TEXTOS LITÚRGICOS

RITO HISPANO-MOZÁRABE

Pasionario

 

PASIONARIO HISPÁNICO (*)

EULALIA DE MÉRIDA

El martirio de santa Eulalia, 1895. Gabriel Palencia y Urbanell. Museo del Prado (Madrid)

Pasión de la santa y venerable Eulalia virgen y mártir de Cristo, que sufrió martirio en la ciudad de Em�rita bajo el gobierno de Calpurniano, el día diez de diciembre 1.
R/. Gracias a Dios.

2. Innumerable es la multitud e incontable la muchedumbre, que deseando una muerte muy cruel en el nombre de Cristo por la recompensa de la vida eterna, la afrontaron con ánimo decidido. Entre ellos la santa mártir Eulalia, poniendo en Cristo la confianza en el éxito de su victoria, afrontando sin miedo el combate definitivo del martirio, culmen del triunfo, mereció la palma de la recompensa. Sin dejarse seducir por ningún halago, ni disuadir por ningún razonamiento, pisoteó victoriosa al viejo Enemigo con sus engaños 2.

3. Así pues, esta virgen beatísima, que de niña había entrado en religión, t�mida por tanto y educada por su madre, de trece años aproximadamente, casta de mente y cuerpo, respetuosa en su piedad y firme en su pureza, era instruida por un presbítero llamado Donato 3 desde su más tierna infancia, para que diera testimonio de Cristo antes que negarlo, y confesara en toda su alma la indivisible Trinidad de Dios. Y en su deber interior de conciencia no realizaba ningún otro menester, sino servir con constante perseverancia de corazón a Dios omnipotente, a quien se había entregado con toda sumisión. Esta mártir, habiendo alcanzado los años de la adolescencia, más robustecida en el culto de sus creencias, conservaba con ánimo más decidido la fe, que con santa piedad había recibido. En efecto, había consagrado su vida a Dios y aspiraba a ofrendarla por Cristo, de quien quería alcanzar la ansiada palma del martirio. Su maestro se llamaba Liberio. Santa Eulalia lo consideraba como a un padre.

4. Así pues, fue declarada a los cristianos por el cruel Calpurniano 4 una persecución y llegó el día del martirio. Por casualidad Santa Eulalia, ciudadana y habitante de la provincia de Lusitania, existiendo un poco lejos de la ciudad, a treinta y ocho millas aproximadamente más allá de Em�rita, una casa de campo, llamada Prontiano 5, en los límites de la provincia B�tica, fue invitada a esta finca por una hermana a causa de la admiración de su santidad y vivía allá muy piadosamente alabando a Dios con Félix, confesor, y los restantes hermanos temerosos de Dios. La fama no callá la mala noticia de que el sanguinario enemigo había entrado en la ciudad de Em�rita. Y se anunció a Santa Eulalia que habían llegado emisarios con un vehículo público para llevarla a Em�rita y que ya su maestro Liberio 6 con los restantes confesores había sido encarcelado.

5. Al saberlo Santa Eulalia, dirigiéndose al punto a la ciudad, con alegría se encamin� al martirio. Mandó que le prepararan un vehículo para tomar inmediatamente el camino. No la hicieron retroceder ni las dificultades del camino, ni la riqueza de sus posesiones, ni el afecto a los seres queridos. Afrontando un esfuerzo varonil, destinada a una gloria tan grande, se apresuraba resuelta con todo ahínco a recorrer un camino tan largo en una hora, si fuera posible, y apremiaba al conductor del vehículo animándolo con todas sus fuerzas. La acompañaba y se había unido a ella Julia  7, compañera de voto. Mientras iban de camino le dijo a ella Eulalia: «Sabe, hermana, que voy la última, pero sufrir� el martirio la primera». Y así sucedi�, como había predicho Santa Eulalia.

6. Al acercarse a la ciudad de Em�rita le salió al encuentro un judío 8 y le dijo: «Bienvenida, hija; ve, ofrece incienso a los dioses, para que puedas vivir�. Le respondió Santa Eulalia diciendo: «Que el Señor te alargue los años, porque yo deseo morir por Cristo mi Señor». Y cruzó velozmente en el vehículo. Mirándola el judío vió un halo que la rodeaba, como una llama de fuego. Y atánito ante tal visión comprendió que los ángeles de Dios la protegían. El Señor quiso mostrar este milagro a los judíos, para que la insensata dureza de su corazón contemplara las maravillas de Cristo.

7. Santa Eulalia llena de fe llegó espontáneamente a la plaza. Se propagó entonces la noticia por los lugares cercanos a la plaza y se produjo una concentración innumerable, tan enorme que nadie se quedó en su casa. Tal era, en efecto, la fama de la santidad y de la prestancia de Eulalia, que todos los habitantes de la ciudad de Em�rita, que ardían de amor por ella, salieron a su encuentro para ver cómo su paisana, noble y habitante de la misma provincia, se enfrentaba con el gobernador 9. Se notificó inmediatamente su llegada a Calpurniano, gobernador de la provincia de Lusitania, que había sido enviado a perseguir a los cristianos por el emperador y perseguidor Maximiano. A este gobernador Calpurniano, cabecilla de la persecución y del crimen, Eulalia no cesó de hostigarlo con sus acusaciones. De su propósito de padecer no la apartaron ni sus palabras crueles, ni sus manos ensangrentadas, ni su mirada amenazante. Crecía en fortaleza, mientras intentaba vencer con todo empeño al hostil gobernador, que presidía con sus fasces.

8. Y así al ver a Calpurniano le dijo: «¿Por qué entras en la ciudad, enemigo del excelso Dios? ¿Por qué persigues a los cristianos y te esfuerzas por echar a perder a las vírgenes de Dios? Dios me ha instruido en su verdad 10 y no me quitarás mi castidad, porque no serás capaz de seducir mi juventud�. El gobernador Calpurniano dijo: «Chiquilla, �quieres perder la flor de tu edad antes de crecer?». Santa Eulalia respondió: «Tengo casi trece años. «Crees que con tus amenazas se pueden asustar mis pocos años? Me basta esta corta vida. Y porque no me deleito con los halagos de una vida terrena, espero otra vida dichosa, en la que sea más feliz por el don de Dios». El gobernador Calpurniano dijo: «No te dejes engañar por esta absurda creencia. Ven y haz sacrificios a los dioses de acuerdo con el precepto del emperador, para poder evitar los tormentos, gozar de honores y merecer un marido rico». Santa Eulalia respondió: «Tengo un esposo rico e inmortal, Cristo, que te destruir� a ti, a los tuyos y a tu padre el Diablo, que es llamado Satanás�. Ordenó entonces el gobernador que fuese encarcelada. Pero antes la hizo venir a su presencia e intentando persuadirla con palabras seductoras y engañosas le decía: «Ten en cuenta tu corta edad, mírate a ti misma, ten piedad de ti. Ve, ofrece incienso para poder conservar la vida». Pero Eulalia, llena de fe, firme en la virtud, sin temer las torturas de la muerte hasta el fin respondió: «Soy cristiana, no lo har�.

9. Entonces Calpurniano encendido de ciego furor, pensando que el sentimiento de pudor de una doncella se borra a latigazos sobre la espalda, como es costumbre en los niños, mandí al verdugo azotarla 11 y, mientras era azotado su delicado y santo cuerpo, soportaba serenamente los golpes que se abatían sobre ella, confiando en la gran gloria del Señor. Maldecía con valentía y firmeza al emperador junto con sus ídolos, y los ángeles de Dios protegían a Santa Eulalia. Así es como el cruel juez creía que podía conseguir lo que quer�a: azotando cruelmente a la casta doncella. Mientras la bienaventurada Eulalia sufría estos azotes y profería tales palabras, llegó a oídos del gobernador lo que había dicho. Y Él mismo dio orden de que fuese llamada a su presencia. Y al ver en ella un porte digno y hermoso, mostrándose como apiadado de su corta edad, le dijo: «Mira por ti, acércate y haz sacrificios e inmolaciones a los dioses y ap�rtate de las obras de la muerte». Pero Eulalia, golpeada por los primeros azotes, dijo a Calpurniano: «¿De qué te sirve, desgraciado, haber intentado con tus depravadas órdenes desnudar mi castidad? Es verdad que tienes mi cuerpo en tu poder, pero mi alma no puedes poseerla tú, sino sólo Dios, que me la dio».

10. Calpurniano, al ver que su propósito no había dado resultado en los primeros azotes, dijo a Eulalia: «¿Qué clase de obstinación es ésta, que se conoce que has conseguido con algún arte de magia, y desdeñas hacer sacrificios a los dioses para gloria de tu linaje?. Pero Eulalia confiando en el Señor con todo su corazón le respondió al gobernador lo mismo que ya había dicho: «¿Por qué me interrogas? Te lo he dicho muchas veces y te lo repito: lo que quieres y lo que dices no lo har� en absoluto, porque soy cristiana y, para que lo sepas todo, he maldecido y maldigo a vuestros emperadores con sus dioses». Habiendo oído esto el gobernador se demoraba en dictar sentencia sobre la niña 12. Ella, en perseverante confianza, valientemente, llena de fe y de nobleza, dijo de manera que todos la oyeran: «Calpurniano, dicta sentencia; repito lo que he dicho con frecuencia contra tus emperadores y sus dioses: los he maldecido y los maldigo». Oídas estas palabras de la joven, se enfureció Calpurniano violentamente y ardiendo en terrible cólera ordenó que al día siguiente se le preparara en la plaza el tribunal.

11. Dictó entonces la sentencia de someter a tortura a la muchacha y abrasarla viva en la hoguera. Eulalia le respondió: «No temo tus amenazas, pues mi Señor, que en tus primeros latigazos me concedió la fortaleza, también puede conservarme ilesa del fuego, que ahora preparas». El gobernador Calpurniano dijo: �mucho me conmueves y además tengo lástima de tu juventud�. Santa Eulalia le respondió: «El Señor se apiade de mí, pues ¿qué clase de misericordia es la tuya, malvado?». El gobernador Calpurniano dijo a sus soldados: «Traed varas de los árboles, húmedas, con sus ra�ces y desvistiéndola azotadla medio desnuda». Santa Eulalia dijo: «¿�stas son tus amenazas, endiablado? 13 No me haces ningún daño, sino que más bien me confortas». El gobernador Calpurniano ordenó: «Traed aceite y encendedlo y derramadlo hirviendo sobre su pecho». Santa Eulalia respondió: «Tu frío fuego me ha fortalecido y tu aceite hirviendo no me abrasa, sino que me abrasa el amor de Cristo 14, a quien deseo ver�. El gobernador Calpurniano mandí: «Traedme cal viva y metedla en ella y echadle encima aguaí. Respondió Santa Eulalia: «Que el fuego eterno te atormente, como has tratado de destruirme a mí, hija de Dios. Dios me auxiliar� y me librar� de tus manos 15, puesto que sufro estas penas no por mí, sino por Él mismo». El gobernador Calpurniano dijo: «Llenad una olla de plomo y present�dselo bien ardiente y extendedla desnuda sobre un lecho de hierro. Enseñadle primero el tormento por si acaso se convierte a los dioses; y si no quiere hacer sacrificios, derramadlo sobre ella».

12. Santa Eulalia, que cada día leía la pasión del bendito Tirso 16, fortalecida con firmísimo ardor, al ver el castigo que le era presentado dijo: «Dios verdadero, ven a liberar a tu sierva. Pues creo que Tú, que te apiadaste del bendito Tirso todavía pagano y lo convertiste a Ti, igualmente puedes convertirme también a mí». Y al punto se hizo sólido el plomo. Y en verdad que quemaba las manos de los que lo llevaban, pero a Santa Eulalia le llegaba frío. Entonces Calpurniano, presa de gran furor, dijo a sus soldados: «Traed las varas y tras azotarla, aplicadle un trozo de barro cocido y restregad sus heridas». Santa Eulalia respondió: «Ten piedad, Señor Jesucristo, de tu sierva 17 y no debilites mi corazón, sino más bien conf�rtalo, porque deseo evitar el infierno y llegar hasta Ti, que eres uno y trino y que concedes la vida eterna�18.

13. El gobernador Calpumiano dijo: «Desgraciada, mira por ti, antes de ser aniquilada y haz sacrificios a los dioses». Santa Eulalia respondió: «Sacrifica tú y todos tus servidores a vuestros dioses. Yo por mi parte me sacrificar� a mi Dios ofrecióndome a Él como hostia viva, como Él se ofreció en sacrificio por mí, para liberarnos del poder de las tinieblas y del imperio del Diablo. Pues ?con qué sacrificios pueden ser honrados vuestros dioses, que sabemos que por vuestra vana superstición est�n forjados en bronce o esculpidos en piedras o formados en otro tipo de metales? Nosotros los cristianos no los adoramos porque, si no tuvieran protección por vuestra parte, no podrían protegerse a sí mismos». El gobernador Calpurniano dijo: «Si existe ese Dios en el que crees, �c�mo es que sufrió pasión en la tierra como un hombre?. Santa Eulalia respondió: «Sufrió pasión como un hombre, porque se revistió de la humanidad por nosotros y por nuestra salvación, tom� forma de siervo para conducirnos a la libertad 19». El gobernador Calpurniano contestó: «Tu pensamiento te pierde. Yo no puedo oír esto con tranquilidad. Acércate y sacrifica a los dioses, no sea que se te preparen tormentos peores». Santa Eulalia sonriendo dijo: «Das más gusto a mis deseos, cuando me vas a aplicar mayores tormentos. Haz lo que piensas, para hacerme ser vencedora en Cristo en todos ellos».

14. El gobernador Calpurniano repuso: «Nunca te dejar� libre sin haberte vencido, sino que te atormentar� con horribles torturas». Santa Eulalia respondió: «No puedes vencerme, porque vence en mí Aquél que lucha por mí». El gobernador Calpurniano ordenó: «Encended teas y aplicadlas a sus rodillas». Santa Eulalia dijo: «Mi cuerpo ha sido quemado y he sido hallada fuerte; manda que me echen sal en Él para que est� mejor condimentado en Cristo». Entonces el gobernador Calpurniano, arrebatado por diabólica rabia dijo: «Verdugos, encended el horno y echadla allá, hasta que perezca». Es, pues, encendido el horno según el mandato del gobernador. La niña es conducida y metida en el horno y comenzó a cantar salmos en el horno diciendo: «Serán presentadas las vírgenes al Rey detrás de ella; sus compañeras te serán presentadas con alegría y regocijo 20».

15. Así pues, Calpurniano paseaba delante de las puertas del pretorio, porque estaba próximo el lugar donde ardía el horno. Habiendo oído a la santa virgen entonando salmos dijo a los suyos: «¡Ay, creo que hemos sido vencidos. Y esta muchacha perdura en sus maldades. Pero para que no se considere triunfante, sacadla, buscad un verdugo y que sea conducida antes de morir, afeitada 21 y desnuda ante el pueblo, para que se muestre su virginidad». Al oír esto Santa Eulalia, respondió: «Aunque en la tierra sufra la vergéenza, afeitada y desnuda hasta llegar a la fealdad, sé por Quién sufro todo. Él sabe cómo te va a hacer pagar esto, enemigo de la justicia». El gobernador Calpurniano dijo: «Si temes llegar a esta vergéenza, acércate y haz sacrificios a los dioses». Santa Eulalia respondió: «Yo me inmolar� a Dios mi Señor como sacrificio de alabanza y víctima gozosa». Entonces Calpurniano, movido por una crueldad morbosa, dijo a sus verdugos: colocadla en el potro de tortura y abrasadla con hachones colocados por ambos lados». Al oír la joven esta orden, entonando salmos, decía así: «Me has probado, Dios, me has puesto a prueba en el fuego y no se ha hallado en mí iniquidad alguna 22. Y se alegraba en el Señor. Veía ya a los ángeles asistiéndola y esperando la culminación de su martirio. Entonces, tras recibir su propia cabellera a modo de bozal, es conducida al martirio.

16. Habiendo llegado al lugar del martirio fuera de la ciudad, despojándose de sus vestidos ella misma con sus manos, los entregó a los verdugos 23. Sólo guard� por pudor un lienzo para ocultar sus partes. Colocada en el potro es estirada, torturada y flagelada. Con sus miembros en tensión su cuerpo cobraba fuerzas para el tormento. Pero, como confesaba a Cristo en la victoria, no podía sentir tormento alguno. Y en medio de tantos y tan atroces suplicios no cesó la maquinación de nuevas torturas. Por eso mandí además a dos soldados encargados de ello que quemaran el cuerpo de la doncella, colocando a los dos lados de la beatísima mártir hachones llameantes y pens� aniquilar atrozmente los miembros de la Santa virgen en un género de tortura mayor con el fuego. La Santa mártir Eulalia sometida a las burlas de los tormentos le dijo: «Calpurniano, infeliz, �de qué te sirve el haber querido ejercer contra mí todo el rigor de tu crueldad? Tus amenazas y tus suplicios no los temo. Me declaro cristiana y consagrada a Dios. Fíjate bien en mi cara, para que en el momento del Juicio Final, cuando lleguemos ante el Tribunal de mi Señor Jesucristo reconozcas mi cara aquel día y obtengas el castigo debido a tus méritos». Muchos, asustados y compungidos de corazón, al oír estas palabras de la Santa mártir Eulalia, se apartaron de los ídolos y creyeron en el Señor.

17. Después de esto, Santa Eulalia, torturada con diversos tipos de tormentos, colgada en una cruz, reflexionando sobre sí misma, se regocijaba sobre todas estas cosas, para las que se había preparado desde su infancia. A todos los que la oían les decía: «Conviene creer en Dios Padre Celestial, Uno y Verdadero». Y proclamaba que se debe adorar y glorificar a Jesucristo, Hijo suyo omnipotente, con el Espíritu Santo, bendito por los siglos de los siglos. Así Santa Eulalia gloriosa en su combate se apresuraba a llegar lo más rápidamente posible al Señor. El fuego de la llama colocada a ambos lados tom� fuerza al abrirse su boca y acrecentó la hoguera. Tras esto, desde su boca en forma de paloma y ante la vista de todos subió al cielo el alma de la santa mártir 24, para anunciar en la mansión celestial a la mártir de Cristo. «Oh mártir gloriosa, que proporcionaste a los ciudadanos un espectáculo gratísimo para vencer el pasado, fortalecer el presente y enseñar a lo venidero! Su santo cuerpo incorrupto e ileso estuvo colgado en la cruz por orden del gobernador durante tres días.

18. Así creía el muy malvado en su necia crueldad que podía doblegarla al menos muerta, Él que en vida no pudo doblegarla. Y a ella, que le fueron negados los honores humanos, le fueron concedidos merecidamente los divinos por bondad de Dios. Pues la nieve cubrió el cuerpo de la niña sirviendo de protección y ornato para adornar como don celestial sus cabellos, que la ensangrentada mano de los verdugos había afeado. De todos es conocido que Santa Eulalia ya entonces había recibido la corona de su martirio, de manera que su cuerpo, que el fuego colocado a ambos lados había abrasado con sus llamas, cubierto con la blancura de la nieve, resplandeció por la gracia de Dios.

19. Su cuerpo fue recogido en secreto por los cristianos y sepultado con toda reverencia 25. A su sepulcro llegan posesos y son curados 26. A poco de que fuera enterrada, llegaron los Santos Donato y Félix, que se mantuvieron unánimes en la profesión de fe y que por el martirio iban a seguir sus gloriosos pasos. A ella le dijo San Félix con alegría y rebosante gozo de corazón: «Mujer, tú has merecido la primera la palma del martirio». Pero Santa Eulalia, como dejando translucir una sonrisa en el rostro, estaba ya despreocupada de la gloria de su victoria, pero sol�cita por la salvación de sus compañeros.

20. Conoced, hermanos, la inaudita y admirable pasión de esta joven, qué doble palma de triunfo llev� al Reino, cómo primero venció al Enemigo de la carne y después al de la fe, loable en su entrega, triunfante en su martirio. Mereció el premio sexagésimo por el esplendor de su virginidad y el centésimo por la dignidad de su martirio. Para honrar los merecimientos de sus predecesores fortaleció a los presentes en la fe y dio a la posteridad ejemplos de fe 27.

21. Reinando nuestro Señor Jesucristo, que acogió a su mártir en su paz. A Él el honor y la gloria por los siglos de los siglos.
R/. Amén.


*. Riesco Checa, Pilar, Pasionario Hispánico. Ed. Universidad de Sevilla. Sevilla, 1995, pp 51-69.

1  El texto es a lo sumo del siglo VII. Z. García Villada (Historia eclesiástica de España, Madrid 1936, I, 1º p. 287) lo atribuye a fines del VII o principios del VIII por incluir un episodio que revela la preocupación por la cuestión judía.
2. Sufrió el martirio durante la persecución de Diocleciano.
3. Presbítero que a modo de capellán instruy� a Santa Eulalia en la doctrina cristiana. García Villada lo identifica con San Donato mencionado por el Martirologio Jeronimiano el 12 dic. junto a Santa Eulalia.
4. Calpurniano estaba al cargo de Mérida. Así lo atestigua el Breviario de Évora: �Quum ab Hispaniarum Praeside Datiano Calpurnianus in Lusitaniam legatus Emeritam deuenisset�.
5. Identificado por algunos como el pueblo de Santa Olalla de Cala y por otros como la ermita de Santa Olalla (cerca de Cáceres). Por la distancia (a 38 millas de Mérida) no parece posible. (Cf. E. Flórez, España Sagrada, Madrid 1747 ss., XIII, p. 226 ss.).
6. Según manuscritos y breviarios antiguos su padre se llam� Liberio y era del estado senatorio (cf. Flórez, E.S. XIII, p. 266). Para el nombre, que no aparece en Prudencio, pudo tener el hagiógrafo ante la vista las firmas del Concilio de Elvira donde aparece Liberio como obispo de Mérida (García Villada I, 1º. p. 287).
7. Se asocia en el martirio a Julia, de cuya muerte no se da ninguna noticia. No la menciona Prudencio, ni Hidacio, ni la liturgia y los calendarios españoles. Según G. Villada se trataría de una falsa lectura del nombre Eulalia del Martirologio Jeronimiano. (G. Villada, Historia I, l�. p . 288).
8. Este episodio revela la influencia de los Concilios de Toledo, particularmente el XII (a. 681) en el que se confirmaban las leyes promulgadas contra la malicia de los judíos. (G.Villada, Historia I, l�. p. 290).
9. Aunque este título no se empleaba oficialmente por los gobernadores, después de la reorganización administrativa de fines del s. III, era muy empleado en el lenguaje corriente. Macero definía en tiempos de Alejandro Severo al praeses de este modo: �Praesidis nomen generale est eoque et proconsules et legati Caesaris et omnes prouincias regentes... praesides appellantur�. (Digesto, 1, T 18,l).
10. Cf. Ps. 24,5.
11. Catomare o catomidiare, katwmidiazein, kata tous wmons tuptein =  in ceruicibus caedere (Du Cange Glossarium Mediae et Infimae Latinitatis, Graz 1954, II-III p. 230).
12. Prudencio añade que Sta. Eulalia escupi� al magistrado, derrib� el ídolo y pisoteó el incienso (Peristefanon III, 66-130). Este acto era uno de aquellos que la Iglesia reprobaba (Concilio Illiberritano, Canon 60), y quizá por ello mismo fue omitido por el hagiógrafo.
13. Antiquus, antiquissimus son términos aplicados con frecuencia al diablo y por extensión a las fuerzas del Mal.
14. Cf. II Cor 5,14.
15. Cf. Ps. 88,22.
16. De la propia pasión de San Tirso debió tomar el hagiógrafo el suplicio del plomo. (Passio Thyrsi et com. 17,18: Fabr. p. 206). Para G. Villada este dato es indicio para suponer que el autor de la pasión seria algún toledano de fines del s. VII o principios del s. VIII cuando aumentó la devoción a este santo en Toledo. (G. Villada, Historia I, 1º. p. 290).
17. Cf. Ps. 4,2.
18. Insistencia del autor en resaltar el dogma de la Santísima Trinidad sin duda contra la herejía arriana, influido por los Concilios Toledanos.
19. Cf. Phil. 2,6.
Qui cum in forma Dei esset, non rapinam arbitratus est esse se aequalem Deo: sed semetipsum exinaniuit formam semi accipiens in similitudinem hominum factus et habitu inuentus ut homo. Humiliauit semetipsum factus oboediens usque ad mortem (Con. Tolet. XI; cf. J. Vives-T. Marán, Concilios visigodos e hispano-romanos, Barcelona-Madrid 1963, p. 352).
20. Ps. 44,15.
21. La decaluatio como pena o ignominia aparece en documentos medievales (cf. Juan Biclaro Chr., ed. J. Campos, p. 99: primum uerberibus interrogatus, deinde turpiter decaluatus; Conc. Em., can. 15: Absque turpi decaluatione maneat emendatum).
22. Ps. 16.3.
23. quaestionarius: carnifex qui reos cruciat, examinat ut eis ueritatem extorqueat (Du Cange, VI-VII, p. 590).
24. Esta misma imagen del alma que vuela al Cielo en forma de paloma se cuenta de San Potito (A. S. Jan. II, 39); San Quint�n (A.S. Oct. XIII, 783); Santa Reparata (A.S. Oct. IV, 40); Santa Devota (A.S. Jan. III, 386) y otros mártires. (Cf. G. Villada, Historia I, l�. p. 284-285).
25. Los restos de Santa Eulalia se conservaron hasta el siglo VIII en la iglesia extramuros de la ciudad de Mérida. Esta basílica, centro de difusión del culto a la Santa, aparece mencionado en diversas fuentes: Prudencio, Perist. III 186-215; Hidacio, Chronicon 90 (V) a. 429; la Historia Pseudoisidoriana (12 MGH cm. II p. 384).
26. Expresión b�blica para referirse a la posesión diabólica (Mat. 15, 22; Marc. 5,15; 5,18); cf. Conc. Elb. XXXVII; XI Conc. Tol. XIII.
27. En el mismo lugar del martirio se edificó un templo en honor de Santa Eulalia que subsistió durante todo el tiempo de la dominación mahometana. Estaba fuera de la ciudad en la parte norte junto al arroyo Albarregas (cf. Simonet, Historia, p. 305).

 

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