ORACIONES HISPANO-MOZÁRABES
Navidad. Comentarios a las lecturas de Navidad, Circuncisión, Aparición e Inicio del Año |
Navidad
El psallendum y el apóstol del día de Navidad, son los mismos para los años I y II. La profecía de este año es interpretada por el psallendum desde la perspectiva encarnatoria: El Señor me ha dicho: ¿tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy». El Verbo eterno se hace carne y el Padre se complace en ello. También resalta la concepción de Cristo como rey por el versículo siguiente (Sal 2,8): te dar� en herencia las naciones, en posesión, los confines de la tierra. Desde este punto de vista, el psallendum interpreta la profecía de Isaías dejando a Cristo como verdadero Dios, Hijo del Padre, pero también como Rey de Israel y, por lo tanto, como destinatario de las promesas de Dios y de las profecías que esperaban un Mesías más bien terreno. Así, el reinado de Cristo no se limita a una cuestión puramente espiritual, sino que abarca hasta los confines de la tierra. Otros aspectos de la profecía que no son recogidos por el psallendum en su interpretación dialógica son la iluminación del pueblo de las promesas -que en el contexto de esta Liturgia de la palabra es la Iglesia- y la alegría, temas que ya hemos visto en el Adviento. En s� misma, la profecía de Isaías de hoy es �un canto a la luz y a la paz que generosamente se nos ofrecen y que se nos invita a acoger, si reconocemos en la experiencia del pueblo de Israel nuestra situación fruto del pecado» 1. Sin embargo, el hecho de que el psallendum y el apóstol se repitan estos dos años nos dice cuál es la intencionalidad propia de este día. En efecto, la visión encarnatoria y a la vez real -de realeza- que encontramos en el psallendum la encontramos en el apóstol del día, tomado de la carta a los Hebreos. El autor de la carta cita a nuestro psallendum de hoy, por lo que nos encontramos con una interesante sucesión interpretativa: el psallendum resalta dos aspectos de la profecía, mientras que la carta a los Hebreos clarifica y desarrolla los temas del psallendum, pero también los de la profecía de Isaías. Si en la profecía se aludía a la venida de un Mesías, la carta a los Hebreos resume todo el fundamento profético del Antiguo Testamento: En distintas ocasiones y de muchas maneras habl� Dios antiguamente a nuestros padres por los Profetas. Con el psallendum la asamblea confiesa la divinidad de ese Mesías, según el sentido cristiano de El Señor me ha dicho: ¿tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy», que lo vemos realizado en la voz que se refiere a Jesús en las aguas del Jord�n (cf. Lc 3,22). La carta a los Hebreos desarrolla aún más nuestra confesión en la divinidad de ese niño nacido en Bel�n, diciendo que Él es reflejo de la gloria del Padre e �impronta de su ser�. Habiendo realizado la purificación de los pecados y estando a la derecha de Dios, alguno podría pensar que podía tratarse de un ángel. El autor de la carta a los Hebreos dirime la cuestión: El Padre no podía llamar Hijo suyo a ningún ángel. Al contrario, Cristo est� por encima de ellos. En el contexto navideño, la mención a los ángeles es muy lógica, pues son ellos los que tienen un protagonismo a la hora de señalar la venida en la carne del Verbo. El himno Gloria a Dios en el cielo que repetimos en cada celebración, es el himno angélico que encontramos aludido en Lc 2,14. La misión angélica, como era de esperar, se manifiesta repetidamente en el evangelio de hoy, que también recoge la cita al himno del Gloria que es cantado por todos los ángeles, al que se unen los pastores, y al que en la misa de hoy nos hemos unido también nosotros. La selección de textos del evangelio de hoy es casi la misma que en el año II. Hay un matiz importante: no incluye los versículos previos al texto que hemos leído hoy, haciendo con esto que nos centremos más en la alabanza angélica que en los hechos histéricos que condujeron a que Jesús naciera en Bel�n. El canto de laudes -que es el mismo para los dos años- resalta un tema aludido en la profecía al hablar de la purificación: el que es enviado por el Padre traer� la redención a su pueblo.
La profecía de este año incluye unos versículos que no se encuentran en la profecía del año pasado (Is 7,10-16). En ellos radica la novedad de este año, lo mismo que en los versículos evangélicos que no se leyeron el año pasado y que, como dijimos, narran los acontecimientos histéricos del censo del mundo entero ordenado por el emperador Augusto. También en los versículos proféticos propios de este año encontramos más referencias históricas: la señal del cielo, la alusión a la casa de David (san José), la virgen encinta y el sentido de la encarnación de Cristo: Dios est� con nosotros. La particularidad de este año es recogida bien por I. Tom�s: «La Virgen que da a luz es siempre una paradoja, naturalmente no puede haber una relación entre maternidad y virginidad ya que físicamente es imposible. Pero, este dato pone de manifiesto que la iniciativa parte de Dios que es quien da un niño a su pueblo, para que en Él encuentre la liberación de la opresión injusta y sea alegría y gozo [...] Por último, es importante descubrir la referencia al tiempo escatológico que el nacimiento del niño va a inaugurar; su sustento de leche y miel así nos lo hace ver, ya que es el alimento de la tierra prometida» 2.
Mientras que el calendario romano actual celebra el 1 de enero la solemnidad de santa Mar�a, madre de Dios, nuestra liturgia celebra un acontecimiento cristológico: la Circuncisión del Señor. Para I. Tom�s, esta misa �profundiza en algunas realidades teológicas, especialmente en el sometimiento del Hijo en la voluntad del Padre, aceptando la circuncisión en su carne, y en el cumplimiento de la Ley, presentando a Jesús cumpliendo todo lo que por ella estaba establecido» 3. El evangelio es el mismo para los años I y II, y es el testimonio histérico de este misterio de la carne del Señor que celebramos. En el evangelio se describen tres ritos: la circuncisión del varán (Gn 17,10-14), la purificación de la madre (Lv 12,2-8) y la consagración del primogénito (Ex 13,2.12s). En el rito romano -en el llamado modo �extraordinario- se celebra la purificación de la madre y la consagración del primogénito -�ste último es el sentido de la fiesta moderna- el 2 de febrero, conocido popularmente como el día de las Candelas. Decíamos que la celebración hispana es propiamente cristológica porque tanto las lecturas como la eucología se fundamentan en la circuncisión y presentación. En el mismo evangelio se aprecia cómo el mismo Cristo es el cumplimiento de los vaticinios del Antiguo Testamento, que en las personas de Simeón y Ana se regocija por su venida. La profecía, que narra la vocación profética de alguien que es considerado amigo de Dios, la debemos leer en sentido cristológico: el enviado no es otro que Cristo, que ha sido enviado con el Espíritu de Dios. Por medio de Él, el Padre revela a las naciones su justicia, como cantamos en el psallendum. Pero toda esta alusión al Antiguo Testamento exige una actitud por parte del cristiano. Además de reconocer que en los escritos proféticos se habla de Cristo, el bautizado debe reconocer el sentido espiritual de los ritos prescritos para el pueblo de Israel. Y es así como el apóstol de hoy nos invita a descubrir que la circuncisión del cristiano no es el rito prescrito a los judíos sino dar culto con el Espíritu de Dios y poner nuestra gloria en Cristo Jesús, sin confiar en la carne. Dos actitudes fundamentales propias del Adviento-Navidad salen a relucir en la carta a los Filipenses: la alegría en el Señor y la importancia del conocimiento de Cristo. En Simeón y en Ana descubrimos las dos. De Simeón decía el evangelio que el Espíritu Santo estaba en Él. Por tanto, ya antes de la venida de Cristo en la carne, Simeón concibió su vida como un culto espiritual agradable a Dios, poniendo su esperanza en Cristo, que contempl� antes de su muerte. Ese es el sentido espiritual de los ritos del Antiguo Testamento y de todos los que esperaban en Cristo.
El evangelio de hoy, que es el mismo del año I, describe tres ritos: la circuncisión del varán (Gn 17,10-14), la purificación de la madre (Lv 12,2-8) y la consagración del primogénito (Ex 13,2.12s). Este año se subraya especialmente la circuncisión, pues la profecía del G�nesis de hoy habla de Isaac, que no fue el primogénito de Abrahán sino Ismael. Isaac es tipo de Cristo y al igual que Él �es un don de Dios y cumplimiento de sus promesas» 4. Como bien señala I. Tom�s, «La alegría de la risa que produce el nacimiento de Isaac ser� también el tipo de alegría que produce en Simeón y Ana el encuentro con Cristo» 5. Y es ese ambiente de alegría, común al ciclo Adviento-Navidad el que se respira en el psallendum: De la boca de los niños de pecho has sacado una alabanza. Como en el año pasado -en el apóstol-, la alusión al número octavo pretende justificar la localización de esta fiesta en el año litúrgico hispano. La alusión a Isaac también sirve para situar históricamente la costumbre de la ablación del prepucio masculino. En este día el apóstol de la carta a los Romanos explica la sujeción de Cristo a las costumbres judías: Cristo se hizo servidor de los judíos para probar la fidelidad de Dios, cumpliendo las promesas hechas a los patriarcas. Pero esa sujeción no es una muestra de exclusividad, sino que también incluye la acogida por parte de los gentiles. Esta cuestión resuena incluso en el canto laudes: Los gentiles temerán tu nombre, Señor, los reyes del mundo tu gloria. Este canto se supone que podría responder de alguna manera al evangelio del día, y ciertamente lo hace: luz para alumbrar a las naciones declara Simeón. Con esto queda justificada la misión de la Iglesia en el pasado y en nuestros días. Sorprende que en vez de preferir -como en el año anterior- una cierta clarificación entre los ritos veterotestamentarios y el modo de vida cristiano, en este año la Liturgia de la palabra se decanta por prolongar el ambiente festivo propio de la Navidad, sin renunciar, como es lógico, a la temática propia del día.
Los prenotandos del Misal nos dicen de esta fiesta que «Antes de que se instituyera, como Octava de Navidad, la fiesta de la Circuncisión, se celebraba aquel mismo día una fiesta de Año Nuevo. Ambas tradiciones han conservado la misa In Caput Anni o In Initio Anni. Se presta a ser utilizada en la vigilia de fin de año o bien como misa dominical o ferial entre el 1 y el 6 de enero». Se trata, por tanto, de una celebración que no est� vinculada a un hecho salvífico concreto que exija un día específico en el Calendario (fijo o móvil). En su origen fue una celebración en la que se rechazaba la superstición pagana. Según I. Tom�s, �nos encontramos frente a una misa no propiamente de Navidad, aunque parte de la Encarnación del Verbo en muchas de sus fórmulas. Nos encontramos, más bien, con una celebración que tiene como objeto concreto hacer ver a la comunidad la necesidad de abandonar los ídolos, para volver a Cristo, por lo tanto es una celebración cristológica y penitencial; junto a estos dos aspectos se unen la acción de gracias por el año que termina y la teología del tiempo redimido por Cristo» 6. Sin embargo, en la Liturgia de la palabra de este año I vemos aspectos originales que sitían bien esta celebración dentro del tiempo de Navidad-Epifan�a. En efecto, la profecía de Isaías muestra la complacencia de Dios con su profeta -Tú eres mi siervo de quien estoy orgulloso-, que nos recuerda la complacencia del Padre con Cristo en el Jord�n, misterio que recordaremos en Epifan�a. En el evangelio se habla del Verbo como luz verdadera, que alumbra a todo hombre, tema también muy propio del Adviento y la Navidad. Y en el mismo evangelio se alude a Juan, que se declara inferior a Cristo, cuestión que resuena en el Bautismo en el Jordán. La luz también aparece en la profecía te hago luz de las naciones, que el psallendum traduce por una alabanza el confín de la tierra. También en el psallendum encontramos el tema de la justicia (Tu diestra est� llena de justicia), que podemos relacionar con Melquisedec en el apóstol, rey de justicia. Jesucristo, lo mismo que Melquisedec, no tiene «tiempo», esto es, genealogía. Desde el punto de vista de la divinidad, la inexistencia de genealogía del Hijo de Dios la expresa el evangelio de hoy, el prólogo del evangelio de san Juan. En cuanto al apóstol, el caso de Melquisedec es anecdótico: si tuvo genealogía, pero nadie la llegó a conocer. Y al igual que Melquisedec, Cristo es también rey de justicia. No olvidemos que también el día de Navidad se aludía a la realeza de Cristo. Como vemos, la Liturgia de la palabra de este año sitía bien esta celebración en el tiempo de Navidad. Las oraciones del misal, sin embargo, irán por otros derroteros.
El evangelio de hoy es el texto de la primera misión encomendada por Jesucristo a los apóstoles cuando aún vivía en nuestra carne mortal. Es importante clarificar esto porque el texto parece desmentir algo que hemos escuchado hasta ahora: Jesús prohíbe la evangelización de los gentiles. El Señor recurre aquí a una cuestión did�ctica: a los que primero recibieron la revelación por los profetas, a esos hay que predicar primero el evangelio. Pero la selección de este texto hoy tiene una intencionalidad clara: evitar el trato con la paganía. Si la Liturgia de la palabra del año I situaba esta celebración del Inicio de Año dentro del contexto de la Navidad, en este año II se manifiesta su identidad propia: se invita a rechazar la religión pagana. El canto de laudes contrapone la confianza en Dios y en los hombres, aludiendo quizás a lo que hoy se ha venido a llamar la conciencia religiosa del hombre presente en las religiones. Sin embargo, el binomio profecía-apóstol es más categórico: no se trata de hombres que han intentado alcanzar a Dios y han «creado» religiones, sino que se considera a las religiones paganas del entorno de Israel como demon�acas. Este calificativo resuena también en muchas pasiones de mártires y en la eucología martirial. La profecía de Jeremías se limita a declarar la falsedad de estas religiones: No imit�is la conducta de los paganos, no os asusten los signos celestes que asustan a los paganos; los ritos de esos pueblos son falsos. Este desprecio también se extiende a los ídolos, calificados de «espantap�jaros». Al ensalzar a Dios, el profeta lo llama rey de las naciones, lo que equivale a decir que el reconocimiento del Dios verdadero implica un rechazo de las supersticiones religiosas. En el psallendum cantamos la omnipotencia de Dios, el Dios que sacó a Israel de Egipto y, como es de suponer, del culto a dioses falsos. Aunque exhortando a una conducta que no escandalice a judíos y gentiles, el Apóstol nos invita también a rechazar la idolatría y los ritos de los gentiles, que son duramente condenados: los gentiles ofrecen sus sacrificios a los demonios, no a Dios, y no quiero que os un�is a los demonios. No pod�is beber de los dos cálices, del Señor y del de los demonios. No pod�is participar de las dos mesas, de la del Señor y de la de los demonios. Si en la declaración Nostra aetate (n. 2) del Concilio Vaticano II se declara que en las religiones puede haber «un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres» -o lo que es lo mismo, ver -el vaso medio lleno-, el pensamiento paulino previene ante las falsedades de las religiones que no est�n fundamentadas en la Revelación, lo mismo que el pensamiento profético del Antiguo Testamento y, en buena medida, el pensamiento de la Iglesia primitiva.
La Epifan�a, la Manifestación del Señor, es una celebración que recuerda varios hechos salvíficos de la vida de Cristo en los que Él se muestra como Dios y hombre verdadero. Cuatro son los misterios que la celebración en rito hispano contempla: el bautismo en el Jordán, las bodas de Can�, la adoración de los magos y la multiplicación de los panes. El título latino de esta misa Apparitio puede dar lugar a confusiones, por lo que más que «aparici�n� su traducción correcta sería �manifestaci�næ, que es el sentido del término �epifan�a», que es el usado en el rito romano para este día. En este año I las lecturas aluden principalmente a uno de esos misterios, la adoración de los magos. No en vano se conoce popularmente a este día como el día de «reyes», refiriéndose a los reyes magos. Sólo la carta a los Gálatas alude al bautismo, aunque se refiere al bautismo sacramental de la Iglesia. También aparece aludido el nacimiento de Cristo de una virgen, nacido bajo la ley. El evangelio de este día es más amplio que en el año II. La misión de los magos de Oriente es adorar al Rey de los judíos. Nos encontramos, nuevamente, con otra alusión a la realeza de Cristo. Y es por su condición de rey por la que Herodes comete el crimen que se conmemora el 8 de enero en nuestra liturgia: la degollación de los inocentes, que se celebra desde antiguo en el rito hispano. En este evangelio sobresale la importancia de los sueños: en ellos los magos reciben la indicación de no volver a Herodes y san José -que celebramos el día 3 de enero- la de ir a Egipto para escapar de la ira de Herodes. La profecía ya nos prepara para el evangelio, trayendo datos que se refieren a los magos: los dones de oro e incienso, la luz como imagen de la estrella que guía a los magos, etc. La luz, tema que ocupa el ciclo Adviento-Navidad, llega aquí a su punto culminante. Sobresale también aquí la universalidad de la salvación: «La nueva Jerusalén, iluminada por el mismo Dios, que es su luz, aparece convocando a todos los pueblos, también a sus reyes, para que contemplen y experimenten la Salvación de Dios» 7. Entre los convocados estamos también nosotros, que con el psallendum aclamamos: Que toda la tierra te adore, que cante para ti.
El evangelio de este día, más breve que el del año anterior, se centra en la misión de los magos de Oriente de adorar al Rey de los judíos, pero omite la degollación de los inocentes, misterio propio del día 8 de enero. La exhortación del año pasado a adorar a Cristo niño se recoge también este año en el psallendum. También en el apóstol de hoy sale el tema del bautismo, en sentido sacramental como en el año I: según su propia misericordia nos ha salvado: con el baño del segundo nacimiento y con la renovación por el Espíritu Santo. Con carácter propiamente parenético �como suele ser en el rito romano», el apóstol nos habla de una apparitio de Cristo, pero es la definitiva, la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro: Jesucristo. No debería sorprendernos que por esta idea se haya seleccionado el texto de la carta a Tito para este día. Por otro lado, la invitación de san Pablo es a convertirnos en un pueblo pacífico, donde estemos dispuestos a toda forma de obra buena, sin insultar ni buscar riñas. La profecía que est� tomada del libro de los Números, también tiene en mente a Cristo como Rey, pero de una forma interesante. Recoge el tercer oráculo de Balaam, un pagano que conoce al Dios verdadero. Un primer nivel interpretativo es la vinculación de Balaam con los magos de Oriente, como lo hace I. Tom�s: «Cristo se presenta, de esta manera, como cumplimiento de las promesas hechas en el Antiguo Testamento y manifestado a las gentes, significado en los magos que, como Balaam, son también paganos y como Él interpretan los signos de los tiempos ya que Dios mismo los ha iluminado» 8. Pero otro sentido menos evidente lo podemos ver en un cierto paralelismo entre Balaam y Juan el Bautista. En efecto, Balaam se describe a sí mismo como oráculo del hombre de los ojos perfectos, que en latín es más bien el de los ojos abiertos. Es el profeta que contempla visiones del Todopoderoso, en éxtasis, con los ojos abiertos. En la misa que conmemora en nacimiento de san Juan Bautista, se comprende su misión como iluminación, y ese mismo día est� concebido en las religiones paganas en relación a la luz. El bautismo de Juan en el Jordán, misterio que se celebra este día, puede referirse también en la profecía de Números. Juan precede al Salvador, Él mismo no pertenece al grupo de Jesús y parece quedarse en el Antiguo Testamento, como Balaam en la paganía. Pero ambos son instrumentos de Dios y llevan a reconocer la manifestación de Dios. También la lectura de Números aludir� a que el héroe sale de Egipto, acontecimiento que no se lee en el evangelio de este año.
Notas:
1. Ignacio Tom�s C�novas, Teología de
las celebraciones del tiempo de Navidad en la liturgia Hispano-Mozárabe
revisada en 1991, Grafite Ediciones, Bilbao, 2003, p. 61. |