La Ermita. Rito hispano-mozárabe

TEXTOS LITÚRGICOS

RITO HISPANO-MOZÁRABE

Pasionario

 

PASIONARIO HISPÁNICO (*)

EMETERIO Y CELEDONIO

Pasión de los santos mártires Emeterio y Celedonio, que sufrieron martirio en la ciudad de Calahorra el día tres de marzo 1.
R/. Gracias a Dios.

2. Aunque la antig¨edad de las primitivas pasiones, en las que son celebrados los santos mártires Emeterio y Celedonio, echa el velo del olvido sobre la verdad de los hechos, no obstante, como el honor persistente de sus méritos, digno de ser proclamado en su propio silencio, ni debe ni puede quedar oculto, la celebración de la alabanza debe ocupar a los escritores, la cual, aunque incomparable en dignidad con la gloria del cielo, sin embargo, frente al silencio envidioso de aquellos tiempos 2, ha de ser celebrada por la liturgia de cada año con súplicas solemnes. Esta liturgia se ha basado en sus méritos, comprobados por innumerables ejemplos, con el fin de que los oficios sagrados del oferente den comienzo a lo que no pueden alcanzar los méritos del panegirista. Este servicio hay que valorarlo no por las palabras, sino por los deseos. En cierto modo es mayor el resultado de la incapacidad, porque la capacidad de juzgar desaparece con el amor y siempre es pródigo y despilfarrador de sus sentimientos de vergéenza el amor, que no piensa en sus posibilidades, con tal de conseguir lo que quiere. T�ngase por logro el intento, como si la osadía fuera lo perfecto, ya que la pobreza del que narra se esconde bajo el cúmulo de merecimientos de los santos y lo que no puede conseguir con sus loas no teme que le sea imputado. Así inicia sin preocupación su narración quien se excusa con la gloria extraordinaria que va a exponer. Ni siquiera el odioso olvido logr� borrar la continuidad de la tradición, sino que una parte persistente de la tradición, reviviendo al paso de los años, se fue desarrollando de modo que fácilmente puede deducirse, a partir de lo que se transmite, cuán extraordinario es lo que queda oculto. Hay que seguir el desarrollo de la tradición y la exposición admirable de su gloria, de tal manera que lo que la palabra no logra en la forma, lo consiga la narración en la verdad.

3. Dice la tradición que fueron soldados legionarios y que realizaron los primeros años de milicia, donde ahora la denominación antigua del campamento da el nombre a la ciudad 3. Y cuando todavía Galicia, unida a la provincia tarraconense, pertenecía a Hispania citerior, reson� el estallido funesto de la trompeta de los gentiles para ensañarse con persecución rabiosa contra la fe del pueblo cristiano. He aquí que la tradición nos abandona y queda en silencio, aplastada la gloria de hechos tan extraordinarios. Pero hasta el olvido de ellos resulta vano, ya que la fe infunde en los corazones de los creyentes lo que el silencio negó a los oídos de los oyentes. Así pues, bien que fueran delatados por las obras de su vida anterior, que habían llevado al servicio de Dios, príncipe de todos, todavía en el campamento mundanal, bien que inspirados por el fuego repentino del Espíritu Santo, dejando de lado las armas del mundo, se aprestaran a este combate, en ambos casos fueron bienaventurados, en ambos gloriosos, porque o bien desde un principio siguieron a Dios o bien fueron elegidos por Dios para ganar los anhelados premios.

4. Pero �d�nde sospechamos que estuvo este lugar del martirio, si la ciudad de León est� situada a una larga distancia de él? «Debemos creer que fueron traídos aquí a la fuerza o que vinieron por propia voluntad? Hagamos una conjetura en la doble posibilidad, para ver en cualquier caso la señal extraordinaria y sublime. Considera de un lado la tormenta de la persecución, los naufragios en la fe en medio del oleaje encrespado. Movidos por los rumores se pusieron en marcha por el ansia de la palma brillante. Hay que situarlos, sin duda entre las primeras dignidades del Reino de los Cielos, porque sin ser requeridos se presentaron al martirio. Es deseo sobresaliente precipitarse con entusiasmo en medio de los instrumentos de tortura, cuando no se considera pecado esconderse 4.

5. En estos términos creo que uno habl� al otro: «Hace ya tiempo, hermano querido, que militamos en esta inútil milicia del mundo, en la que sólo el licenciamiento es descansado y queda limitado a un cortísimo espacio de tiempo. Vayamos en pos de las banderas victoriosas del Rey verdadero. Ya es inminente el combate por la fe. Ahora tenemos la ocasión de ascender de grado militar; que el veterano del mundo acepte el puesto de recluta en el Cielo; abandonando las armas de los hombres, armémonos con las armas de Dios, que no se hiendan en las batallas ni se quiebren rotas por endebles espadas. En seguida notaremos que estamos más fuertemente armados, cuando los estandartes del nombre del Señor alzados se lancen contra el enemigo, al que hemos de vencer. Proteja nuestro pecho intrépido la coraza de la fe, entretejida con la obra de las virtudes, cubra las partes vulnerables la fe, presentando el escudo de la esperanza con protección impenetrable. Los cascos, apoyándose mutuamente en la caridad, levanten las crestas erguidas de sus penachos. La profesión de fe resonante hiera con sus dardos por todas partes al Enemigo 5. Estas son nuestras eternas defensas, éos los escudos realmente bajados del Cielo, mal interpretados por el error del paganismo».

6. Y mientras el uno iba exponiendo estas ideas, el otro, creo que porque le exhortaba demasiado, le increp� diciendo: «Hermano, no vaciles en asociarme a tus planes decisivos. «Así me conoces por la vida vivida en común, para que te parezca que debo ser animado para la gloria celestial? Probemos más bien esto con hechos, cortando nuestra conversación, y vayamos en busca del Enemigo de la fe que se esconde, dondequiera que est�. Mi ánimo est� ardiendo en deseos de emprender el camino. Propio de la fe tardía es el ser presentado» 6.

7. Pero, como hasta aquí hemos pensado que llegaron por su voluntad, consideremos ahora que fueron traídos a la fuerza 7. ¿Por qué fueron considerados aptos para el martirio quienes militaban la milicia de este mundo, si no les delatara su anterior vida ejemplar? Sin duda habrían podido, allá mismo apresados, sufrir la última pena, si no se hubiera creído que podrían ser sometidos a castigos más graves a causa de la constancia en la profesión de fe. Queda patente el valor extraordinario de las virtudes de aquellos a quienes se aplaza por tanto tiempo la pena capital. ¿Cuántas veces volvieron a caer sobre ellos los castigos de la cruel persecución al pasar por tantas ciudades, se renovaron las trayectorias de las heridas y a menudo se difirió la sentencia para acrecentar el dolor, al objeto de que la formación de las cicatrices reavivara la brutalidad de los verdugos! ¿Cuántas veces, recobrada la salud mediante la moderación en los castigos, se insistió en atormentarlos más duramente, para que se acrecentara en los tormentos lo que cesaba en la tortura! ¿Cuántos tipos de torturas ideó la crueldad artera y engañosa, para que un nuevo medio de castigo encontrara lugar en un cuerpo tantas veces lacerado! ¿Cuántas veces, creo, los garfios sucedieron al fuego, cuántas el fuego a los garfios, para que aquel cerrara las vías abiertas a la sangre y éos abrieran las señales cicatrizadas de las heridas! De una forma podemos resumirlo todo: que es capaz de soportar todos los males del verdugo que se ensaña, quien por tanto tiempo se mantiene haciendo profesión de fe. ¿Cómo o de qué forma hemos de considerar el hecho de que no se halle ningún otro mártir de esa época? 8 ¿Qué gran cosa se ofreció a la cólera del perseguidor por el hecho de que sólo éos confesaran a Dios, mientras todos lo negaban! ¿Qué agudos aguijones de violencia lanzan los paganos contra aquíllos, a quienes juzgan obstinados, porque se resisten! La crueldad no se extiende a muchos, ni saciada por el castigo de muchos se cansa. Sólo dos soportan todo lo que ha sido dispuesto para multitudes. Nadie puede insistir en la tortura con mayor violencia que el que cree que no debe ser vencido por pocos.

8. En medio de tales y tan grandes suplicios �cu�les creemos que fueron las palabras de los valientes mártires? ¿Cuáles las manifestaciones de los milagros celestiales? Arrastrados por las cárceles durante tan largo espacio de tiempo, no les afectaría la incuria de la prisión, la macilencia no los agotar�a, no los afearía la palidez, el dolor no afligiría sus sentidos, sino que su aspecto inalterable y hermoso, en medio de los rebuscados instrumentos de tortura de sus miembros, se burlaría de la inútil insensatez de su loco furor. ¿Cuántas veces, creo, en medio de las amenazas apremiantes y la fe de los que hacían la profesión, se oyó una voz de ánimo desde el cielo! ¿Cuántas veces, al aplicar los verdugos los hachones encendidos, brill� un fuego, que testimoniaba la fuerza de la luz de Dios!

9. Puede comprenderse sin duda cuántas maravillas sucedieron en aquel tiempo gracias a aquíllos, cuyas actas la envidia de los gentiles temi� que se transmitieran a la posteridad. Pienso, en efecto, que el juez de aquel tiempo habl� así a sus colaboradores: «Escuchadme, servidores míos. Con nuestros propios ojos hemos visto maravillas inenarrables y, aunque no queramos creerlo, hemos quedado sobrecogidos. Con nuestros propios oídos hemos escuchado los insultos hirientes de lenguas tercas. Hemos visto que los torturados han sido más fuertes que los torturadores y, aunque de acuerdo con los edictos de nuestros príncipes nos lanzamos a torturarlos, sin embargo, tuvimos que poner término a los tormentos con vergéenza pública de crueldad. Escapemos al menos de la mofa del tiempo futuro; que ninguna época pueda leer esto, que ningún texto lo conserve, para que la fe de los cristianos nunca pueda apoyarse en el ejemplo de éos, ni puedan engrandecer con su extraordinaria virtud la gloria del Señor 9. Tenga nuestra persecución alguna ganancia, si el fuego destruye estas actas».

10. «De qué te sirve ahora tu maldad, paganismo loco y necio? No quisiste que supi�ramos lo que creemos. Permanece intacta la fe de los que creemos, aunque los documentos escritos est�n sepultados. El que tiene conocimiento de Dios, sabe que siempre lo puede todo. El fraude del Enemigo no pudo sustraer lo que los ojos de la multitud, que aplaud�a, contemplaron después de la promulgación de la pena capital. Dicen, en efecto, que cuando iban al lugar para consumar el martirio, lanzaron al cielo, como símbolos, los premios de la futura recompensa: uno lanzó al suave aire el pa�uelo, el otro el anillo. Y la alta morada del Señor acept� las prendas de la victoria, llevadas al impulso del viento, sin valorarlas por su apariencia de pobreza, y abrazó complacido las ofrendas anticipadas del doble compromiso; una que era signo de fidelidad y la otra de alabanza 10.

11. «Salve, soldados de Cristo, salve, noble pareja! Que la alegría del coro celestial acompañe estas fiestas solemnes, merecedoras de honor. Este día, pues, no pondría obstáculos para celebrarlo solemnemente cada año el desterrado en las Sirtes de los G�tulos, si el desierto no estuviera privado de la asociación humana o lo que es peor que el desierto, la barbarie que vive en su contorno 11. Esto es lo que no pudo arrancar el cruel enemigo: aquí donde pens� que había vencido, consagr� las tumbas de sus cuerpos y las huellas impresas de su veneranda sangre 12. En efecto, todo esto, que mereció ser adornado con la palabra elocuente de otros, los santos mártires de Dios lo hubieran inspirado al esfuerzo de hombres elocuentes, si no hubieran reservado la ofrenda de un pequeño don, por humilde que sea, a los servicios de este sacerdote.

12. Con el auxilio de Dios Padre y de Jesucristo su Hijo que vive y reina en la unidad del Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.


*. Riesco Checa, Pilar, Pasionario Hispánico. Ed. Universidad de Sevilla. Sevilla, 1995, pp. 117-127.

1 Pasión tardía de composición retórica y tono homilético, fue redactada a principios del siglo VIII. Cf. Fábrega, P.H. I, 123-124; y C. Rodríguez, El culto de los santos, p. 323-324.
2. Sufrieron martirio ciertamente antes de la persecución del 303 porque sus actas, según testimonio de esta pasión y Prudencio (Perist. I, 73-78), forman parte de los documentos cristianos que fueron destruidos al principio de la persecución por orden de Diocleciano.
3. Según el texto de la passio fueron soldados en la ciudad de León. Es muy probable que pertenecieran a la Legio VII Gemina como soldados destacados en Calahorra (cf. García Villoslada, Historia, p. 70 y ss.).
4. Cita este pasaje Eulogio de Córdoba: Et idcirco, ut quidam sapientium meminit, 'inter primas dignitates regnorum caelestium sunt ponendi qui ad passionem uenerunt non quaesiti, et excellentis uoti est inter tormenta prosilire, ubi non est criminis latuisse' (Memor. I, 24).
5. Eul. Memor. I, 22.
6. Eul. Memor. I, 22.
7. En un primer momento de la persecución de Diocleciano se dict� un edicto general que obligaba a todos los soldados cristianos a renunciar a su religión o a abandonar la milicia (Lact. De mort.persec. 10). En el 295 fue martirizado en Numidia el soldado cristiano Maximiliano y en el 300 el centurión Marcelo. (G.Villada, Historia I, 1º, p. 262 y ss).
8. El martirio de estos dos soldados se inscribe dentro de la depuración militar que precedió a la gran crisis del 303. Sin embargo Prudencio parece situarlos en una persecución general (301 ✝ 303), Perist. I, 43-47. (cf. Allard, Storia critica vol. IV, p. 126 y ss.).
9. Alusión a las medidas tomadas por Diocleciano en el año 303 para destruir los libros religiosos de los cristianos en el primer edicto general de persecución. También se ordenaba la destrucción de las iglesias y la privación de cargos, títulos y dignidades a los cristianos. (Cf. B Llorca, Historia de la Iglesia I, Madrid 1950, p 319).
10. Este episodio es recogido por S. Gregorio de Tours (In gloria martyrum c-I, 92) que cita también los versos de Prudencio (Perist I, 79) Volvemos a encontrarlo en la oración compuesta por S Isidoro de Sevilla para el oficio de los dos mártires.
11. Fábrega considera esta frase alusiva a los árabes. El pueblo gétulo (africano) ahora peregrino no impediría la celebración del aniversario de estos santos, mientras los fieles no los abandonaran (Fábrega, P. H. I, p. 123). De ello deduce que el texto fue compuesto después del 711.
12. Los restos de ambos santos se veneraron en la ciudad de Calahorra (cf Calendario de Recemundo, 3 marzo), siendo luego trasladados a Cataluña. En el s. XIV se encuentran en un pueblo de Urgel llamado Sell�s (cf. J.L. Villanueva, Viage literario a las Iglesias de España VIII, Madrid 1803-1852, p. 195-198).

 

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