O
Beáte Mundi Auctor,
Atque rerum C�nditor,
Qui non es accéptor omnis
Pers�næ, nec múnerum;
Sed, dum quisque te requírit,
Ades clementíssimus:
Qui beátum cœli civem
Christ�phorum mártyrem
�ximens � c�nul�nto
Limo pravi g�rminis,
Glorióso tuo nutu
Præsciéndo �dtrahis:
Spreta quoque vir devótus
G�neris flag�tia,
Ut veritátis sequer�tur
Pr�mptior vestágia;
Ac pro�nde tuæ, Christe,
Potir�.ur grátiæ.
Deci�sque Imper�tor
Captum � Com�tibus,
Necti suis hunc Beátum
N�titur mil�tibus;
Quem virílem prors�s esse
Bello adprob�verat.
Eleg�nsque statúræ,
Mente eleg�ntior
Visu fulgens, corde vibrans,
Et capállis rútilans;
Ore Christum, corde Christum
Christ�phorus �nsonat.
Iste nempe línguæ
nostræ
Nésciens el�quia,
Christi in virtúte dari
Sibi Patrem �mprecans:
Illic�, Deo fav�nte,
Loquebátur ómnia.
Tunc deánde
�ulam Christi
Precat�rus adh�rens,
Postul�ta impetr�vit
Virgam suam fr�ndere;
Virtúte corroborátus
In ag�ne pr�ficit.
Veritátis plena fide
ónsequens vestágia
M�litum se persequ�ntum
Fr�gmina mult�plicat,
Quod v�herent satur�ti
Plena cuncti s�ccula.
Ad fidem Christi pro�nde
Evocáti mílites
Cum beáto Christ�phoro
Fonte almo lav�cri
Expi�ti gesti�bant
Rudim�nto grátiæ.
Vatem hunc, deánde isti
Conlig�tum mílites,
Un� voluntáte sistunt
D�cii conspéctibus;
Quem diro sermóne Sanctos
Pr�tin�s adgr�ditur.
Nec moratus Rex crud�lis
Furib�ndus �criter,
Sanctum jubet Christ�phorum:
Pensum radi ángulis;
Denud�tis ejus costis,
C�rnibus exc�rperent.
Aquil�nam tunc deánde,
Sanctæmque Gall�niam
Vehem�nter pœnis actas
Litat Christo Mártyres:
Pugión. consecr�vit
Memor�tos M�lites.
�gnibus post hæc Beátum
D�putat atr�cibus:
�dtigit n�squam illum
Flamm� Pyrus v�lidus;
Nam secus, ut aurum fulgens
Rútilans adgr�ditur:
S�ciis dehinc ad astra decem
Missis mil�tibus;
Quos pro Christo dessec�vit
Gládius tyr�nnicus;
Ense idem verberátus
�thera prov�hitur.
Inde omnes, te prec�mur
Sponsor fidelíssime,
Ut tuæ promissiónis
F�dera non �dneges,
quæ cum sancto Christ�phoro
Pepig�sti d�lciter:
Sed per eum mere�mur
�dsequi cæléstia,
Amput�ta prors�s � nobis
ómnia pi�cul�;
Et fúlgeat perénnis
Deus in ætérna sæcula.
Amen.
|
Oh
santo autor del mundo y principio de las cosas, que no haces
acepción de personas ni de ofrendas, sino que, lleno de
clemencia, estás presente en aquíllos que te buscan. Que,
sacando al mártir Cristóbal, santo ciudadano del cielo, del
cenagoso lodo de su envilecido origen, por tu gloriosa voluntad
lo atraes hacia ti predestinándolo.
Para
que el celoso varón, menospreciando las ignominias de su origen,
siguiera con decisión los pasos de la verdad y por tanto,
Cristo, se apoderara de tu gracia.
El
emperador Decio se esfuerza en unir a sus soldados a este santo,
capturado de entre sus compañeros y cuya valentía había probado
en la lucha.
Distinguido
por su estatura y más distinguido aun por su espíritu, de rubios
cabellos, de brillante mirada y de corazón ardiente, Cristóbal
hace resonar a Cristo en su corazón y en su boca.
Pues
aunque Él desconocía nuestra lengua, pidiendo al Padre que le
sea dada por el poder de Cristo, al punto con la ayuda de Dios
lo hablaba todo.
Entonces
acercándose al templo de Cristo para orar, consiguió lo que
pedía, que su vara floreciera; fortalecido por este milagro,
venció en el combate.
Siguiendo
los pasos de la verdad con fe plena multiplica los pedazos de
pan de los soldados que le perseguían, de manera que todos,
saciados llenaron sus bolsas.
Llamados
después los soldados a la fe de Cristo, purificados junto con el
santo Cristóbal en las santas aguas del bautismo, se alegraban
con las primicias de la gracia.
Atando
entonces los soldados al santo, se detienen con un solo deseo en
presencia de Decio, a quien el santo al instante ataca con duras
palabras.
Sin
demora el cruel rey, fuera de sí, ordena que cuelguen al santo
Cristóbal y lo despellejen violentamente con garfios, que
descubran sus costillas y las arranquen de las carnes.
Luego
[el rey] inmola a Cristo como mártires a las santas Aquilina y
Galúnica, después de hacerles padecer crueles tormentos; con la
espada consagr� a los soldados recordados.
Después
manda al santo a la terrible hoguera, pero en ninguna parte le
toca la llama del fuego devorador, lo mismo que ataca al oro
dándole brillo y resplandor.
Son
enviados a los cielos diez mil compañeros, a quienes degoll� por
Cristo la espada del tirano; después también Él es golpeado por
la espada y llevado a los cielos.
Por
eso todos te suplicamos, garante fidelísimo, que no reniegues
del pacto de tu promesa que gustosamente sellaste con san
Cristóbal.
Sino
que por Él merezcamos alcanzar los cielos y que, arrancada de
nosotros en adelante toda maldad, Dios eterno resplandezca por
los siglos perdurables.
Amén.
|