TEXTOS LITÚRGICOS
RITO HISPANO-MOZÁRABE
Pasionario |
PASIONARIO HISPÁNICO (*) NUNIL�N Y ALODIA Pasión de las santas
vírgenes Nunil�n y Alodia, mártires de Cristo, que sufrieron martirio en
la ciudad de Huesca bajo el gobierno de Zumael el día veintiuno de
octubre
1. 2. Dispuesto a escribir el martirio de las santas vírgenes de Dios Nunil�n y Alodia, mártires de Cristo, aunque inculto y sin la palabra elegante de los letrados, sin embargo, har� la exposición de la verdad tal y como puedo, con el corazón sencillo y, aunque carezca del talento de la palabra, creyendo, sin embargo, que me ayudarán los méritos de las santas y que me prestar� su apoyo el que dice: «Abre tu boca y la llenar� 2. 3. Sucedi�, pues, en el año 851 de la encarnación del Señor en el territorio de Hispania 3. El rey de los sarracenos Abderramán, ordenó a todo su reino que todo el que, siendo hijo de uno o de los dos padres gentiles, a los que ellos en su lengua llaman muladíes, fuera cristiano, o bien negara a Cristo, Hijo de Dios, o bien sucumbiría a golpe de espada. Esta orden funesta divulgada por toda Hispania fue conocida y puesta de manifiesto a todos. Aconteci�, pues, que en el territorio Berbetano junto a un lugar antiquísimo, llamado Castrobigeto, en el poblado de Abosca 4, dos hermanas de corta edad dejadas, a lo que parece, por su padre, fueron criadas desde su infancia por una madre cristiana e instruidas fielmente en la fe de Cristo. La mayor se llamaba Nunil�n, la menor Alodia. 4. Al llegar a la edad del discernimiento, empezaron ambas a avanzar en la fe de Cristo, a entregarse a los ayunos, a la plegaria, a las vigilias de oración y a pasar la noche velando asiduamente durante las solemnidades de los santos. Actuando así, cuando la menor era una niña y la mayor entraba en los años de la adolescencia, al morir su madre, fueron dejadas por sus padres en su casa. Y como los suyos procedían de linaje no innoble, un pariente de ellas, según hemos averiguado por los relatos, empezó a aconsejarlas insistentemente que, abandonando la fe católica, volvieran a la religión del padre, que no puede llamarse religión sino error total 5. 5. Vamos a exponer con un poco de amplitud el pasado, cómo antes se extendió este error entre la población árabe: El antiguo pueblo de los sarracenos, igual que el mundo entero rendía culto a muchos dioses y diosas, pero la raza de los sarracenos honraba con ritos más especiales a la diosa Venus y a su estrella. Mientras tenían lugar estos acontecimientos aproximadamente el año 600 después de la ascensión del Señor a los Cielos, viendo la antigua Serpiente, el Diablo, que el evangelio de Cristo se propagaba por todo el mundo y que sus palabras resonaban en los confines del orbe de la tierra, temiendo el miserable perder para siempre a todos los pueblos, volvió a sus viejas tretas y transformándose en ángel de luz se apareció a un árabe muy astuto, de nombre Mahoma, bajo la falsa figura del ángel Gabriel. Entre otras muchas y horribles enseñanzas ésta fue la primera, como es natural tratándose de un ángel. Le enseñó que honrara sólo al Dios único y verdadero, que no tiene igual ni semejante ni parecido, para que bajo esta apariencia falsa llamaran a Cristo sólo profeta y no lo creyeran ni Dios ni Hijo de Dios, Él, que en el evangelio dice: «El que honra al Hijo honra al Padre que lo envió. 6. El pueblo árabe, de mala manera engañado mediante este astuto ardid, se mantiene hasta hoy alejado y excluido de la fe de Cristo y de acuerdo con sus viejas costumbres celebran cada semana el día de Venus y, según una respetuosa costumbre antigua, consideran a la estrella de esa ramera como liberación del ayuno. 6. Aquel pariente, armado con celo inicuo, deseando someter a las siervas de Dios no a la fe sino al error de éste, instigado por consejo diabólico se dirigió al gobernador del lugar, de nombre Ghalaf, al que en lengua árabe llaman emir, y como el peor de los enemigos las acus� astutamente. Cuando el gobernador del lugar se inform� de esto, ordenó que, viniendo con la mayor rapidez, se presentaran ante Él. Las santas vírgenes de Dios, en cambio, iniciándose ya en el martirio, con los pies descalzos, pero calzadas en los latidos del corazón con la fe de Cristo, acudieron a la presencia del gobernador como ovejas al matadero. 7. Mirándolas les preguntó con zalameras palabras si tenían un padre muladí. A esto la mayor le respondió: «No sabemos sobre lo que nos preguntas. Nosotras sólo somos cristianas y adoramos a Cristo, Hijo de Dios. Por lo que se refiere a nuestro padre, si fue muladí según vuestras creencias o fue cristiano, lo ignoramos completamente, porque nos dej� pequeñitas en manos de nuestra madre al morir. Y nosotras, siguiendo el ejemplo de nuestra madre durante la vida, hacemos lo que vimos que ella hacía. Después que nuestra madre murió en la fe de Cristo, ambas hermanas quedando en nuestra casa, aunque hu�rfanas seguimos siendo cristianas hasta hoy y permaneceremos firme y fielmente hasta la muerte en la fe de Cristo. El gobernador, al oír esto, halagándolas empezó a aconsejarles diciendo: «Convert�os a nuestra fe y tendr�is honor y vida». Ambas respondieron: «Tienes el poder. Haz lo que te guste. Pero nosotras haremos como nos enseñó nuestra madre». 8. Cuando el gobernador conoció bien su constancia, las mandí volver a su casa sin castigos, [puesto que por ser jovencitas, no debía aplicarles los rigores de su crueldad]. Volviendo pues, a su casa se alegraban del cansancio del camino como anticipo del martirio y animándose en el amor de Cristo, se confortaban más y se robustecían mejor y más sabiamente en el amor de Dios. Cuando reconocían en su camino a sacerdotes o a siervos de Dios, les preguntaban con afán y muy insistentemente cómo perseverarían en la fe de Cristo. Iluminadas, sin embargo, por el Espíritu Santo pedían día y noche con súplicas, lágrimas y ayunos a Cristo, Hijo de Dios, la perseverancia en la fe de su propósito hasta el fin. 9. Mientras esto suced�a, el pariente más enardecido en el celo de su locura se dirigió al rey Zumael 7, a quien el rey de Hispania había enviado en calidad de gobernador y vicario a la ciudad de Huesca, (tal era la costumbre de los califas de Córdoba, que a los que enviaban como gobernadores con cargo anual a cada ciudad, inmediatamente sus súbditos los llamaban reyes; antes eran denominados «duces», «prefectos» o �proc�nsules�) y empezó a acusarlas no como pariente sino como enemigo y a decir que tenía unas parientes hu�rfanas, de padre muladí, pero que ellas eran cristianas. Cuando el rey oyó esto, ordenó que con toda rapidez fueran traídas a su presencia para, cumpliendo la ley del profeta, castigarlas y por ello ser grato a Dios, a fin de que se cumpliera lo que dice el Señor: «Todo el que os da muerte, pensar� que presta un servicio al Señor» 8. A las santas siervas de Dios, que caminaban con los pies descalzos, las animaban los que las conocían a que se mantuvieran firmemente en la fe en que se habían iniciado. La gracia del Espíritu Santo en ellas era, en efecto, tan viva que se cumplía aquel divino canto de la santa Iglesia: ¿Por eso las jovencitas est�n enamoradas de ti; ll�vanos tras de ti, porque corremos hacia el olor de tus perfumes� 9. 10. Y habiendo sido llevadas a la presencia del gobernador, tan pronto como, reparando en ellas, las vio, se dirigió a ellas hablando por medio de un intérprete: «¿Por qué os atrev�is a abandonar la fe de vuestro padre y a haceros cristianas estando bajo nuestra jurisdicción? Como sois jóvenes y no sabéis bien qué debóis creer, por eso os equivocáis. Pero volved a nuestra fe, para que viváis con nosotros siempre, y os daremos maridos nobles para casaros y ser�is ricas y honradas, como nuestros vasallos, que tienen la fe de nuestro profeta, y no morir�is». Las santas vírgenes de Dios contestaron: «Somos cristianas. Creemos en Cristo, Hijo de Dios y lo adoramos, como nuestra madre nos enseñó y educ�. Y ahora por la fe de Jesucristo deseamos morir en seguida para vivir con Cristo eternamente felices y no vivir con vosotros durante un breve tiempo aquí y luego ser atormentadas en el fuego del infierno eternamente». 11. Cuando el gobernador oyó estas palabras a través del intérprete desde su trono sobre el que estaba sentado, ordenó que fueran entregadas bajo custodia atenta a dos casas leales a Él, pero desleales a Dios, para que, repartidas en casas diferentes y separadas, no tuvieran ninguna posibilidad de verse y hablar, al objeto de que pudieran ser engañadas más fácilmente. Pero, a pesar de estar abandonadas y separadas por causa de su nombre, no permitió que fueran engañadas ni que se doblegaran Aquél, que en su evangelio dijo: «Vine a traer fuego a la tierra. Quiero que arda 10. Cuando os entreguen por mi causa, no pens�is cómo o qué vais a decir» 11. Y en otro pasaje: «No os dejar� huérfanos» 12. 12. Recibidas, pues, las santas mártires de Dios bajo vigilancia privada, los guardianes no negaron a sus huéspedes ni comida ni bebida, pero dirigiéndoles la palabra todos los días, unas veces con promesas, otras con amenazas trataban de agotarlas, diciéndoles: «¿Qué haces? Tu hermana ya ha dado su asentimiento a la ley y al rey. Tú, en cambio, ¿por qué te retrasas en creer? «Es que no es mejor vivir que morir de mala manera?. Estando situadas cada una en sitio diferente, les decían engañosamente estas mismas palabras o parecidas o diferentes. Pero a las mártires de Dios, situadas firmemente sobre la roca de la fe, no pudieron apartarlas del propósito de la santa fe ni los vientos desencadenados de las palabras, mejor dicho, de los demonios, ni la lluvia de la tentación, ni el río de las amenazas; por el contrario, entre ayunos, vigilias y oraciones encomendaban encarecidamente a Cristo el triunfo de su combate, y lo que antes en la iglesia habían oído a los lectores, lo comentaban en el fondo de su corazón y decían: «¿Quién nos separar� del amor de Cristo, la tribulación o la angustia o la persecución, etcétera? 13. En verdad que ni la vida ni la muerte nos apartar� del amor de Dios». Sometidas a este combate de la tentación perseveraron cuarenta días, al cabo de los cuales vimos cumplidas aquellas palabras del Señor: «Como el lirio entre los cardos, es mi amada entre los muchachos y las doncellas» 14. 13. Al cumplirse los cuarenta días de las tentaciones, una noche antes del día de la partida para la ejecución, saliendo Santa Alodia a orar, iluminada por un rayo de luz celestial, empezó a rezar con más fervor, de modo que la hija del hospedero y guardión asignada a ella consintió su salida para escuchar sus palabras. Habiendo salido fuera vio una luz que irradiaba sobre ella mientras oraba. Entonces asustada y corriendo adentro dijo a su padre: «Ha salido fuera la prisionera y de pie rodeada de fulgores habla sola». Su padre le contestó: -D�jala. El Demonio, que se le ha aparecido y la tiene posesa, habla con ella y la engañan. Después de la oración la santa, al rayar el domingo, suplica ver a su hermana. El guardión consiente al punto y le permite unirse a su hermana. Unidas mutuamente en ósculo de paz se fundieron en recíprocos abrazos y después, la mayor haciendo una señal a la pequeía le dijo: «Hermana, �crees estar firme en la fe, que prometimos a Cristo?. Santa Alodia le respondió: «Sin duda, hermana. Como al principio, creo firmemente. No tengas la menor duda de que har� en vida y en muerte, siguiendo tu ejemplo, todo lo que hicieres». Y añadió: Ayunemos y recemos, porque mañana moriremos y atravesadas por la espada subiremos al cielo». 14. Al día siguiente, enviando el gobernador a un mensajero, mandí que se presentaran ante su palacio. Por medio de un intérprete les dijo las mismas palabras que antes había pronunciado: que se convirtieran a su ley. Si hacían esto, recibirían honores del rey: oro, plata, vestidos y ornamentos, sobre todo, aquello, por lo que suele entusiasmarse la coquetería femenina, y además recibirían maridos ricos y nobles. Como las vírgenes de Dios y santas matronas despreciaran todo esto, respondieron: «Aunque nos prometieras cien veces más, lo despreciaremos y rechazaremos como inmundicia y estiércol�. Lleno de cólera las conmin� diciendo: «Si no dais vuestro asentimiento, mandar� que os atraviesen con la espada». Las siervas de Dios fijando en Él su mirada le contestaron: «Haz lo que quieras. Estamos dispuestas a morir, pero nunca negaremos a Cristo, en quien creemos. [Es mejor para nosotras morir] que, por vivir con vosotros, estar muertas». 15. Vivía entonces un hombre apóstata, que después de abandonar su sacerdocio renegó del Hijo de Dios y se convirtió espontáneamente al paganismo de ellos. El rey ordenó entregarle a las mártires de Dios para que, como Él, lograra que ellas negando a Cristo fueran apóstatas. levándolas aparte les habl� así: «¿Qué hacéis, jovencitas? ¿Por qué corr�is hacia la muerte prematuramente? Decid sólo: «Seremos muladíes, como ordena vuestra ley�, y vivir�is. Yo, en efecto, fui sacerdote en mi tierra y me hice muladí para poder vivir bien entre estos. Ahora vosotras obrad de igual modo para vivir ahora y ganar esta vida y después har�is lo que os venga en ganas». 16. En respuesta le dijeron: «Si tú por una vida miserable has renegado de Cristo para vivir aquí en la carne por poco tiempo, nosotras, en cambio, deseamos morir aquí para vivir eternamente en su reino». Tratando de halagarlas otra vez, les dijo: «No actuéis así. Escuchadme y os ir� bien. Voy a enviaros a dos o tres y decidles: Creemos en vuestra ley. Ellos al oír esto, testimoniarán ante el rey sobre vosotras que sois ya creyentes y en seguida os soltar�. Después, si quer�is, o bien vivir�is como cristianas o bien os refugiar�is en los montes, donde viven los cristianos. Pero no mumáis ahora». Santa Nunil�n le respondió: «Dinos, pues, si vamos a morir alguna vezó «Sin duda morir�is», les respondió Él. Ella nuevamente le preguntó: «Entonces es mejor y más deseable para nosotros morir fieles y puras por Cristo y entrar en el Reino de los Cielos para recibir la gracia de Cristo y vivir con todos los santos en la vida eterna, que vivir ahora y después ir al infierno manchadas e impuras». 17. Después que aquel apóstata y desertor de Cristo oyó tales palabras, volviendo al lugar dijo a todos: «Haced lo que os plazca, porque no conseguimos nada». Como las interrogaran por tercera vez y ellas no asintieran, sino que se mantuvieran en la misma constancia, entonces el rey ordenó al lictor: �M�talas con la espada y decap�talas». El lictor preguntó al rey por tercera vez si debía atravesarlas con la espada y al oír por tercera vez que las traspasara dijo a la mayor: «Coloca tu cabeza». Al verlo Santa Nunil�n dijo a su hermana pequeña: «Procura, hermana, no obrar de distinta manera a como yo voy a actuar�. Santa Alodia le respondió: «No tengas miedo, hermana, de que yo act�e de otro modo». E inmediatamente Santa Nunil�n, adelantándose con decisión, recogiendo el cabello de su cabeza y atándoselo dijo: «Da el golpe cuanto antes». Y levantando la espada la hundió sobre ella, no en medio de la cabeza sino en las mandíbulas, por lo que no logr� cortar totalmente su cabeza. Al caer su cuerpo en tierra, quedaron un poco al descubierto sus piernas. Cuando su hermana vio esto, rápidamente la cubrió estirando su vestido. Hecho esto, la multitud quedó admirada, los fieles se maravillaban, los paganos quedaban sobrecogidos. El malvado rey dijo al verdugo: «Deja ahora. No hieras». Entonces dijo a Santa Alodia: «¿Qué ganarás, si mueres? Hazme caso y vivirás con nosotros con mucho honor�. La mártir respondió a esto: «No asentir�. Date prisa; m�tame, para no vivir sola».Y al levantar sus ojos vio el alma de su hermana en forma de paloma, rodeada de ángeles y le decía: «Espérame, hermana, espérame un poco». «Oh maravilloso poder del Altísimo! La niña que no pudo guardarse de la espada destellante desde lejos, no la temi� cuando iba a caer sobre su propia cabeza, sino que cogiendo un lienzo fino de lino, con que se vest�a, lo at� a sus rodillas y recogiendo sus cabellos se enjugó la cara y doblando sus rodillas sobre el cuerpo de su hermana se ofreció al verdugo, que de un tajo le cort� la cabeza. Y así las mártires consumaron victoriosas en paz su martirio el mismo día, a la misma hora, el viernes 21 de octubre 15. 18. Pero no debe a mi juicio pasarse en silencio lo que los impíos hicieron en sus cuerpos muertos. Sus cadáveres, en efecto, fueron abandonados dentro de la ciudad a las aves y a los perros, para que los perros, como es costumbre, devoraran al instante los cadáveres de las mártires. Pero �oh maravilla! Al punto llegaron y ni siquiera las lamieron, ni las moscas se posaron en sus ojos ni en ninguna parte del cuerpo por la ayuda del poder de Dios. 19. Al ver esto los impíos, enloquecidos, dominados por un odio mayor, las llevaron sobre un jumento fuera de la ciudad, atando una cuerda a sus pies. Primero a una y después a la otra las llevaron a un lugar, que se llama las Horcas 16 y tirándolas las abandonaron, para que las distintas aves las devoraran más a su gusto. Pero inmediatamente una bandada de cuervos, milanos y otras aves, pese a que se posaron en tomo a los cadáveres, ninguna de ellas, sin embargo, las tocó, ni las prob� y ni siquiera se acercó a ellas. Entonces los que estaban presentes maravillados vieron dos buitres grandes que venían volando y las aves, que estaban posadas, inmediatamente remontaron su vuelo. De este modo en lo sucesivo no pudo verse que quedara allá ni una sola. Después algunos cristianos recibieron permiso y cubriéndolas con un lienzo las enterraron en aquel mismo lugar. 20. Pero no faltaron las maravillas de Dios. En efecto, por la noche estando en vela, hasta los paganos vieron brillar sobre ellas luces destellantes y fueron a anunciarlo al rey. El miserable, dirigiendo su mirada, las distinguió al instante, pero de nada le sirvió. Y para que los cristianos no se las llevaran, colocó en seguida centinelas. A la noche siguiente algunos clérigos deseando llevarlas de allá y acercándose al lugar con menos precaución que piedad, a punto de ser apresados por los centinelas, a duras penas lograron escapar de las emboscadas huyendo. Al conocer esto el malvado rey dio orden al día siguiente de desenterrarlas y volverlas a llevar a la ciudad. Esto se llev� a cabo. Y dio orden de que en una profunda hoya fueran escondidas más que enterradas bajo un montón de tierra y que colocaran encima piedras de tamaño enorme. Pero no se vio ningún amoratamiento, ninguna mancha, ningún desgarramiento del cuerpo, y como muchos cuentan, a menudo vieron allá mismo por la noche destellos luminosos resplandeciendo por la intervención de Dios 17. 21. Y aunque parezca que sus cuerpos fueron enterrados sin honor, a los ojos de Dios est�n dignificadas y gloriosas. Si alguien de corazón sencillo y piadoso se pregunta: Dios, que en las pasiones de muchas vírgenes muestra muchos y distintos milagros ¿qué causa hubo para que en la muerte de éas no manifestara ninguna señal de milagro?, [hay que creerlo sin vacilación], sin duda, Dios no quiso manifestar ninguna maravilla en éas, porque ningún pagano de ese tiempo merecía ser llamado a la fe de Cristo. El discreto lector, sin embargo, advierta y piense que por ellas Dios realizó mayores y más grandes signos, cuando mayor número de paganos mereció ser recogido y atraído a la fe de Cristo. Por nuestra parte veamos que es un hecho grande y espléndido, cuando los ignorantes y sin cultura entregan por Cristo sus cuerpos para ser atravesados por la espada, sin miedo y sin vacilación y desean unirse al número de aquellos, de los que se ha escrito: «No amaron sus vidas hasta la muerte». Creemos, pues, que por la misericordia de Dios y por su clemencia llegaron finalmente al título de honor, porque como dice San Jer�nimo: «Desde los tiempos de Adriano hasta el imperio de Constantino a lo largo aproximadamente de ciento ochenta años se daba culto a la estatua de J�piter en el lugar de la Resurrección y en la roca de la Cruz a una imagen de Venus, puesta allá por los gentiles, imaginándose, sin duda, los autores de la persecución que nos iban a quitar la fe en la Resurrección y en la Cruz, si manchaban los lugares santos por medio de los ídolos». 22. El Señor sin embargo, recibió a sus mártires en la paz. A Él el honor y la gloria, la virtud y el poder por los siglos de los siglos. Amén. *. Riesco Checa, Pilar, Pasionario Hispánico. Ed. Universidad de Sevilla. Sevilla, 1995, pp 286-305. 1 La pasión de
estas Santas fue redactada poco después de la fecha de su martirio (851)
(cf. J. Gil, �En torno a las Santas Nunil�n y Alodia�, Revista de
la Universidad de Madrid n. 74, p. 103-140). |