dios, que cubre el cielo con las nubes y dispone la lluvia para la tierra» 5. 6. Daciano dijo: «Puesto que no has hecho caso a mis consejos, no vale la pena que discuta contigo. Todo lo que me vayas a decir sobre tu Dios, ya lo he oído a otros compañeros tuyos indignos, perdidos y cruelmente muertos. Tú, mira por tu juventud y trae a tu memoria el ejemplo de los otros para tu salvación y haz sacrificios al gran dios J�piter». San Vicente replicó: «Hazlos a J�piter tú, que vas a perderte y a ir con Él al fuego eterno, que est� preparado para el Diablo y sus compañeros». Lleno de indignación Daciano dijo a grandes voces a sus oficiales: «Apartad de mis ojos a este grandísimo criminal�. Y dict� sentencia según la ley: «Que sacrifique al dios J�piter o si no, en el mismo lugar, donde no quiera sacrificar, sometido a diversos castigos, condenadlo a horripilante muerte». 7. Cuando era llevado a sacrificar a J�piter, al llegar a una de las plazas, de repente una piedra, sobre la que pisaban sus pies, se desintegr� por voluntad divina de tal manera que creyeron que era polvo, y del mismo modo que la impresión de una figura de metal en la cera, quedó grabada en la piedra la huella del pie. Esta señal perdura hasta nuestros días. Sobrecogidos por tan gran milagro los soldados dijeron: «Nada semejante hacen los que adoran a nuestros dioses. El verdadero Dios es al que adora Vicente, a cuya orden las piedras pierden su fuerzan. Por esta razón lo hacen volver a casa para ser custodiado. Y dijeron a Daciano: «Señor, Vicente pide un plazo de tres días para reflexionar si quiere morir o sacrificar voluntariamente». Daciano concedió lo que se le ped�a. En este espacio de tres días el Señor adquirió para sí muchas almas por medio de la predicación del santo mártir Vicente. 8. Entonces sus hermanas Sabina y Cristeta, poniendo un corto descanso a su llanto, van a la celda de su cárcel. Hallando la ocasión, cuando se hizo silencio y sin ningún testigo, le decían estas palabras llorando: «Ten piedad, hermano, ten piedad de nosotras, hu�rfanas ya de padre y madre. Tú eras para nosotros nuestro Señor, nuestro padre, eras como una madre. �A quién nos abandonas para dejarnos morir? ¿Quén crees que ser� nuestro amo y quién violar� nuestra virginidad según la b�rbara ley y con desenfrenada arrogancia mancillar� nuestros cuerpos y nuestras almas? Con oído bien dispuesto escucha nuestra súplica llorosa y huyamos juntos, para que, si somos alcanzados en la huida por nuestros perseguidores, entreguemos juntos nuestras almas a la Trinidad divina; en cambio, si escapamos, cuanto prolonguemos bajo tu guía la vida de honestidad, tantos méritos de santidad nos serán acumulados por Dios». 9. Vencido finalmente por las lágrimas de sus hermanas cedió San Vicente y poniéndose en fuga juntos en marcha r�pida, a caballo se dirigen a &Acute;vila 6. Inmediatamente, por la malvada delación de alguien, enviados por delante unos jinetes más rápidos, les dan alcance los sanguinarios perseguidores. Hallándolos en la mencionada ciudad, los despojaron y encadenaron cruelmente y sacándolos fuera de las puertas 7 en un lugar, que se llama ahora Vestigia, los retorcieron uno tras otro hacia arriba y hacia abajo en el potro de tortura y, descoyuntadas las articulaciones de los miembros, los atormentaron con distintos suplicios. Confesando a Dios Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, poniendo el cuello encima de unas piedras, golpeadas sus cabezas con una maza, acabados por tal tipo de martirio, Vicente, Sabina y Cristeta entregaron al mismo tiempo sus almas al Señor. 10. Los soldados, dejando sin sepultar sus cuerpos y amenazando para que no fuesen sepultados, regresan hasta Daciano para anunciarle su alegría. Y aunque habían dejado los cuerpos para ser pasto de los perros, sin ningún muro que los protegiera, y ni siquiera los cristianos piadosos, que se alegraban de contarlos entre los mártires, custodiaban sus cadáveres -por lo que creo, y no es vana mi fe, que no hubo ningún servicio de vigilancia humana, para que no pudiera creerse que la protección divina no había acudido a honrar a los mártires-, de repente por disposición de Dios salió de las cavernas de la tierra una gigantesca serpiente, que solía tragar a hombres vivos, y comenzó retorciendo sinuosamente su cuerpo con la cabeza erguida a guardar a los muertos, mártires de Cristo 8. «Oh, cían digno de alabanza eres, Cristo, en la defensa de tus mártires, porque a los que eliges en vida, no abandonas sus cuerpos, ni siquiera muertos! Todo lo que quieres, lo quieres rectamente y tu voluntad gobierna todas las cosas celestes y terrenas. Aplacas la ira de las fieras, calmas el hambre de las serpientes, te anticipas a los hombres en sus deseos y consigues que no deseen en vano. 11. Un judío 9 que iba de camino fue movido por la curiosidad de ver los cuerpos de los mártires; al instante la serpiente alzando su escamoso cuello y atacándolo, aprisionando la cabeza del hombre, la enroscó entre sus anillas; sólo destacaba por encima su cabeza y estuvo así inmóvil por espacio de casi una hora. Por inspiración de Dios, elevando los ojos hacia arriba, dijo estas palabras: «Cristo, defensor de tus siervos, líbrame de este horrible animal, para que creyendo en ti reciba tu sello y sepulte solemnemente los cuerpos de mis Señores y amigos tuyos y edifique una basílica en su honor a mis expensas». Cuando dijo esto, la serpiente poco a poco solt� sus aprisionantes anillas, huyendo con rapidísimo movimiento de repente y en ninguna parte reapareci�. Él se quedó estupefacto y atánito. 12. Transcurrido el espacio de una hora, comenzó a volver en s� maravillado ante tan gran prodigio. Inmediatamente se dirige a la ciudad, se postra a las rodillas de los sacerdotes, solicitando hacerse cristiano y que no pasase un segundo sin recibir el bautismo, para que ya cristiano mereciera sepultar los cadáveres de los santos. Consiguió lo que piadosamente había pedido. Renacido y renovado por el bautismo, después de enterrar los cuerpos de los santos en nuevas sepulturas, construy� una basílica decorada por arriba con admirable trabajo 10, a la que si alguien llega con pureza de corazón, con devoción piadosa y con fe resuelta, y hace una petición, inmediatamente le es concedido lo que pide y desaparece toda enfermedad por medio de Aquél, que coron� a sus santos por su valiente martirio. 13. A Él el honor, la gloria, la virtud y el poder por los siglos de los siglos. Amén. *. Riesco Checa, Pilar, Pasionario Hispánico. Ed. Universidad de Sevilla. Sevilla, 1995, pp 287-305. 1 La pasión de los Santos
Vicente, Sabina y Cristeta sería una composición de fines del siglo VII.
El prólogo es exacta repetición de la pasión de Sta. Leocadia. Para
Fábrega, (P.H.I, p. 167) derivación de aquella Passio de
Communi que se redactaría a fines del s. VI o principios del VII. |