La Ermita. Rito hispano-mozárabe

TEXTOS LITÚRGICOS

RITO HISPANO-MOZÁRABE

Pasionario

 

PASIONARIO HISPÁNICO (*)

INUMERABLES DE ZARAGOZA

Pasión de los santos mártires innumerables de Zaragoza, cuyos cuerpos est�n sepultados delante de la iglesia que se denomina Sancta Sanctorum, que sufrieron martirio por Nuestro Señor Jesucristo bajo el gobernador Daciano 1.
R/. Gracias a Dios.

2. Las hazañas de los héroes antiguos, cuyo empeño fue abatir las filas de los combatientes, derramar la sangre inocente de los que defendían los derechos de los pueblos y las casas y las puertas de las casas., las celebran no sólo las escuelas de los filósofos griegos, sino que también las ensalzan los escritos de los gentiles latinos. La fama de sus nombres es exaltada tanto por las obras de los historiadores como por los libros de los poetas, y ante el temor de que llegara a perderse con el paso del tiempo la materia de tantos libros, dejaron impresas las letras en tablas de metal, de mármol o de bronce, con la esperanza de que, proclamando con sus elogios los triunfos de sus ciudadanos, transmitieran por escrito a las generaciones venideras sus hechos y gestas para leerlas, para que no se disipara totalmente el recuerdo de todos aquellos a los que admiraron durante la vida efímera 2.

3. Por consiguiente, si hombres gentiles e idólatras, que también tenían que morir, escribieron tales y tan grandes elogios sobre quienes tenían que morir o murieron tal vez de muerte horrible tras el derramamiento de sangre humana, para que su obra después de la muerte gozara de algún consuelo, ¿qué otra cosa deberíamos hacer nosotros los cristianos, hijos de padres cristianos, sino poner nuestras lenguas al servicio de las victorias de los soldados de Cristo y de la alabanza de nuestro Rey, que arm� a sus mártires con el estandarte triunfal, para que lucharan con fortaleza contra el enemigo y lo vencieran? Resuenen nuestros corazones con melodiosas voces, a fin de que, mientras nos unimos a ellos participando en sus pasiones, merezcamos por su intercesión y por la gracia de nuestro Señor Jesucristo ser asociados a ellos en las mansiones eternas.

4. Ahora, prosiguiendo el curso de la narración comenzada, dirigir� mi atención rápidamente a la tradición de los tiempos antiguos, que ha llegado hasta nosotros por el relato de nuestros antepasados. En los tiempos de los emperadores Diocleciano y Maximiano, por todo el orbe de la tierra los decretos de las instituciones impías ordenaban que las comunidades de todos los cristianos fuesen expulsadas de las ciudades y además que cualquiera tuviera la potestad de, persiguiéndolos, poner fin a sus vidas: que primero con muchos halagos y persuasiones trataran de atraer la disposición de sus mentes al culto de los ídolos y que después, si no querían cumplir las órdenes imperiales y hacer sacrificios a los dioses, arrancaran de raíz la religión del nombre de Cristo junto con sus secuaces 3.
Inmediatamente pelotones de soldados ejecutan las órdenes de los crueles emperadores, recibidas de los servidores del Diablo. Grupos de crueles verdugos recorren toda la ciudad, como cachorros de leones obligados por el hambre, y despedazan los cuerpos de los santos mártires desgarróndolos. Pero cuanto más cruelmente se ensañaba su impiedad, con tanto más ardor se acrecentaba el fervor de los soldados de Cristo. Entre ellos Daciano, un oficial mucho más violento que los demás, de pensamientos impíos e idólatras, consiguió de los nefarios emperadores el cargo de gobernador para marchar a Hispania a ensañarse cruelmente con la rabia de sus sentimientos contra los miembros de Cristo 4.

5. Habiendo llegado rápidamente a la provincia de Hispania, no pudo ocultarse la barbarie de su crueldad, sino que con la dureza de su maldita inhumanidad, como un león rabioso, comenzó a buscar a todos los cristianos y a desgarrar con sus dientes ensangrentados sus cuerpos. Pero la providencia del omnipotente Dios permitió que, para gloria y protección de algunas ciudades, con su malvado impulso consagrara a Cristo Nuestro Señor víctimas sacrosantas, por cuya intercesión llegaría a los ciudadanos la gracia abundante del Señor.

6. Llevando a cabo estas impías acciones, se dirigió a la ciudad de Cesaraugusta, poseído por el espíritu del Diablo, y martirizó al insigne santo triunfante y glorioso Vicente, quien dio lustre no sólo a la ciudad de Cesaraugusta con los destellos de su gloria, sino también a Valencia con el honor de sus restos. Y después, en el furor de su locura, derram� la sangre inocente de dieciocho varones ilustres: Quintiliano, Casiano, Matutino, Publio, Urbano, Marciano, Fausto, Suceso, Félix, Genaro, Primitivo, Euvoto, Ceciliano, Obtato, Front�n, Luperco, Apodemio e Isicio, añadiendo además a este abundante martirio a una santa virgen de Dios, la gloriosa Engracia 5, bañada con el rocío de su purpúrea sangre. No habiendo podido Daciano doblegar la firme decisión de las almas consagradas al Señor Jesucristo y, comoquiera que los santos soldados derramaban gustosamente su santa sangre por amor al Rey eterno, el Diablo encauzó a su ministro hacia otro tipo de métodos.

7. Reunida la multitud de sus esbirros, según transmite el recuerdo indudable de los tiempos antiguos, la astuta Serpiente expuso con estas palabras la perversidad de su pensamiento: «Soldados de nuestros emperadores, nada ganamos empeñándonos en esta lucha y no podemos doblegar la fortaleza de las mentes cristianas al culto de nuestros dioses y queriendo vencerlos con métodos crueles, contribuimos expresamente a sus victorias. Acordemos un plan secreto: que ninguno de vosotros revele o descubra nuestros proyectos, para que ninguno de ellos logre enterarse de la consigna de nuestro plan de la mañana o de la noche. A esta innumerable multitud de cristianos, que vive en el recinto de esta ciudad, hay que exterminarla más que con procedimientos violentos, con un plan secreto. Si a ellos uno tras otro hemos decidido aplicarles torturas de distintas clases para forzarlos al culto de nuestros dioses, al no poder vencer la firmeza de su espíritu, nos estamos labrando a nosotros mismos más que a ellos una muerte segura.

8. Que recorran toda la ciudad pregoneros, para que la multitud, que se oculta tras las paredes de sus casas, sea sacada lo más rápidamente posible de esta ciudad, como si se concediera libertad para vivir y fijar su morada donde cada uno quiera, de manera que ninguno de su religión, desde los Señores hasta los esclavos, sea hallado en las casas de esta ciudad compartiendo nuestra vecindad. Y vosotros, soldados, camaradas nuestros, sacad de los depósitos oficiales las armas, ceñid vuestros costados con espadas de doble filo y buscad lo más pronto posible los escondrijos secretos. Y cayendo de repente desde lugares ocultos sobre la hueste inerme de soldados de Cristo, apresuraos a aplastar a porfía las filas de esa chusma y a todos los que encontr�is dadles muerte con vuestras espadas afiladas. Nosotros hemos dado orden de cerrar las entradas de todas las puertas para que, si alguno por casualidad escapando del filo de la espada quiere volver a la ciudad, las halle todas cerradas, debiendo morir a golpe de espada el que antes logr� librarse de ella y que ninguno de aquellos, a quienes no pudimos atraer al culto de nuestros dioses y prefirieron adorar a Cristo, quede sin venganza».

9. Los escuadrones de soldados recorren las casas de toda la ciudad. Las voces roncas de los pregoneros resuenan. Se abren los cerrojos de las puertas de occidente 6, y, gozosa la multitud de fieles de uno y otro sexo, salen en tropel formando grupos. Los viejos se apresuran sosteniendo, con sus manos temblorosas sobre bastones, sus vacilantes miembros, para no abandonar el consuelo de sus hermanos en la fe. La multitud de jóvenes y adolescentes deja por propia iniciativa abiertas las puertas de sus casas. También las mujeres, débiles, pero más fuertes por su decisión que por la fragilidad de su sexo, se apresuran con las multitudes de llorosos niños y de alborotadores siervos jóvenes, de manera que daba la impresión de que la población de toda la ciudad marchaba al espectáculo de la espada enloquecida, como dice el ilustre anunciador del Evangelio: «Hemos sido hechos espectáculo para este mundo, para los ángeles y para los hombres» 7.

10. «Para qué añadir más? Sale toda la muchedumbre de cristianos alegres y cantando: «Gloria a Dios en las Alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad» 8. Así pues, son cerradas totalmente por los oficiales de la impiedad las puertas de la ciudad, para que nadie encontrara acceso a la compasión. Desde lugares ocultos saltan de repente piquetes armados, atacan con sus funestas espadas, dispuestos a matar a los grupos de cristianos y, como a un gran rebaño de corderos, derriban los cuerpos de los fieles, que no ofrecen resistencia. Los ministros de los diablos son empapados con la sangre de inocentes, marchan sobre los cadáveres y ni siquiera así quedan hartos de su crueldad para con sus víctimas.

11. Entonces aquel salvaje y crudelísimo dragón, el gobernador Daciano, ordenó a la multitud de los paganos que a la vista de toda la población echaran a la hoguera los cuerpos amontonados de los muertos 9; y, por temor a que algún cristiano, que viviera lejos o cerca en escondrijos, recogiera para sí las cenizas de los santos mártires, dio orden de que fuesen sacados rápidamente de las cárceles todos los reos de diversos crímenes, a quienes retenían las ocultas prisiones de la ciudad, y que les cortaran las cabezas y que juntaran sus malvados cuerpos con los de los santos y los destruyeran así en el fuego. Son quemados con los cuerpos de los salteadores y asesinos los gloriosos cuerpos de los mártires, siguiendo el ejemplo de Cristo, nuestra cabeza, verdadero Dios y Hombre, que fue crucificado por nuestra salvación entre dos ladrones 10 y que concede a los justos los goces eternos del Paraíso Celestial y a los otros, en cambio, por sus merecimientos castigos que no tendr�n fin.

12. «Ay de ti, Daciano, ministro del Diablo! «No te basta para acrecentar tus crímenes mirar con malos ojos los méritos de los inocentes y poner fin a la vida de los ciudadanos contra los derechos de las leyes, si no te empeñas con obsesión en añadir la maldad de este horrible crimen! «De qué te sirvió el ensañamiento de tantas brutalidades? «De qué la rabia enloquecida de tantas crueldades? Destruiste el pueblo inocente de la ciudad terrena y ofreciste en sacrificio al pueblo de nuestra ciudad, Jerusalén siempre triunfante con Cristo. Ahora las almas de los justos est�n en la mano de Dios y no los alcanzar� el tormento de la muerte. A ti, en cambio, te retiene encadenado el tormento de los fuegos infernales que nunca acabarán. Ellos esperan con ansia la resurrección de sus cuerpos muertos para ser premiados entre las restantes multitudes de mártires con doble recompensa. Tú, en cambio, no quieres de ningún modo recuperar el armazón de tu cuerpo criminal, por miedo a que seas condenado al fuego eterno con el doble castigo del alma y del cuerpo junto con el Diablo y sus ángeles. He aquí que, al contemplar con nuestros ojos las cenizas de los innumerables santos mártires 11, las veneramos con máximo gozo y alegrándonos de sus triunfos nos asociamos a ellos participando en su martirio.

13. Hemos consagrado al omnipotente Dios un templo en honor de ellos 12, de modo que el pueblo cristiano, exultante de gozo, no cesa de unirse con alegría a las fiestas en honor de aquellos, a quienes tu ferocidad quiso arrancar de raíz el nombre. «Oh feliz, muy feliz ciudad de Cesaraugusta, regada por la sangre de los mártires! ¡Tú ofreciste a Dios omnipotente el tributo de tantos miles de mártires! Alégrense, pues, contigo las ciudades del mundo entero, adornadas por la preciosa sangre de los mártires. G�cese, en fin, la propia capital de los pueblos, la más noble de las ciudades, la dorada Roma, que con dos príncipes de Cristo, los grandes santos apóstoles Pedro y Pablo, sobresale por la abundancia de perfumadas rosas bienolientes de sus incontables mártires. Alégrense también con nosotros todos los pueblos de Hispania entera, que llevan consigo la dignidad del nombre cristiano y, mientras los habitantes de algunas ciudades gozan de la protección de escasos mártires, de uno, dos o tres, o quizá cuatro, tú destacas ampliamente en el número de tus incontables mártires; pero, al asociarse a las festividades de nuestros mártires los que gozan del patrocinio de pocos mártires, no sin razón participan de su protección junto con nosotros 13.

14. Por nuestra parte nosotros, a quienes la unidad de la santa fe católica ha vinculado a los méritos de estos santos mártires, alegrémonos cada año en sus fiestas y triunfos, celebremos con suma devoción sus vigilias, para que convenientemente participemos en sus méritos. Venid, exultemos de gozo en el Señor, cantemos con júbilo a Dios Nuestro Salvador 14, para que Él, que dio el triunfo de su victoria a sus santos mártires, se digne concedernos imitar sus ejemplos y Él, que les prepar� moradas celestiales en el poder de su Reino, nos conceda el perdón inmediato de su misericordia, para que merezcamos gozar del descanso eterno en el Reino de los Cielos.

15. Por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina en unidad con Dios Padre y con el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.


*. Riesco Checa, Pilar, Pasionario Hispánico. Ed. Universidad de Sevilla. Sevilla, 1995, pp. 229-241.

1. La pasión fue redactada en los primeros años del s. VII (Fábrega, P.H. I, p. 170). El culto a estos santos va ligado al de Sta. Engracia. (Sobre una posible inscripción métrica a la santa cf. J. Gil, «Epigraphica IIIª, C.F.C. XIV (1978), p. 113 ss.). En su honor se dedicó una basílica y un monasterio que en el año 592 fue reconciliada tras la profanación en el 580 al apostatar el obispo Vicente que abrazó el arrianismo (II Conc. Zaragoza). El texto fue atribuido a S. Braulio. Van Hooff no admite la atribución. Según Fábrega sería la obra de un regular literato que vivi� bajo el pontificado del obispo Máximo (+ 619).
2. Fábrega sostiene que no existió una redacción anterior habiéndose utilizado hasta entonces la Passio de Communi. El hagiógrafo sólo disponía de las noticias suministradas por Prudencio y por ese motivo resalta la importancia de la tradición.
3. Sufrieron martirio en la primera fase de la persecución de Diocleciano. (Cf. Ruiz Bueno, Actas, p. 995).
4. La presencia de Daciano como autor del martirio es error del hagiógrafo pues correspondía a una persecución anterior. Para Gaiffier («Sub Daciano preside», A.B. 72, (1954), p. 386-387) el origen de esta confusión est� en la influencia que sobre esta redacción ejerció la pasión de S. Vicente. Al provenir de la misma ciudad (el martirologio Jeronimiano los cita juntos) el hagiógrafo considerá natural hacer a estos innumerables santos víctimas también de Daciano.
5. Santa Engracia murió después de los dieciocho mártires tras largos sufrimientos por el envenenamiento de sus heridas. (Perist. IV). Sus restos descansaban junto a los de los mártires (cf. Vives, Inscripciones, nº 374, p. 131).
6. Las murallas de Zaragoza sólo tenían cuatro puertas orientadas a los cuatro puntos cardinales. Se refiere también a la puerta meridional que se llam� popularmente «Cineja» por las cenizas de los santos cuerpos que allá fueron quemados. (cf. Risco, E.S., XXX, p. 281-283).
7. I Cor. 4,9.
8. Luc. 2,14.
9. Cf. passio Leoc. 3.
10. Cf. Mt. 27,38.
11. Según una venerada tradición, Dios hizo distinguir unas cenizas de otras por medio de un milagro: las cenizas de los santos mártires adquirieron la forma de una masa de radiante blancura, símbolo de la pureza de sus almas, que recibió el nombre de Massa candida.
12. Los cristianos recogieron las cenizas de los mártires y cuando volvió la paz a la Iglesia (c. 312) edificaron una capilla subterránea en la que guardaron en un sepulcro de mármol todas las cenizas. Era ésta la Iglesia de las Santas Masas o Sancta Sanctorum.
13. En estas últimas frases, como notaba el bolandista Van Hooff, el texto adquiere el tono de una homilia más que una pasión. Según García Rodríguez (El culto de los Santos, p. 332) es posible que el autor utilizara la que pronunciaría el obispo Máximo en ocasión de la ceremonia de consagración de la basílica (c. 592).
14. Ps. 94,1.

 

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