TEXTOS LITÚRGICOS
RITO HISPANO-MOZÁRABE
Pasionario |
PASIONARIO HISPÁNICO (*) FRUCTUOSO, AUGURIO Y EULOGIO Pasión de los santos
Fructuoso obispo, Augurio y Eulogio, diáconos, que sufrieron martirio en
Tarragona bajo Valeriano y Emiliano, siendo c�nsules Tusco y Basso el
día veintiuno de Enero
1. 2. En aquellos días el obispo Fructuoso y los diáconos Augurio y Eulogio fueron detenidos un domingo. Estando Fructuoso echado en su aposento, se dirigieron a su casa los soldados beneficiarios 2 Aurelio, Festucio, Elio, Polentio, Donato y Máximo y, al percibir por el ruido de sus pasos su llegada, se levant� en seguida y se presentó ante ellos en sandalias. Los soldados le dijeron: «Ven, el gobernador ha dado orden de que te presentes junto con tus diáconos». El obispo Fructuoso les respondió: «Vayamos o, si quer�is, me calzo». Los soldados le dijeron: �C�lzate como gustes». Llegaron en seguida y los encarcelaron 3. El obispo Fructuoso, seguro y alegre por la corona del Señor a la que era llamado, oraba sin cesar. Estaba junto a Él la comunidad de sus hermanos reconfortándole y rogándole que los tuviera en su mente. 3. Al día siguiente bautizó en la cárcel a un hermano nuestro, de nombre Rogaciano. Pasaron en la cárcel seis días y el día veintiuno de Enero, viernes, fueron presentados ante el tribunal y fueron oídos ese mismo día. El gobernador Emiliano dijo: «Haced entrar a Fructuoso, a Augurio y a Eulogio». Los oficiales del tribunal le respondieron: «Aquí est�n�. El gobernador Emiliano interrogó al obispo Fructuoso: «¿Habéis oído qué han ordenado los emperadores?» 4 El obispo Fructuoso le respondió: «No sé qué órdenes han dado vuestros emperadores. Yo soy cristiano». El gobernador Emiliano dijo: «Han dado orden de adorar a los dioses». El obispo Fructuoso replicó: «Yo adoro a un solo Dios, que hizo el cielo, la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay� 5. Emiliano preguntó: «¿Sabes que hay dioses?» El obispo Fructuoso contestó: «No lo s�. Emiliano dijo: «Pues lo sabr�s después�. El obispo Fructuoso dirigió su mirada hacia el Señor y comenzó a orar en su interior. Emiliano dijo: «¿stos son los dioses que escuchamos, éos los que tememos, éos los que adoramos. Si los dioses no reciben culto, tampoco las imágenes de los emperadores son adoradas». El gobernador Emiliano dijo al diácono Augurio: «No hagas caso a las palabras de Fructuoso». El diácono Augurio replicó: «Yo adoro a Dios omnipotente». El gobernador Emiliano preguntó al diácono Eulogio: «¿Tú también adoras a Fructuoso?». El diácono Eulogio contestó: �A Fructuoso no lo adoro, sino que adoro al mismo que adora Fructuoso». El gobernador Emiliano preguntó al obispo Fructuoso: «¿Eres obispo?». El obispo Fructuoso respondió: «Lo soy». Emiliano concluyó: «Has dejado de serlo». Y dict� sentencia de quemarlos vivos. 4. Mientras era conducido el obispo Fructuoso con sus diáconos al anfiteatro, el pueblo comenzó a deplorar la suerte del obispo Fructuoso, que se había ganado el cariño no sólo de sus hermanos, sino incluso de los gentiles 6. Pues era como debe ser el obispo, según lo describe el Espíritu Santo por medio del Apóstol, vaso de elección y maestro de pueblos 7. Por eso sus hermanos, que sabían a qué gloria tan grande se encaminaba, más que dolerse se regocijaban. Invitándole muchos por caridad fraterna a tomar una bebida preparada 8, Fructuoso les dijo: «No es hora de romper el ayuno� 9. Era la hora cuarta del día 10. Por cierto que el miércoles había guardado solemnemente el ayuno en la cárcel. Así que el viernes, alegre y despreocupado, se disponía a romper el ayuno con los mártires y los profetas en el Paraíso que tiene preparado el Señor para los que le aman. Habiendo llegado al anfiteatro, se le acercó Augustal, lector suyo, pidiéndole con lágrimas que le dejara descalzarlo. El santo mártir le dijo: �D�jame, hijo, yo me descalzar�. Después de haberse descalzado, se le acercó un compañero de milicia, hermano nuestro, de nombre Félix, y le tom� la mano derecha pidiéndole que se acordara de Él. El mártir Fructuoso con clara voz le respondió: «De quien tengo que acordarme es de la Iglesia Católica extendida en paz desde oriente hasta occidente» 11. 5. Situado en la puerta del anfiteatro como para acceder a la corona inmarcesible 12 más que a un castigo, aunque lo observaban los soldados beneficiarios antes mencionados, el santo obispo dijo, de manera que todos ellos le oyeran, a nuestro hermano Marcial, mientras le aconsejaba y le hablaba: «No os faltar� un pastor, ni podr� faltaros la caridad y la promesa del Señor, ni aquí, ni tampoco en la vida futura. Esto que est�is viendo es el sufrimiento de una hora». Después de consolar a los hermanos, entró en el martirio de salvación junto con sus compañeros nobles y contentos en el martirio, que gozan del fruto de la promesa de las Santas Escrituras. Fueron semejantes a Ananías, Azarías y Misahel 13, de manera que también se vio en ellos la imagen de la Trinidad, porque, a pesar de que estaban en el fuego del mundo, el Padre no les falt�, el Hijo les asistió y el Espíritu Santo anduvo en medio del fuego. Consumidas por el fuego las ataduras, con las que sus manos habían sido amarradas, sin olvidarse de la oración divina y de su costumbre habitual y llenos de gozo, postrados de rodillas, seguros de su resurrección, fijados en el trofeo glorioso, suplicaban al Señor. 6. Después de estos hechos no faltaron los prodigios del Señor 14. Se abrió el cielo y al verlo Babilæn y Migdonio, hermanos nuestros, que pertenecían a la casa del gobernador Emiliano, mostraron a la hija del propio Emiliano, su dueía en este mundo, a Fructuoso con sus diáconos, que subían coronados al cielo, estando todavía clavados los troncos, a los que habían sido atados. Llamaron a Emiliano diciéndole: «Ven y ve a los que condenaste hoy, cómo est�n situados en el cielo que esperaban». Emiliano fue a verlos, pero no mereció verlos. 7. Los hermanos, entristecidos, como dejados sin pastor, sufrían la nostalgia, no porque sintieran pena de Fructuoso, sino más bien porque lo echaban de menos, acordándose todos de su fe y de su martirio. Llegada la noche, se encaminaron apresuradamente al anfiteatro portando vino para apagar los cuerpos semiquemados 15. Hecho esto y recogida la ceniza de los mártires, según cada uno pudo, la tom� para sí 16. Tampoco en esto faltaron las maravillas del Señor y Salvador nuestro, para que se acrecentara la fe de los creyentes y se mostrara un ejemplo a los que se iniciaban. Era necesario, pues, que lo que el mártir Fructuoso había prometido en vida en sus enseñanzas por la misericordia de Dios, lo confirmara también nuestro Señor y Salvador en su pasión y resurrección de la carne. Así pues, después de su martirio apareció a los hermanos y les aconsej� que devolvieran sin dilación lo que de sus cenizas cada uno había cogido por veneración a Él. 8. También a Emiliano, que los había condenado, se apareció Fructuoso junto con sus diáconos con las vestiduras celestiales, increpándole y echándole en cara que de nada le había servido creer que iban a estar en la tierra privados del cuerpo ellos, a los que veía gloriosos. 9. «Oh bienaventurados mártires, probados por el fuego como el oro precioso, cubiertos de la coraza de la fe y del casco de la salvación, que fueron coronados con la diadema y la corona inmarcesible 17 por haber pisado la cabeza del Diablo! «Oh bienaventurados mártires, que merecieron la morada de los cielos a la diestra de Cristo! 18 10. Bendiciendo a Dios Padre y a Nuestro Señor Jesucristo, Unigénito Hijo suyo, con el Espíritu Santo. Su Reino permanece sin fin por los siglos de los siglos. Amén. *. Riesco Checa, Pilar, Pasionario Hispánico. Ed. Universidad de Sevilla. Sevilla, 1995, pp 73-79. 1 Son actas auténticas,
escritas por un testigo ocular, que probablemente tuvo delante las actas
proconsulares. El autor pudo ser un soldado cristiano compañero de los
que detuvieron a los santos (Cf. R.G. Villoslada, Historia de la
Iglesia en España, Madrid 1979-1982, p. 50). La fecha es exacta. El
año en que eran c�nsules Emiliano y Baso (259 d. C., tercero de la
persecución de Valeriano), el 16 de enero cae precisaniente en domingo.
Una precisión tan exacta no puede ser obra de un falsario (L.S.
Tillemont, M�moires pour servir � l'histoire �cclesiastique des six
premiers si�cles, Bruselas 1732, IV, 198). |