Martyris festum
rutilat, beati
Ecce Marcelli: Populi venite,
Carminis Deo resonemus Hymnum
Voce sub una. Mores
doces cives, populos sequaces,
Indui Christum, fugere caduca,
Spiritus probra studio domare
Tempore toto.
Abnuit pompas, refugit
honores;
Atque dum miles haberetur atrox,
Cominus cessit manibus habita
Regia jussa.
Arripit mentis
gladium, dicato
Munere pollens, Domini Tonantis
Terrea tranat celeri volatu
Omnia vincens.
Rite compunctus animum
perarmat,
Spiritu doctus superat profanum
Judicem; verbis placidus cruorem
Fundere gliscens.
Rectus ab hinc famulus
Tonantis,
Mentis insistit precibus vigore:
Novit et vota Dominus, et reddit
Mente potenti.
Celsos honores et opes
fugaces
Spernit, effulgens animi nitore;
Votaque Christo celebrans, retentat
Pectore grates.
Caelica mente,
religione mallens
Fieri civem, dicat hic se totum
Aethere Tonanti, jugiter manenti
Omne per aevum.
Ecce, qui jussus
patriam tueri,
Arma projecit, Domini se servum
Gliscit aeterni, resonans dicata
Carmina Christo.
Exinde exclamat
rabidus tyrannus:
Iste Marcellus, mea qui praecepta
Temnit, et arma putat abneganda,
Morti ne detur?
Laeta Marcelli famuli
Beati
Inde vox coepit resonare Christum;
Et bene truci veniat ut ipsi
Praesidi poscit.
Laus enim non est,
quaeriturque verbis,
Martyr resonat merito cruoris,
Sermo nil potest, animus rependat
Munera laudis.
Licet
hic sensus maneat acutus,
Mentis et vigor habeatur omnis;
Quod tamen Sanctis datur in futuro
Tempore munus!
Loqui nec ullus valet
unquam homo
Carne vestitus fragili, beandus
Claustra cum carnis liquerit, resurgens
Judice Christo.
Vocibus ergo placidis
rogamus
Te, Deus, omnes, humilique mente,
Dones defunctis requiem misertus,
Gaudia vivis.
Ut sine culpa famuli,
Beati
Festa Marcelli celebremus, una
Teque laudemus pariter per aevum
Dulcibus Hymnis.
Sic tuae plebi veniam
canenti
Proroga; ut nostra scelera dimittas
Testis, et prece reseres Marcelli
Abdita coeli.
Sit honor una Pater
alme semper,
Et tibi Christo, pariterque dona
Cuncta qui cingis, Deus unus extans
Saecula saeculorum.
Amen.
|
He aquí que resplandece la
festividad
del bienaventurado mártir
Marcelo,
venid, fieles, en honor de Dios
hagamos resonar el canto de un himno con una sola voz.
Por su modo de vida
enseña
a los pueblos que le siguen que se
vistan de Cristo,
huyan de lo perecedero y dominen con celo
en todo momento las vilezas de su alma.
Renunció a las pompas, huy� de los honores
y, aunque era
considerado
un soldado aguerrido,
públicamente desert� arrojando
de sus manos las órdenes del rey.
Fortalecido con el don sagrado del Señor del trueno,
empuía
la
espada de su alma
y venciendo todo lo terrenal
en rápido vuelo pasa [al cielo].
Arrepentido como es debido, arma su
ánimo
instruido por el
Espíritu, vence al profano juez
con sus palabras deseando
ardientemente
derramar gustoso su sangre.
Después de esto, ya siervo recto del Señor del trueno,
con el vigor de su alma insiste en los ruegos,
y el Señor acepta sus
votos
y lo hace poderoso de alma.
Magnínimo, menosprecia los honores
y las fugaces riquezas
brillando
por el esplendor de su espíritu y, publicando sus
votos
a Cristo, guarda el agradecimiento en su pecho.
Prefiriendo en su espíritu
ser ciudadano de la región
celestial,
se consagra entonces todo Él al Tonante en el cielo,
que permanece perennemente por toda la eternidad.
He aquí que, cuando se le mandí defender la patria,
arroj�
las
armas y, deseando ardientemente
ser siervo del Señor eterno,
hace resonar un himno consagrado a Cristo.
Después el tirano lleno de rabia exclama:
Sea entregado a
la
muerte este Marcelo,
que desprecia mis órdenes y piensa
que
hay que rechazar las armas.
Después, la voz alegre del bienaventurado
siervo Marcelo empieza a alabar a Cristo
y pide presentarse voluntariamente
ante
este gobernador cruel.
Pues no es alabanza la que se busca
con las palabras, el
mártir
la hace resonar
con el salario de su sangre; [pues] no puede la
palabra,
pague el alma las ofrendas de alabanza.
Aunque aquí se conserve una inteligencia aguda
y se tenga
todo
el vigor del alma,
sin embargo, el don que se da
a los santos en
el
futuro.
Ning�n hombre vestido de la frágil carne
puede decirlo
nunca,
[sólo] cuando ha abandonado
la prisión de la carne para ser
dichoso
resucitando en Cristo juez.
Por eso con palabras de gratitud
todos te pedimos
humildemente,
Dios,
que des misericordioso el descanso a los muertos
y la alegría a los vivos.
Para que sin culpa celebremos juntos
la festividad de tu
bienaventurado
siervo Marcelo
y te alabemos a la vez
con dulces
himnos por la eternidad.
Extiende tu favor al pueblo que te canta,
de manera que
perdones nuestros crímenes
y con el ruego de tu testigo Marcelo
nos
abras el seno de los cielos.
Sea siempre el honor a ti, Padre divino,
y a la vez a ti,
Cristo,
e igualmente al don [del Espíritu],
Dios único que lo abarcas
todo
existiendo por los siglos de la eternidad.
Amén. |