TEXTOS LITÚRGICOS
RITO HISPANO-MOZÁRABE
Pasionario |
PASIONARIO HISPÁNICO (*) EULALIA DE BARCELONA Pasión de Santa Eulalia,
que sufrió martirio en la ciudad de Barcelona bajo el gobierno de
Daciano el día doce de Febrero
1. 2. En aquellos días Santa Eulalia, ciudadana y habitante de Barcelona, de noble linaje, desde su más tierna edad amaba a nuestro Señor Jesucristo con todo su corazón. Vivía con sus padres en una finca propia, que estaba situada un poco lejos de la ciudad. Sus padres la amaban con profundísimo afecto a causa de su humildad y de la sabiduría que mostraba, impropia de sus años y porque ella, manteniéndose firme en un solo propósito, no hacía otra cosa sino servir al Señor, entonando himnos de alabanza en una apartada celda en compañía de otras jóvenes, que había atraído junto a sí. 3. Habiendo llegado a los años de la juventud llevando esta vida, se desat� una violenta persecución contra los cristianos por parte de los insensatos gobernadores de manera que, si alguien se negaba a realizar sacrificios, era condenado a muerte con diversos tipos de tormentos. El gobernador Daciano llegando a la ciudad de Barcelona hizo sacrificios a los dioses y dio orden de que fuesen buscados los cristianos para que ofrecieran incienso 2. A partir de este hecho se extendió en seguida la noticia de que la ciudad estaba conmocionada por la impiedad del juez. Al saber esto Santa Eulalia se regocij� y llena de profundo gozo se alegraba diciendo: «Gracias, Señor Jesucristo, y gloria a tu santo nombre, porque estoy viendo lo que deseaba; creo en Ti, cúmplase a través de esta tribulación mi deseo con tu ayuda». 4. Al oír esto, sus compañeras se admiraban sin saber qué cosa tan deseable e inenarrable había visto, que no quería comunicarles según era costumbre en ella; porque todo lo que por gracia de Dios conocía, lo revelaba por el celo vigilante de su fe, con lo que las dejaba edificadas por sus palabras. En aquella ocasión Santa Eulalia no manifestaba a nadie qué era lo que daba vueltas en su corazón, ni a sus padres, que tan profundamente la querían, ni a ninguna de sus compañeras o allegadas que la amaban más que a sus propias vidas. Pero en la hora del silencio, al primer canto del gallo, mientras ellas descansaban, se encamin� a la ciudad; con toda resolución hizo a pie todo el camino sin desfallecer, a pesar de la debilidad de sus años. 5. Al llegar a la puerta de la ciudad oyó la voz de un pregonero y se dirigió a la plaza. Cuando vio a Daciano sentado ante el tribunal, irrumpiendo en medio de la muchedumbre mezclada con los oficiales, se dirigió al tribunal y con fuerte voz le dijo: «Juez de iniquidad, �te sientas en el alto tribunal sin temer al Altísimo, que est� sobre todos tus príncipes y sobre ti 3, y a los hombres, que el mismo Dios poderoso y verdadero hizo a imagen y semejanza suya 4 para servirle a Él sólo, tú con obras de Satanás les das muerte torturándolos?». Daciano miróndola estupefacto preguntó: «¿Quién eres tú, que tan temerariamente te has atrevido sin permiso a acercarte al tribunal y además llena de soberbia has osado decir ante la presencia del juez cosas inauditas y contrarias a los emperadores?. Ella con mayor fuerza de ánimo y con fuerte voz respondió: «Soy Eulalia, sierva de mi Señor Jesucristo, que es Rey de reyes y Señor de Señores 5; y por ello confiando en Él no he temido venir por propia iniciativa y rápidamente a acusarte de que actúas tan neciamente, que dejas de lado al Dios verdadero, de quien son todas las cosas, el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay debajo de la tierra 6 y lo que hay en ellos, y adoras al Diablo, e incluso a los hombres que sirven a su verdadero Dios para ser dignos de alcanzar la vida eterna, tú a �sos con diversos tipos de tormentos los obligas a hacer sacrificios a dioses, que no existen, sino que son el Diablo y sus ángeles. Con ellos todos vosotros, que los ador�is, ser�is consumidos por el fuego eterno» 7. 6. Al oír esto el gobernador, enfurecido ordenó que fuese llevada a su presencia y azotada con fuerza en la espalda. Mientras era azotada, el gobernador le preguntó: «Desgraciada niña, �d�nde est� tu Dios? ¿Por qué no te libera de este castigo? ¿Por qué te has dejado llevar por una locura tan grande, que has cometido una acción tan il�cita? Di que lo has hecho sin saber, porque desconocías cuál era el poder del juez, y recibirás el perdón. Porque hasta yo siento pena de ti, de que siendo persona nobilísima seas flagelada tan dura y violentamente, pese a haber nacido noble». Santa Eulalia le respondió: �B�rlate. No me harás mentir y decir que no sé cuánto es tu poder. ¿Qué hombre ignora que todo el poder de cualquier hombre es temporal, pues el mismo hombre hoy es y mañana muere? En cambio, el poder de mi Señor Jesucristo no tiene fin, porque Él mismo es eterno. No puedo decir falsedades, porque temo a mi Señor, que manda que sean quemados en la gehena de fuego todos los mentirosos y sacrílegos con todos los que actían inicuamente. Pues yo ahora, cuanto más soy golpeada en el nombre de mi Señor, más ennoblecida estoy. No siento tus golpes, porque me protege el propio Señor mío Jesucristo, que por tus acciones mandar� en el día de su juicio que seas afligido con las penas eternas». 7. Pero el gobernador, lleno de incontenible ira, ordenó que se sacara el potro de tortura y fuese suspendida y torturada, hasta que quedara desgarrada por los garfios. Santa Eulalia con alegre rostro alababa al Señor diciendo: «Señor Jesucristo, escúchame a mí, tu sierva indigna, porque contra Ti sólo pequé 8. Perdona mis pecados y fortal�ceme para sufrir las torturas, que por tu santo nombre se me imponen, a fin de que quede confundido el Diablo con sus ministros». El gobernador le dijo: «¿Dónde está �se, a quien invocas? Escúchame a mí, criatura infeliz y necia, y haz sacrificios a los dioses, para que puedas seguir viva. Porque he aquí que ya se te acerca la muerte y no hay quien te vaya a liberar�. Santa Eulalia alegróndose le dice: «Que la desgracia te acompañe siempre, sacrílego, endemoniado, destinado al fuego eterno, en el caso de que yo llegue a apartarme de la fe de mi Señor. Mi Señor, a quien yo invoco, est� aquí conmigo. Tú no mereces verlo a causa de tu impuro corazón y de tu alma pecadora. Él me conforta, para que tenga en nada cualquier castigo, que tú en tu rabia quieras imponerme». 8. El gobernador, enfurecido, ordenó a los soldados que se le aplicaran hachones encendidos a sus costados y que Santa Eulalia fuese colgada hasta ser consumida por las llamas. Entonces ella, alegre, llena de gozo, en voz alta recitaba al Señor el salmo: «He aquí que el Señor me ayuda y es protector de mi vida. Castiga a mis enemigos, y con tu verdad confíndelos. Te ofrecer� sacrificios voluntarios y confesar� tu nombre, oh Señor, porque es bueno, porque me liberaste de todas mis tribulaciones y tu ojo ha mirado sobre mis enemigos» 9. Y diciendo esto, la llama comenzó a volverse contra los verdugos. Al ver esto Santa Eulalia, mirando hacia el cielo con voz más clara or� diciendo: «Señor Jesucristo, escucha mi súplica 10 y derrama tu misericordia sobre mí y rec�beme entre tus elegidos en el descanso de la vida eterna, haciendo conmigo un signo de tu bondad, para que los que creen en Ti vean y alaben tu poder�. Y acabada su oración, al punto se apagaron aquellas teas ardientes, que impregnadas en aceite llameaban con fuerza. Y los verdugos, que las aplicaban, ellos mismos se quemaban y estremecidos cayeron sobre sus rostros y Santa Eulalia exhal� su espíritu. Una paloma saliendo de su boca vol� hasta el cielo 11. Viéndolo las gentes se maravillaban; entre ellos se alegraban los cristianos de haber merecido tenerla a ella, su paisana, como patrona en los cielos. 9. Por su parte Daciano, viendo que después del combate tan grande del martirio nada había logrado, gimiendo de ira, bajando del tribunal ordenó que pusieran su cuerpo en una cruz y, colocando guardianes, dijo amenazante: «Que est� colgada en la cruz, hasta que sea devorada con los huesos por las aves del cielo». Y he aquí que de repente cayá desde el cielo nieve y la cubrió. Viéndolo los guardianes, sobrecogidos por enorme terror, se apartaron del cuerpo, pero manteniéndose a lo lejos lo guardaban según el precepto del juez. Cuando se propagó la noticia por el territorio próximo de la ciudad, llegaron muchos para ver las maravillas de Dios. También sus padres y compañeras acudieron con gran alegría. Ellos llorando estaban muy atribulados, porque desconocían lo que había sucedido. A los tres días unos hombres piadosos, sin que lo advirtieran los guardianes, recogieron de noche sus restos y los envolvieron en un lienzo y con aromas. San Félix 12, que había sido en el martirio igualmente firme, con gran alegría de espíritu le dice: «Niña, tú has merecido la palma la primera». Santa Eulalia le sonri�. Los demás, alegres, comenzaron a entonar un himno al Señor: «Los justos lo han invocado y el Señor los ha escuchado y los ha liberado de todas sus tribulaciones» 13. Y a las voces de los que entonaban los salmos se unieron muchos fieles del pueblo y en seguida con alegría la sepultaron. 10. Bendiciendo a Dios Padre y a Jesucristo Hijo suyo y al Espíritu Santo. Su Reino permanece por los siglos de los siglos. Amén. *. Riesco Checa, Pilar, Pasionario Hispánico. Ed. Universidad de Sevilla. Sevilla, 1995, pp. 105-113. 1 Interminables
discusiones se vienen suscitando ya desde la Edad Media acerca de la
historicidad de esta Santa, dividiéndose los eruditos en dos posturas
radicalmente opuestas: quienes defendían su existencia (Flórez, E.S.
III, p. 266 y XXIX, p. 287; Fábrega, Santa Eulalia de Barcelona,
Roma 1958, entre otros) y quienes veían en esta santa un desdoblamiento
de la santa Emeritense (Bolandistas, Moretus y Delehaye). García Villada
dedicó un capátulo a este problema llegando a la conclusión de que no
existen argumentos suficientes para negar su existencia. (G. Villada
Historia I, l�, p. 282-300). |