Bis nobem
noster populus sub uno
Martirum servat cineres sepulcro,
Cesaraugustam vocitamus urbem,
Res cui tanta
est. Plena magnorum domus
angelorum
Non timet mundi fragilis ruinam
Toth sinu gestans simul offerenda
Munera
Christo.
Quem Dei dextram quatiens
coruscam
Nube subnixus veniet rubentem,
Gentibus iustam possituros equo
Pondere
libram.
Orbe de magno caput excitata
Obiam Christo properanter ibit,
Civitas quoque pretiosa portans
Dona
canistris.
Tu decem sanctos revees et
octo
Cesaragusta studiosa Christi,
Vertice flavis oleis revincta
Pacis honore.
Sola in occursum
numerosiores
Martirum turbas Domino parasti,
Sola predives pietate multa
Luce frueris.
Vix parens orbis populosa
Penis,
Ipsa vix Roma in solio locata,
Te decus nostrum superare in isto
Munere digna
est.
Hinc et Engrati recubant
tuarum
Ossa virtutum quibus efferati
Spiritu mundi violenta virgo
Dedecorasti.
Martirum nulli remeante vita
Contigit terris habitare nostris
Solus tu morti proprie subprestes
Vibis in
orbem.
Vibis, ac pene seriem
retexis,
Carnis et cese spolium retemtas,
Terra quam sulcos habeat amaros
Vulnera
narrans.
Barbarus tortor latus omne
carpsit,
Sanguis inpensus, lacerata membra,
Pectus abscissa patuit papilla
Corde sub
ipso.
Iam minus mortis pretium
peracta est,
Qui venenatos abolens dolores
Concita membra tribuit quietem
Fine supremo.
Cruda te longum tenuit
cicatrix,
Et diu venis dolor hesit ardens,
Dum putrescentes tenuat medullas
Tavidus
humor.
Invidus quamvis obitum
supremum
Persecutoris gladius negarit,
Plena te martir tamen ut peremta
Pena coronat.
Vidimus partem iecoris
revulsam,
Ungulis longe iacuisset pressis,
Mors habet pellens aliquid tuorum
Te quoque
viba.
Hunc novum nostre titulum
fruendum
Cesaraguste dedit ipse Christus,
Iuge vibentis domus ut dicata
Martiris
esset.
Ergo ter senis sacra
candidatis,
Dives obtato simul et Luperco
Perge conscriptum tibimet senatum
Pangere
psalmis.
Ede Succesum, cane
Martialem,
Mors et Urbani tibi concinatur,
Iulium cantus resonet, simulque
Quintilianum.
Publium pangat corus, et
revolbat
Quale Frontonis fuerit tropeum,
Quid bonus Felix tulerit, quid acer
Cecilianus.
Quantus Euvoti tua bella
sanguis
Tinxerit, quantus tua Primitive,
Dum tuos vivax recolat triumphos
Laus Apodemi.
Quatuor post hinc superest
virorum
Nomen extolli, rennuente metro,
Quos Saturninos memorat vocatos
Prisca
vetustas.
Hec sub altari sita
sempiterno
Lapsisque nostris veniam precatur
Turba, quum servat procerum creatrix
Purpureorum.
Nos pio fletu date perluamus
Marmorum sulcos, quibus est operta
Spes, ut absolvat retinaculorum
Vincla
meorum.
Sterne te toga generosa
sanctis
Civitas mecum tumulis, deinde
Mox resurgentis animos et artus
Tota
sequeris.
Gloriam psallat:::::
V\. Exultabunt
sancti.
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(1) Nuestro pueblo guarda bajo un
único sepulcro las cenizas de nueve pares de
mártires: Zaragoza llamamos a la ciudad que
alberga tan gran tesoro. Esta casa llena
de grandes ángeles no teme la caída del mundo
frágil, pues lleva en su seno tantos dones que
ofrecer en bloque a Cristo.
Cuando
Dios, agitando su refulgente diestra, venga
apoyado en una nube roja a poner para los pueblos
su justa balanza de peso preciso,
de los
confines del gran orbe vendrán apresuradamente a
Cristo, alzando sus cabezas, cada una de las
ciudades, trayendo en canastos sus preciadas
ofrendas.
Diez y
ocho santos portar�. tú, Zaragoza, devota a
Cristo, tu cabeza ceñida de dorada oliva, honor
de la paz.
Apenas
es digna la populosa madre del mundo púnico,
apenas la propia Roma, situada en el trono, de
superarte en esa ofrenda a ti, orgullo nuestro.
Aquí
también, Engracia, reposan los huesos de tus
virtudes, con las que amancillaste, violenta
doncella, el espíritu de un mundo embrutecido.
A
ninguno de los mártires le fue dado habitar
nuestras tierras conservando la vida, tú sola,
sobreviviente a tu propia muerte, vives en el
mundo.
Vives
y reconstruyes el proceso de tu tormento y,
reteniendo lo que hubiera sido el despojo de tus
carnes cercenadas, nos cuentas qué amargos son
los tajos de tus espantosas heridas.
El
despiadado torturador despedazó todo tu costado,
tu sangre se perdía, tus miembros fueron
lacerados, tu seno fue arrancado y el pecho
quedó abierto bajo el corazón mismo.
Es
menor el precio q�e se paga cuando se alcanza al
cabo la muerte, pues ésta, anulando el dolor
envenenado, concede rápido descanso a los
miembros con su sueño final.
Largo
trecho te embargó una herida abierta y el dolor
quemante se aferr� largo tiempo a tus venas,
mientras humor corrompido consume tus tuætanos y
los va pudriendo.
Aunque
la espada envidiosa de tu perseguidor te negara
la muerte definitiva, con todo, mártir, un
suplicio completo te otorga la corona como si
hubieras muerto.
Vimos
que un trozo de tus entrañas yacía arrancado a
lo lejos con la señal de unos garfios clavados:
la pálida muerte posee algo de ti aunque tú al
mismo tiempo estás viva.
Fue el
propio Cristo quien concedió a nuestra Zaragoza
el disfrute de este honor sin precedentes: ser la
casa consagrada de una mártir en vida.
Así
que, sagrada por tus seis tr�os de mártires de
blanco ropaje, rica por Optato y Luperco a un
tiempo, sigue tú cantando en tus salmos a ese
senado por ti alistado.
Proclama
a Suceso, canta a Marcial, sea objeto asimismo de
tus sinfonías la muerte de Urbano, que tus
cánticos hagan sonar el nombre de Julia así
como el de Quintiliano.
Que el
coro narre la historía de Publio y rememore qu�
grande fue el trofeo de Front�n, qué cosas
soport� el valiente Félix, cuáles el bravo
Ceciliano,
cuánta
sangre ti�æ, Evocio, tus luchas, cuánta las
tuyas, Primitivo, y que entonces perdurable
alabanza recuerde,
Apodemo, tus triunfos.
Queda
todavía por ensalzar el nombre de cuatro varones
a los que el metro se resiste: Saturninos cuenta
la antigua tradición que se les llamaba.
Perdón
pide para nuestros deslices esta tropa situada al
190 pie del altar eterno, protegida por esta
madre de próceres purpurados.
Venga,
lavemos nosotros con piadoso llanto los trazos
del mármol con que está cubierta mi esperanza
de desatar los lazos de mis grilletes.
Prost�mate
toda tú junto conmigo, noble ciudad, ante estos
santos sepulcros; Después, cuando vuelvan a
alzarse sus almas y cuerpos, toda tú marchar�.
en pos de ellos.
(1) Traducción de Luis Rivero García en Prudencio,
Obras II. Libro de las coronas (Liber
peristephanon): himno en honor de los dieciocho
santos mártires de Zaragoza. Ed. Gredos,
Madrid 1997, pp. 158-166.
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