Laudem
beátæ Eul�li�
Puro canémus péctore:
Quam Christus inter Mártyres
Casto sacr�vit sánguine.
Qu� cl�usa duris p�stibus,
Int�rque fortes cárdines;
Somni, cib�que néscia
Christum canébat p�rvigil.
Custos tremóndi lúminis
lux stup�bat in vínculis:
In C�rceris angústia
Mentis beátæ gáudia.
Judex fur�re t�rbidus,
Surgit cru�ntis f�ucibus,
Et �ncrepat noctis moram,
Sanctam dat�rus hóstiam.
Lent�que primo vérbere
Christi Pu�lla c�ditur;
Sed consecr�re p�rnegat
Lib�men aris ímpium.
Tunc in rec�so st�pite
Ductis in altum bráchiis,
latus Pu�ll� c�ditur,
Nud�que flammis �ritur.
Victor rec�dit spíritus,
Corpus relénquens p�llidum;
Quod lege mortis p�rditum
Redícat ad vitam Deus.
Jam jam quiéti psállite,
Patríque laudem dícite,
Christ�mque laud�mus pium,
Sim�lque Sanctum Spíritum.
H�c nos redímit Trínitas,
Cujus perúnnis glória
In s�cla nescit mori,
Vivens per omne sæculum.
Amen.
|
Himnos
a santa Eulalia
con limpio corazón hoy elevemos ;
pues Cristo entre los Mártires
la consagr� por sangre pura y casta.
Ella
en duras mazmorras recluida
y bajo fuertes muros aherrojada,
sin recordar reposo ni alimento,
a Cristo confesaba vigilante.
At�nita la luz y conmovida
estaba en los negros calabozos,
guardiana de trémulos reflejos,
mientras en la escasez del antro
ella gustaba el deleite de las almas venturosas.
El juez, de turbia rabia
enfurecido
y el rostro ensangrentado por la ira,
se levanta a increpar la lenta noche,
ansioso de inmolar la santa ofrenda.
La doncella de Cristo
prontamente
del látigo cimbreño los azotes recibe;
pero firme, en las aras se niega
a ofrecer oblaciones a los dioses paganos.
Entonces, amarrada a un horrible
maderos,
con los brazos alzados,
la dulce niña en sus costados tierno
nuevos azotes toma y entre llamas
arde desnuda como humana antorcha.
Victorioso su espíritu se eleva,
dejando el blanco lirio de su cuerpo,
y al que por ley de muerte yace muerto
Dios lo lleve a la vida de su gloria.
Apresurad ya el canto a su
reposo,
elevad a Dios Padre la alabanza,
a Cristo celebremos piadosos,
en unión del Espíritu Divino.
Y que esta Trinidad, cuya
perenne
gloria no sabe del ocaso ni la muerte
nos lleve redimidos para siempre
viviendo por los siglos de los siglos.
Amén.
|