Hic duorum
chara fratrum
Concalescunt pectora;
Fida, quos per omne tempus
Junxerat sodalitas:
Stant parati ferre, quicquid
Sors tulisset ultima: Seu
foret praebenda cervix
Ad bipennem publicam:
Verberum post vim crepantum,
Post catastas igneas:
Sive pardis offerendum
Pectus, aut leonibus.
Nosne Christo procreati
Mammonae dicabimur?
Et Dei formam gerentes
Serviemus saeculo?
Absit, ut coelestis ignis
Se tenebris misceat:
Sit satis, quod capta primo
Vita sub chirographo,
Debitum persolvit omne
Functa rebus Caesaris:
Tempus est Deo rependi
Quicquid est proprium Dei.
Ite signorum magistri,
Et vos tribuni adsistite,
Aureos offerte torques
Sauciorum praemia:
Clara vox hic Angelorum
Vocat stipenda;
Christus illic candidatis
Praesidet cohortibus,
Et throno regnans ab alto,
Damnat infames deos:
Quaeque deridenda nobis
Monstra divos fingitis.
Haec loquentes obruuntur
Mille poenis Martyres:
Nexibus manus utrasque
Flexus involvit rigor:
Et calybs adtrita colla
Duriter ambit circulis
O vetustatis silentis
Obsoleta oblivio!
Invidentur ista nobis,
Fama et ipsa extinguitur,
Chartulas blasphemus olim
Nam satelles abstulit;
Ne tenacibus libellis
Erudita saecula
Ordinem, tempus, modumque
Passionis proditum,
Dulcibus linguis per aures
Posterorum spargerent:
Hoc tamen solum vetusta
Subtrahunt silentia,
Jugibus longum catenis
Ad capillum tracti,
Quo viros dolore tortor
Quave pompa ornaverit.
Illa laus occulta non est,
Nec senescit tempore:
Missa quod sursum per auras
Evolarunt munera,
Quae viam patere coeli
Praemicando ostenderent,
Illius fidem figurans
Nube fertur anulus:
Hic sui dat pignus oris
Ut ferunt, orarium;
Quae superno rapta flatu
Lucis intrant intimum.
Per poli liquentis axem
Fulgor auri absconditur;
Ac diu visum sequacem
Textilis candor fugit;
Subvehuntur usque in astra,
Nec videntur amplius:
Vidit hoc conventus adstans,
Ipse vidit carnifex,
Et manum repressit haerens,
Ac stupore obpalluit;
Sed tamen peregit ictum,
Ne periret gloria.
Jam ne credis, bruta quondam
Vasconum gentilitas,
Quam sacrum crudelis heroum
Immolarit sanguinem?
Credis in Deum relatum
Hostiarum spiritum?
Cerne quam palam feroces
Hic domantur daemones,
Qui lupino capta ritu
Deformant praecordia;
Strangulant mentes et ipsas,
Seque miscent sensibus.
Tunc suo jam plenus hoste,
Sistitur furens homo,
Spumans, efflans salivas,
Cruda torquens lumina;
Expiandus quaestione
Non suorum criminum.
Audiens haec tortor adest,
Ejulatu flebili:
Scinditur per flagra corpus,
Nec flagellum cernitur;
Crescit et suspensus ipse
Vinculis latentibus est.
His modis spurcum latronem
Martyrum virtus quatit,
Haec coercet, torquet, urit,
Haec catenas incutit
Praedo vexatus relictis
E medullis exilit:
Linquit inlaesam rapinam,
Faucibus siccis fugit,
Ungue ab imo usque ad capillum
Salva reddit omnia,
Confitens ardere sese,
Nec gehennae est incola.
Quid loquar, purgata longis
Alba morbis corpora?
Algidus cum decoloros
Horror artus concutit:
Hinc tumor vultum relinquit,
Hinc color verus redit.
Hoc bonum Salvator ipse,
Quo fruamur, praestitit,
Martyrum quod membra
Nostro consecravit oppido:
Sospitantque nunc Colonos
Quos Iberus alluit.
State nunc invictae matres
Pro receptis parvulis,
Conjugum salute laeta
Vox maritarum strepet:
Sit dies haec festa nobis,
Sit sacrata gaudiis.
Gloria Patri, Natoque,
Semper et Paraclito
Laus, potestas, atque virtus,
Gratiarum copiaque;
Deum cuncta fatentur
Saeculorum saecula.
Amen.
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(1) Los pechos queridos de los dos
hermanos, a los que leal camaradería había
unido durante toda su vida, se llenan de ardor.
Dispuestos se hallan a sufrir cualquier cosa que
la suerte última les traiga. Ya haya que exponer su cuello al
hacha pública después de haber sufrido la
violencia de los restallidos del látigo,
después de los estrados de fuego, ya haya que
ofrecer el pecho a los leopardos o los leones.
��Nosotros,
descendientes de Cristo, nos vamos a consagrar a
Mamm�n y, siendo portadores de la forma de Dios,
serviremos al siglo? «Lejos el que el fuego
celestial se mezcle con las tinieblas!.
Baste
que nuestra vida, atrapada bajo nuestro primer
juramento, haya pagado todas sus deudas y
cumplido con los asuntos del Cæsar; ahora es
tiempo de pagar a Dios lo que de Dios es propio.
Marchaos,
jefes de estandartes, y vosotros, tribunos,
alejaos; llevaos estos collares de oro, premio a
los heridos, nos llama ya lejos de aquí la
insigne milicia de los ángeles.
Cristo
preside allí cohortes vestidas de blanco y,
reinando desde su alto trono, condena a los
dioses infames y a vosotros, que os forj�is
deidades con monstruos ridículos.�
Tal
diciendo se cargan de mil castigos los mártires:
la retorcida rigidez de la soga envuelve ambas
manos con sus nudos y el acero rodea y rae sus
cuellos con pesadas roscas.
«Ay
descuidado olvido de un tiempo pasado que calla!
Se nos niegan esos detalles y se acalla la propia
tradición, pues un día un súbdito blasfemo
sustrajo los documentos.
Para
evitar que las generaciones, instruidas por la
evidencia de esos libros, con dulce lengua
esparcieran y divulgaran por los oídos de su
descendencia los detalles, momento y modo de este
martirio.
Sin
embargo, esto es lo único que esconden los
viejos silencios: si criaron largos cabellos bajo
continuas cadenas, cuáles fueron los dolores o
cuÉl el triunfo con que los enalteció el
torturador.
Pero
hay un mérito que no nos es oculto ni envejece
con el tiempo: que sus ofrendas, enviadas a lo
alto, levantaron el vuelo a través de los aires
para mostrar, al tiempo que su brillo se
adelantaba, que el camino del cielo está franco.
El
anillo de uno de ellos, representación de su fe,
es transportado por una nube; el otro, según
cuentan, da como prenda el pañuelo de su cara y
ambas cosas, arrebatadas por el soplo de las
alturas, penetran en las honduras de la luz.
Por la
bóveda del claro cielo se esconde el brillo del
oro y la blancura del tejido huye de las miradas
que lo siguen por largo trecho; son elevados
hasta los astros y ya no se les ve más.
Esto
lo vio la concurrencia, lo vio el propio verdugo
y detuvo su mano, quedóndose inmóvil, y
palideció de asornbro; mas, con todo, continuó
su golpe, para que la gloria de aquíllos no
muriera.
«Te
convences ahora, bruta gentilidad pret�rita de
los vascones de qué sagrada era la sangre que
inmol� vuestro cruel error? «Te convences de
que los espíritus de aquellas víctimas fueron
devueltos ante Dios?
Mira
qué a la vista son aquí domeñados los feroces
demonios que al modo de lobos atrapan y devoran
los corazones, estrangulan incluso las mentes y
se mezclan con los sentidos.
Entonces
el hombre, ya lleno de su propio enemigo, se
detiene enloquecido, resoplando espumarajos de
baba, volviendo sus ojos inyectados en sangre y
hay que purificarlo con un interrogatorio por
culpas que no son suyas.
Podr�as
oír quejumbrosos gemidos, aunque no hay allí
torturador; su cuerpo es desgarrado por los
azotes, aunque no se ve látigo alguno; crece él
colgado de ataduras invisibles.
De
este modo la virtud de los mártires golpea al
sucio ladrón ella lo refrena, lo tortura, lo
abrasa, ella lo pone en cadenas y, atormentado,
el bandido abandona los tuætanos y sale de
ellos.
Deja
su presa incólume, huye de ella con sus fauces
secas, desde la última uía hasta el cabello lo
devuelve todo a salvo, confesando su propio
incendio, pues es morador de la Gehena.
¿Qué
decir de la curación de cuerpos empalidecidos
por prolongadas enfermedades, cuando un helado
espanto sacude sus miembros sin color? aquí la
hinchazón abandona el rostro, allí torna el
color verdadero.
Esta
bendición nos la concedió el mismísimo
Salvador para nuestro disfrute, cuando consagr�
en nuestra ciudad los cuerpos de los mártires,
que ahora resguardan a los colonos de las vegas
que baña el Ebro.
«Alzaos
ahora, madres, entonad himnos por haber
recuperado a vuestros pequeños! «Resuene la voz
de las esposas, feliz por la salvación de sus
maridos!>«S�anos festiva esta fecha, sea
sagrado nuestro gozo!
(1) Traducción (excepto doxología final)
de Luis Rivero García en Prudencio, Obras
II. Libro de las coronas (Liber peristephanon):
himno en honor de los santos mártires Emeterio y
Celedonio de Calahorra; estrofas 18-final. Ed.
Gredos, Madrid 1997, pp. 124-129.
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