Scripta sunt
Coelo duorum
Martyrum vocabula,
Aureis quae Christus illic
Adnotavit litteris:
Sanguinis notis eadem
Scripta terris tradidit. Pollet
hoc felix per orbem
Terra Ibera stemmate:
Hic locus dignus tenendis
Ossibus visus Deo,
Qui beatorum pudicus
Esset hospes corporum.
Hic calentes hauxit undas,
Caedit ictu duplici:
Inlitas cruore sancto
Nunc arenas incolae
Confrequentant obsecrantes
Voce, votis, munere,
Exter, hic nec non et urbis
Ut colonus advenit:
Fama nam terras in omneis
Praecucurrit proditrix,
Hic patronos esse mundi,
Quos precantes ambiunt.
Nemo puras hic rogando
Frustra congessit preces:
Laetus hinc tersis revertit
Supplicator fletibus:
Omne, quod justum poposcit,
Impetratum sentiens:
Tanta pro nostris periclis
Cura suffragantum est;
Non sinunt inane, ut ullus
Voce murmur fuderit;
Audiunt, statimque ad aurem
Regis aeterni ferunt.
Inde largo fonte abyssi
Dona terris influunt,
Supplicum causas petitis
Quae medelis inrigant:
Nil suis bonis negavit
Christus umquam testibus:
Isti sunt quos nec catena
Dura, nec mors terruit,
Unicum Deum fateri
Sanguinis dispendio;
Sanguinis sed tale damnum
Lux rependit longior:
Hoc genus mortis decorum
est:
Hoc probis dignum viris
Membra morbis excidenda
Texta venis languidis,
Hostico donare ferro,
Morte et hostem vincere:
Pulchra res! ictum sub ense
Persecutoris patitur:
Nobilis per vulnus amplum
Porta justis panditur;
Lota mens in fronte
Rubrosi decoris exilit.
Nec rudem crudi laboris
Ante vitam duxerant
Milites, quos ad perenne
Cingulum Christus vocat:
Sueta virtus bello ense
Armis militat sacratis,
Caesaris vexilla linquunt;
Signum Crucis eligunt:
Proque ventosis draconum,
Quos gerebant palliis,
Praeferunt insigne lignum,
Quod draconem subdidit.
Vile censent expeditis
Ferre dextris spiculum,
Machinis murum ferire,
Castra forte cingere,
Impias manus cruentis
Inquinare stragibus.
Forte tunc atrox, secundos
Israelis posteros,
Auctor aulae mundialis
Ire ad aram jusserat:
Idolis litare nigris,
Esse Christi refugas.
Liberam succincta ferro
Pestis urgebat fidem:
Illa virgas, et secures,
Et bissulcas ungulas
Ultro fortis expectabat
Christi amore interrita,
Carcer inligata duris
Colla baccis impetit,
Barbaras forum per omne
Tortor exercet manus,
Veritas crimen putatur,
Vox fidelis plectitur:
Tunc et ense caesa virtus
Triste percussit solum,
Et rogis ingesta moestis
Ore flammas sorbuit:
Dulce tunc justis cremari,
Dulce ferrum perpeti.
Aeterno gloriam regi
Votivis cum gaudiis
Laetius saeculum per omne
Ovando concinite;
Girum volventem, qui mundi
Usquequaque sustinet.
Amen.
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Escritos están en el cielo los
nombres de dos mártires, que Cristo allí anot�
con letras de oro, los mismos que entregó a la
tierra con marcas de sangre. Poderosa y feliz en el mundo la
tierra de Iberia por esta corona a Dios pareci�
este lugar digno de albergar sus huesos, haciendo
que fuera modesto anfitrión de sus cuerpos
bienaventurados.
Esta
tierra, empapada de doble asesinato, absorbi�
aquellas olas calientes y ahora sus lugareños
visitan las arenas impregnadas de su sangre
santa, implorando con rezos, con votos y
ofrendas.
Tambión
llega aquí el colono del mundo exterior, pues
por todas las tierras ha ido corriendo un rumor,
publicando que aquí se hallan patronos del orbe
a los que pueden acudir suplicantes.
Nadie
que aquí haya rogado ha acumulado en vano sus
preces sinceras, contento se vuelve de aquí el
suplicante, enjugadas sus lágrimas, al sentir
que ha conseguido todo aquello que con justicia
ha solicitado.
Tan
grande es el desvelo con que nos apoyan en
nuestros peligros: no permite que nadie exhale
sin efecto un soplo de su voz; escuchan y al
punto lo transmiten al oído del rey eterno.
Entonces
se derraman sobre las tierras desde la fuente
misma generosos dones que baían las dolencias de
los suplicantes con aquellos remedios que andaban
buscando; el Cristo bueno jamás negó nada a sus
testigos.
Testigos
a los que el miedo a las cadenas o a la dura
muerte no impidió reconocer al único Dios al
precio de su sangre, pero ese gasto de su sangre
se lo recompensa una luz más prolongada.
Es
éste un bello modo de muerte éste el digno de
honrados varones, ofrendar a la espada enemiga
esos miembros que han de consumir los achaques,
compuestos de l�nguidas venas, y vencer al
enemigo con la muerte.
Bella
cosa sufrir el azote del sable del perseguidor, a
través de esta ancha herida se abre a los justos
la noble puerta y el alma, lavada en la fuente
roja, se eleva desde su asiento en el corazón.
Y no
habían llevado antes una vida ajena al duro
trabajo estos soldados a los que Cristo llama a
eterna milicia: su valor, avezado a la guerra y
las armas, combate en favor de los altares.
Abandonan
los pendones del Cæsar, eligen el signo de la
cruz y en lugar de las enseñas de dragones
infladas por el viento que antes portaban
prefieren el ilustre leño que sojuzgó al
dragón.
Consideran
despreciable llevar dardos en sus diestras libres
de trabas, hostigar murallas con b�lica
maquinaria, ceñir cuarteles con trincheras,
ensuciar de cruentas masacres sus manos impías.
El
cruel mandatario que por aquel entonces gobernaba
la corte del mundo había a la sazón ordenado a
los segundos sucesores de Israel acudir a los
altares, hacer sacrificios a los negros ídolos,
ser desertores de Cristo.
Ceñido
de espada este azote acosaba la libertad de la
fe, pero aquílla, impert�rrita por su amor a
Cristo, salía brava al encuentro de varas,
segures y ahorquillados garfios.
La
cárcel embarga sus cuellos, enredándolos en los
duros botones de una cadena, el torturador aplica
sus manos salvajes en cada tribunal, la verdad es
tenida por crimen, se castiga la voz de la fe.
Entonces
la virtud, batida por la espada, golpeó el
triste suelo y, colocada sobre pesarosas piras,
absorbió con su boca las llamas; entonces para
los justos fue dulce ser quemados, dulce soportar
el hierro.
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