2. PRESENTACIÓN. CANTOS DE LA MISA
MOZÁRABE.
Se recogen en este disco varias composiciones musicales que, entre
todas, integran una Misa completa. Son piezas vetustas, de diversas
procedencias, que mantienen entre sí el lazo común de su origen
mozárabe. Lo más claro y lo más limpio que hoy se puede obtener como
vestigio de una liturgia que, ya en una edad temprana, se hizo famosa en
el mundo. Debemos ver en ella uno de los estratos fundamentales, no solo
de su arte musical, sino también de la religiosidad de nuestros
antepasados, de sus formas tradicionales de piedad y devoción.
En este sentido, hemos querido comunicar a estos cantos ese valor
total de la liturgia que, más allá de lo que puramente es música, pueden
hablar de lo que fue la vida religiosa de un pueblo, en aquello que
mejor expresa su intimidad y su hondura, que es el acento de su
plegaria.
En lo que queda de la liturgia mozárabe podemos descubrir una de las
más preciosas reliquias de la vitalidad que desbordaba en la primitiva
Iglesia española. Es el sello de lo hispánico que, ya en nuestros
or�genes cristianos, aparece dando vida o los formas litúrgicas de la
Iglesia universal. En su primer esquema, la liturgia mozárabe es la
liturgia de los primeros cristianos, tal como fue importada desde Roma.
Pero muy pronto se acusarán en ella sus rasgos característicos de
riqueza de expresión, profundidad de doctrina y lo exuberancia de sus
ritos y oraciones. El sello de la religiosidad española, que mantendr�
estas notas a lo largo de los siglos, se acusa fuertemente en nuestro
liturgia durante la época visigoda. Sobre su riqueza teológica y sobre
su fuerza expresiva, gravita la preclara influencia de los Padres
toledanos y sevillanos, de San Ildefonso, San Eugenio y San Julión de
Toledo; de San Leandro y San Isidoro de Sevilla; de San Quirico de
Barcelona.
El entusiasmo popular de las iglesias reción llegadas del arrianismo
y la dirección canénica y espiritual de los Concilios de Toledo,
contribuyeron a que la Iglesia visigótica adquiriese enorme
personalidad, de la que fue expresión religiosa y art�stica la liturgia
que llamamos mozárabe; que no ha de entenderse como algo cerrado y
exclusivista, porque estaba abierta a la influencia de todas las demás
liturgias que por entonces vivían en el ámbito cristiano. Sobre todo se
acusa el rostro de la galicana, de la ambrosiana, de la africano, y aún
de la bizantina que penetr� por el contacto directo que suponía la
ocupación por Bizancio de parte de los costas orientales de la
península.
Valores nuevos se le incorporan a la caída del Imperio Visigodo. Esta
liturgia perdura en las zonas arabizadas de España, convive en cierto
modo con la poderosa cultura califal, se hace expresión de un mundo de
infinitos matices, cuya trama histórica ser� muy difícil desentrañar.
Ese mundo es la simbiosis de lo hispano árabe, cuyo centro vital es la
propia Córdoba del califato, ciudad árabe en sus formas, pero en la que
perdura la vida de los monasterios cristianos con el ejemplo heroico de
sus mártires, San Eulogio, Santa Calumba, Santa Flora, San Pelayo...
Así se forma la liturgia mozárabe, que hasta fines del siglo XI tiene
su vida oficial en todos los territorios de la actual España. Allí,
hacia el año 1080, hubo de ceder el paso a la liturgia romana, que se
impuso en nuestras Iglesias por decisión de Roma, con el apoyo de los
reyes, y no sin que mediasen muchos forcejeos y resistencias por parte
del pueblo y del clero, apegados a las formas antiguas de su oración. Y
desde entonces, la liturgia mozárabe o hispano-visigoda deja de ser una
liturgia auténtica viva. No es rezada por el pueblo. Cesa la tradición
oral de sus cantos. Se corta su normal evolución musical. Queda como
fosilizado en el siglo XI , con el grave inconveniente que supone para
su perduración el hecho de que en aquella época no se había llegado aún
a las formas actuales de la notación musical. Una gran riqueza de cantos
y melodías que en su mayor parte, hoy, por falta. de clave, no podemos
descifrar.
En Toledo, no obstante, continu� por especialísima concesión, un
pequeño brote de la vieja liturgia, con momentos de verdadera
postración, que parece llegan a un total aniquilamiento. El Cardenal
Cisneros, en su afán por restaurar España, la sacó del olvido. Fund�
allá mismo la capilla mozárabe que hoy subsiste. Mandó publicar un Misal
y un Breviario mozárabes, y en su época se transcribieron los varios
cantos de esta liturgia que hoy se conservan en Toledo. Un importante
depósito musical, pero que hubo de quedar muy afectado por las
influencias gregorianas de la época. Algunos códices litúrgicos se
conservaron también en Silos, en León y en San Millán de la Cogolla.
En definitiva; hoy contamos, ante todo, con veintiuna auténticas
melodías mozárabes, encontradas en un manuscrito de San Millán, y además
las contenidas en los citados cantorales. De estas últimas no tenemos la
debida garantía de su pureza. Cortada la tradición oral de las antiguas
melopeas, fueron transcritas en mal momento. No se hacía gala de una
fidelidad excesiva ni del respeto debido a los viejos textos. Se
saltaban con excesiva agilidad las dificultades inherentes a la obra de
restitución correcta, aunque su labor era por demás difícil. Debían
presentar con notación diastemática, indicadora de los intervalos
precisos, toda aquella enmarañada escritura, que no apuntaba sino
simples notas, y que las agrupaba bien fuese por exigencias de la
duración de los sonidos, o por la expresión, por el ritmo o la
modalidad.
De los mencionados cantorales y manuscritos est�n tomadas las piezas
registradas en este disco. Con objeto de dar cierta unidad de conjunto a
la grabación, tan sólo hemos seleccionado melodías que pertenecen al
ordinario de la Misa y van cantadas por el coro. Todas ellas son de
indudable interés musical, aun cuando por las razones indicadas al
esbozar la historia de los códices, no se puede garantizar la
autenticidad y pureza rigurosamente mozárabe de todos sus detalles. En
su reconstrucción hemos admitido las normas ya cl�sicas de la
paleografía musical, siempre con las dificultades inherentes a la
indudable escasez documental. Como base de este trabajo, hemos empleado
los de los Padres Casiano Rojo y Germ�n Prado, muchos de ellos editados,
y también algunos inéditos que se encuentran en el archivo de Silos.
En nuestra interpretación, seguimos las conocidas normas de la
escuela de Solesmes. Hoy es absolutamente imposible decir con exactitud
si es o no genuina una interpretación del canto mozárabe. Perdida la
tradición oral y deformadas muchas de sus melodías en las
transcripciones de los siglos XVI y XVII, no queda, en realidad, otro
recurso que aplicar a estos textos, en aquellos problemas que por sí
mismos no se resuelvan, los criterios que se emplean en la
interpretación del más antiguo gregoriano, con el que, sin duda, estuvo
emparentado el mozárabe en aquella gran comunidad de ideales de vida y
formas art�sticas que se fraguó en la edad media.
Y, por último, siempre que salgamos al campo de las grabaciones
musicales recordemos que un coro de monjes no es un coro de
profesionales de la música. Los monjes acuden al coro para rezar y
cantar las divinas alabanzas. Así lo hemos hecho también nosotros con
esta Misa mozárabe. Por razones históricas y espirituales hemos puesto
en la ejecución de estos cantos nuestro más emocionado sentimiento. Al
grabar estas melodías junto a la maravilla del claustro románico de la
Abadía de Silos, recordébamos a los monjes que allá, en los or�genes, de
este monasterio, cantaban en mozárabe las alabanzas al Señor. Sentíamos
esa continuidad de la vida de oración que es la liturgia, hecha realidad
en los viejos cantos de esta Misa.
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