URbis
Rom�leæ jam toga cándida
Septem Pontíficum déstina præmicat,
Missos Hesp�riæ, quos ab Apóstolis
Ads�gnat fídei prisca relétio.
Hi sunt persp�cui lúminis
índices
Torquátus, T�siphons, atque Hesychius;
Hinc Indal�tius, sive Secúndus est,
Juncti Euphr�sio, C�cili�que sunt.
Hi evangélico l�mpade
pr�diti
Lustrant Occ�du� partis ar�.tia;
quæ sic cath�licis ígnibus árdeant,
Ut cedant f�cibus furna noc�ntia.
Accis conténu� próxima fit
Viris
Bis senis st�diis, quæ procul �nsident:
Mittunt �dseclas esc�la qu�rere,
Quo fessa d�pibus membra ref�cerent.
Illic discípuli Id�la
Géntium
Vanis insp�ciunt r�tibus �xcoli:
Quos dum sic ágere fl�tibus �mmorant,
Terrántur p�ti�s �usibus ímpiis.
Mox ins�na fremens turba
sat�llitum,
In his c�m fídei stígmata n�sceret,
Ad pontem fl�vii usque per �rdua
Incúrsu c�leri hos agit in fugam.
Sed pons præv�lido múrice
fórtior
In partes s�bit� pronus res�lvitur,
Justos ex mánibus hóstium �ruens,
Hostes flum�neo g�rgite s�bruens.
H�c prima fídei est via
pl�bium,
Inter quos múlier sancta Lup�ria
Sanctos adgr�diens cernit, et óbsecrat,
Sanctórum mónita péctore c�nlocans.
Tunc Christi fámula obséquio
parens
Sanctórum státuit c�ndere fábricam,
quæ Baptist�rii unda patísceret,
Et culpas ómnium grátia t�rgeret.
Ill�c Sancta Dei fémina
t�nguitur,
Et vitæ lav�cro tincta ren�scitur:
Plebs hic conténu� p�rvolat ad fidem,
Et fit cath�lico d�gmate múltiplex.
Post hæc Pontíficum chara
sod�litas
Partátur pr�perans septem in �rbibus,
Ut div�sa locis d�gmata f�nderent,
Et sparsis pópulos ígnibus �rerent.
Per hos Hesp�ri� fínibus
�ndita
Inl�xit fídei grátia pr�cocax:
In signis v�riis, atque poténtiæ
Virtútum, hómines crédere pr�vocant.
Ex hinc justítiæ fráctibus
�nclyti
Vitam mult�plici f�nore t�rminant,
Cons�pti t�mulis, �rbibus in suis:
Sic sparso c�nere, una corína est.
Hinc te turba potens
única
s�pti�s
Or�tu p�timus péctoris �bdita;
Ut vestris précibus, sidus in �theris
Port�mur s�cii c�vibus ángelis.
Sit trino Dómino glória
único,
Patri cum G�nito, atque Parálito;
Qui solus Dóminus Trinus et Unus est,
S�cl�rum v�lidæ sæcula c�ntinens.
Amen.
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REsplandece ya la brillante toga de la ciudad de
R�mulo, el cónclave de los siete obispos, que, según el antiguo
relato de la fe cristiana, habían sido enviados a Hesperia por
los apóstoles. Estos
son los propagadores de la brillante luz: Torcuato, Tesifornte,
Isicio, después está Indalecio y Segundo; se unieron a Eufrasio
y Cecilio.
Pertrechados
con la luz del evangelio recorren los áridos parajes de
occidente, para que ardan por el fuego de la fe, para que la
negrura de sus pecados ceda ante la luz.
Sin demora se
acercan a Acci, se detienen a doce estadios de ella y envían a
sus servidores a buscar alimentos para reponer sus cansados
miembros con la comida.
All� los
discípulos ven que los ídolos de los gentiles son adorados con
vanos ritos; cuando con lágrimas intentan detenerlos de obrar
así, más bien son aterrorizados por su impía osadía.
Enseguida la
turba de infieles llena de cólera y fuera de sí, cuando
reconoció en éos las señales de la fe, en r�pida carrera los
pone en fuga por lugares escarpados hasta el puente del río.
Mas el puente,
más fuerte que el fuerte múrice, de pronto se inclina y se parte
arrancando a los justos de las manos de sus enemigos y
precipitando a éos en el abismo del río.
�ste es el
primer camino de la muchedumbre hacia la fe; de entre ella
Luparia, santa mujer, se acerca a los santos, los mira y les
suplica, acogiendo en su corazón los consejos de los santos.
Entonces la
sierva de Cristo, obedeciendo a los santos, decidió levantar una
iglesia, de donde se derramara el agua del bautismo y por su
gracia limpiara los pecados de todos.
All� es
bautizada la santa mujer de Dios y renace bañada por el agua de
la vida; en seguida el pueblo corre a la fe y se multiplica en
la creencia católica.
Después de
esto el amado colegio de los obispos con premura se reparte en
siete ciudades para derramar la doctrina en sitios distintos y
esparcir su fuego, abrasando a los pueblos.
La gracia de
la fe dada por ellos a las tierras de Hesperia resplandeció muy
pronto, y el poder de los milagros manifestándose en distintas
señales invita a los hombres a creer.
Después ellos,
conocidos por los frutos de su santidad, acaban su vida con
acrecentado provecho; fueron enterrados en sus ciudades y así,
aun distribuidas sus cenizas, hay una sola corona.
Por esto,
cenáculo único siete veces poderoso, con la secreta oración de
nuestro corazón te pedimos que por vuestras súplicas seamos
llevados al cielo en compañía de los ángeles.
Sea la gloria
al Señor uno y trino, al Padre con el Hijo y el Parálito, que
es solo Señor uno y trino, sosteniendo con poder los siglos de
los siglos.
Amén.
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