TEXTOS LITÚRGICOS
RITO HISPANO-MOZÁRABE
Pasionario |
PASIONARIO HISPÁNICO (*) JUSTA Y RUFINA Pasión de las santas
vírgenes Justa y Rufina, que sufrieron martirio en la ciudad de H�spalis
bajo el gobierno de Diogeniano el día diecisiete de Julio
1. 2. Es grande y muy digna de alabanza la perseverancia en la virtud, que se corona con el sufrimiento del martirio. Justa y Rufina, débiles y frágiles por su sexo femenino y muy humildes por su estrecha pobreza, pacientes, castas, religiosas, se ocupaban de su casa sin tener nada, pero poseyéndolo todo 2. Tenían la ocupación de vender vasijas de barro 3, con cuya ganancia remediaban la indigencia de los pobres y se procuraban lo que era suficiente para el alimento del día y el vestido. Se entregaban con pureza a la oración cotidiana. Sabían que se ofrecían con devoción a Dios no en vano ni inútilmente. 3. Pero como siempre el viejo Enemigo lanza las llamas de su rivalidad y envidia contra los siervos y siervas de Dios, les impone castigos terribles para descarriar con esos tormentos crueles sus ánimos bien resueltos, les amenaza con sus garfios y espadas para aterrar sus almas inocentes y perturbar sus corazones consagrados a Dios. Pero, a quienes estaba destinado en una lucha tan grande un castigo terrible, al mismo tiempo también les estaba preparada la victoria. Era ya inminente el tiempo del combate glorioso y apremiaba la prueba divina de la lucha por el Cielo, y se preparaba el esfuerzo del combate del espíritu y no podía aplazarse por más tiempo el espectáculo de Dios. 4. En medio de estas cosas, que Dios realizaba, cuando las Santas Justa y Rufina se ocupaban de vender las vasijas, se les presentó una imagen monstruosa y enorme, a la que la multitud de los descarriados gentiles llama Salambó 4, pidiéndoles que le dieran alguna limosna. Ellas se resistieron y no querían d�rsela, diciendo: «Nosotras adoramos a Dios, no a ese ídolo hecho a mano, que no tiene ojos, ni manos, ni pies, ni espíritu vivo en sí mismo; pero si necesita alguna limosna o sufre escasez, que lo reciba de nosotras; pues de otro modo no se lo damos». 5. Pero aquíl, que oculto bajo el aspecto del Diablo transportaba al ídolo en sus hombros, se lanzó tan violentamente que destrozó y rompi� totalmente todas las vasijas que las Santas Justa y Rufina tenían para vender. Aquellas mujeres religiosas y nobles, sin conmoverse por el perjuicio de la pérdida, sino a fin de destruir un mal tan grande, empujaron al ídolo y al instante cayá a tierra hecho pedazos. Entonces parecía que se había cometido un sacrilegio, se divulgaba por boca de los gentiles y las proclamaban reas de un crimen tan grande y merecedoras de la muerte 5. 6. Era gobernador en aquel tiempo Diogeniano, entregado a la religión y al culto pagano. Al llegar a sus oídos la noticia de este hecho, mandí que las piadosas mujeres fuesen inmediatamente encerradas en una estrechísima mazmorra y que fuesen conducidas a la ciudad de H�spalis, poniéndoles centinelas apropiados y en gran número. Habiendo llegado a dicha ciudad, manda que se las doblegue por el miedo a los suplicios de los torturadores. Así pues, se hace comparecer a estas mujeres piadosas y consagradas a Dios ante la presencia del crudelísimo juez Diogeniano; y al no haber llegado aún por retrasos del viaje el madero de tormento de los reos, manda sacar las telarias, para que no se enfriara la crueldad de tamaía locura, si se interponía algún retraso. Inmediatamente son colgadas, no para su castigo, sino para su gloria. Da la orden de que sean desgarradas con los garfios. Sus entrañas se teñían de sangre purpúrea, pero eran anticipo del martirio. El interrogatorio del gobernador declaraba que habían cometido sacrilegio, pero la profesión de fe de las santas mártires no invocaba otra cosa que a Cristo, Señor de todo lo creado. Al verlas Diogeniano alegres en sus rostros y exultantes en sus ánimos gozosos, como si no hubieran sufrido ningún dolor, dice así: «Atormentadlas todavía más, con mayor dureza, con la cárcel y con hambre». 7. Algunos días después, habiendo decidido Diogeniano ir a un lugar de Sierra Morena 6, ordenó que las santas mujeres fueran con los pies descalzos por lugares ásperos y escabrosos 7. A ellas, que tenían los pies calzados con el evangelio de la paz, nada les parecía duro, nada áspero, sino que pisaban todo aquel camino como polvo. Entretanto, siendo ya inminente el tiempo de merecer la victoria y no pudiendo diferirse por tantos tormentos la corona merecida y debida a Dios, Santa Justa exhalando su alma en la cárcel, encomendando su espíritu puro y consagrado a Dios lo ofrend�. Cuando el carcelero inform� de esto al gobernador Diogeniano, mandí arrojar su cuerpo a un pozo de mucha profundidad 8. Al enterarse de este hecho entonces un hombre religioso que también era obispo, Sabino 9, sacando el cuerpo de Santa Justa del pozo, lo enterr� en el cementerio de H�spalis con honores. 8. Santa Rufina, que se había quedado en la cárcel por orden del gobernador Diogeniano, después que le quebraron el cuello, entregó su espíritu consagrado a Dios. Mandó llevar su cuerpo al anfiteatro, para que allá fuese quemado con llamas horribles. Su cuerpo, consumido por el fuego, pero consagrado a Dios, fue sepultado con igual honor. De este modo las santas mártires, iguales en su pasión, aunque distintas en la muerte, consiguiendo la bienaventuranza de la misma gloria, esperan la r�pida felicidad del Cielo. Ellas que merecieron ser colocadas en el seno de Abraham 10, son dignas de ser veneradas. 9. Reinando Nuestro Señor Jesucristo, que recibió a sus mártires en la paz. A Él el honor, la virtud, el poder por los siglos de los siglos. Amén. *. Riesco Checa, Pilar, Pasionario Hispánico. Ed. Universidad de Sevilla. Sevilla, 1995, pp. 143-149. 1.
Fábrega cree que esta versión, la más antigua de cuantas nos han
quedado, debió de escribirse en el s. VI o VII sobre otra versión
sucinta escrita por un testigo ocular en el s. III o IV (P.H. I p. 136).
El martirio se sitía a fines del s. III o principios del IV. Según el
Breviario antiguo Hispalense el martirio de estas santas tuvo lugar bajo
Diocleciano y Maximiano en el año 287. |