La Ermita. Rito hispano-mozárabe

 

ARTÍCULOS HISPANO-MOZÁRABES

 

 

EL AMBÓN EN LA MISA HISPANO-MOZÁRABE

ADOLFO IVORRA ROBLA

X CONGRESO EUCARÍSTICO NACIONAL, TOLEDO 2010
28 mayo 2010, 2ª mesa redonda: «EL RITO HISPANO-MOZÁRABE�

http://www.congresoeucaristico2010.es/comunicados.htm Enlace a la página del X Congreso Eucarítico Nacional

 


La renovación del actual misal hispanomozárabe tuvo la ventaja y el inconveniente de llover sobre mojado. Me refiero a que dicha renovación daba por sentadas algunas cuestiones que se establecieron en la reforma de los ritos romano y ambrosiano. Y una de ellas es el ambón. Los prenotandos del misal no mencionan el ambón. Tampoco mencionan al lector. Sin embargo, el Ordinario de la Misa sí lo hace, pero sólo una vez: «El diácono se dirige al ambón, acompañado por los ministros con cirios encendidos e incensario, si se usa, y, todos de pie, dice: El Señor esté siempre con vosotros» (Ordo Missae, n. 12). La pregunta que surge es ¿dónde se han leído las demás lecturas que no son el evangelio? Pues eso, que las rúbricas del misal no explicitan lo que se da por supuesto. Los números 8 y 11 mencionan al lector, pero en el número 10 se dice que pueden leerse las pasiones de los mártires del Pasionario y a continuación el cántico de Daniel, también llamado Bendiciones. ¿Quién lee estos textos? Pues el lector, aunque no se menciona de forma explícita. En otras palabras, el misal no explicita demasiado el espacio litúrgico fundamental para la celebración de la eucaristía. Del mismo modo que nada dice sobre el lugar de la cátedra o de la sede, ni sobre la orientación del celebrante principal, etc., tampoco especifica, por ejemplo, el lugar del ambón.

Estos supuestos olvidos en la descripción ceremonial tienen una explicación: los prenotandos, en su número 162, presuponen el conocimiento de estas cuestiones fundamentales en los ministros: «El celebrante principal, los ministros, el encargado de dirigir la celebración y también los concelebrantes, si la misa es concelebrada, se prepararán debidamente. Su preparación no quedará limitada al aspecto ceremonial, sino que comportará además una información históricocultural sobre la liturgia hispánica en general y la Misa hispanomozárabe en concreto». Pero la cuestión del ambón en la historia del rito hispano puede ser un poco ardua. En el rito romano, el ambón supuso la restauración de un polo celebrativo que en algunas regiones, especialmente antes del Concilio Vaticano II, era de alguna forma “emulado” por medio de dos atriles de cara al pueblo: en uno se leía la epístola y en el otro el evangelio. Aún, a día de hoy, la mayoría de los ambones no son más que atriles. Pero en todos los ritos, orientales y occidentales, el ambón era un verdadero espacio celebrativo, con varios espacios dentro de él.

Siguiendo las enseñanzas de varios Padres de la Iglesia, los documentos de reforma del rito romano vuelven a presentar la doctrina de las dos mesas, la de la palabra de Dios y la del Cuerpo de Cristo. Esto no es sólo un recurso literario. En las liturgias sirias lo que hoy conocemos como ambón era denominado como altar: «El altar en el bema es constante en la tradición sirooriental. Encima de él se ponían, durante la celebración, el Evangeliario y la cruz» 1. Pongo este ejemplo a colación porque entre las liturgias sirias y la liturgia hispana hubo semejanzas dignas de ser tenidas en cuenta. Con respecto al ambón –que entre los sirios recibe el nombre de bema–, quizás la diferencia más importante es que en el caso sirio se encuentra en medio de la iglesia, mientras que en el hispano se encuentra en las proximidades del santuario o presbiterio. También en que en las liturgias sirias se trata de un espacio litúrgico amplio, con asientos para obispo y presbíteros, etc. En el caso hispano, se trata de un mueble de madera de cierta altura, que es posible que en un principio tuviera, como en el caso de los ritos vecinos, varios estamentos o niveles. Así en la época de Isidoro de Sevilla se habla de tres espacios, púlpito, tribunal y analogio. El primero sería el lugar dentro del ambón para la lectura veterorestamentaria y el canto del psallendum. El tribunal podría ser el lugar de la lectura del evangelio, mientras que el analogio parece ser el lugar de la predicación 2. En el s. IX, en la Galia ya romanizada, Amalario de Metz menciona el púlpito y el tribunal, con los sentidos anteriormente expuestos. Sin embargo, todo parece indicar que en el rito hispano se va designando al ambón con los tres nombres de púlpito, tribunal y analogio. Un mismo espacio con tres nombres distintos.

Isidro Gonzalo Bango resumía en 1996 las funciones y ceremonias que se tenían en el ambón 3. Teniendo en cuenta su estudio, presentamos ahora las diversas acepciones que tenía este polo celebrativo en el primer milenio. Como púlpito, el II Concilio de Braga prohíbe que un no lector suba a él, mientras que el I Concilio prohíbe que los lectores ejerzan su ministerio vestidos de seglar (c. 11); el IV Concilio de Toledo prescribe que el canto de los tres niños se realice desde el púlpito; en el Ordo descrito por Férotin en su edición del Liber Ordinum sobre el viernes santo, menciona que la cruz queda en el altar mientras que el clero entona en el púlpito el Popule meus, mientras que en el oficio cuaresmal oficium de mediante die festo el evangeliario y la cruz están en el púlpito. Este dato concuerda con la práctica sirooriental de colocar en el altar del bema el evangeliario y la cruz, como hemos dicho antes. Aunque sin altar, el púlpito hispano tiene las características del bema sirio. También en el rito ad crismandos infantes del Antifonario de León se prescribe la presencia del evangeliario y la cruz cuando el obispo y los diáconos suben al púlpito. La presencia del obispo en el púlpito, ciertamente extraña en el rito romano actual, se daba en el rito hispano en la Semana Mayor. Así, el último testimonio del ambón como púlpito menciona al obispo que junto con los diáconos está presente en el Ordo psallendi in ramos palmarium. Esta práctica de que el obispo lea el evangelio la encontramos prescrita en el misal actual. En el Ordinario de la Misa actual encontramos una rúbrica que dice: «En la Vigilia Pascual la proclamación del Evangelio la hace el Obispo o bien el sacerdote que presida la celebración». La delegación habitual en el diácono no quiere decir que la proclamación del evangelio sea ajena al ministerio del obispo. Al contrario, expresa de forma elocuente –precisamente por su escasa frecuencia en la liturgia– el munus docendi episcopal. También en los ritos orientales actuales encontramos que el obispo lee el evangelio en algunas ocasiones.

Con respecto al ambón como tribunal, tres diáconos realizan un exorcismo desde él en el Ordo psallendi in ramos palmarium que hemos mencionado. También los diáconos realizan lecturas del Antiguo Testamento en el tribunal el jueves santo. La conclusión de Isidro Gonzalo Bango es que «Si en la época isidoriana se tenía muy claro la función de ambos [púlpito y tribunal], e incluso existía un tercer elemento analogium, en los textos del siglo X parece que se habían reducido a uno sólo, desde el que se celebraban todas las ceremonias [...] El analogium, como nos demuestran las ilustraciones miniadas de los manuscritos era ya tan sólo un mueble. Su capacidad debía ser grande, pues a ambos debían subir el obispo acompañado de varios diáconos y presbíteros y tener allí una cierta libertad de movimientos» 4. Esta conclusión sobre la evolución del ambón en el rito hispano nos lleva a considerar nuevamente el bema sirio, que tenía dentro de sí asientos para los presbíteros y diáconos.

Al llegar a ser un mueble de madera, es difícil saber su localización exacta en la iglesia de rito hispano en el primer milenio. En las iglesias sirias se encontraba en medio de la nave. En 1995, Juan Miguel Ferrer proponía una ubicación del ambón en frente del santuario, que a mi parecer reflejaría la localización del ambón hispano en el s. X: «Delante de la asamblea, como encabezándola, ocuparán un lugar los ministros menores: coro, lectores, acólitos e incluso diáconos; tal espacio delantero recibirá el nombre de púlpito y estará enmarcado de algún modo [...] Tal denominación de púlpito propiamente dicho, que es el lugar donde se coloca el lector o el salmista con el fin de que, durante la lectura pública, pueda ser visto por el pueblo [...] De cara a una celebración en una iglesia de Rito Romano yo recomendaría situar a tales ministros en la zona inicial de la nave, cerca o pegando a las gradas de acceso al presbiterio» 5. Desde esta perspectiva, el ambón, situado al comienzo del santuario, representaría el centro de este coro de ministros inferiores.

Aunque esta disposición represente mejor la mozárabe, no hay que olvidar el sentido espiritual del bema sirio, origen a nuestro parecer del primitivo ambón hispano 6. El bema sirio, situado en medio de la nave, hacía necesaria la procesión de ministros desde el santuario hacia él y viceversa. Este ceremonial fue interpretado espiritualmente por los comentaristas sirios. Lo que a nosotros hoy nos puede servir para una teología del ambón hispano es la consideración general del ambón y del santuario: «el rasgo característico de las liturgias sirias, y particularmente de la sirooriental, es el binomio bemaaltar, la celebración de la liturgia de la Palabra centrada toda sobre el bema, y la liturgia eucarística celebrada en el altar, en el santuario. Y, dado que el santuario es imagen del cielo y el bema, en el centro del templo, que es la Tierra, representa a Jerusalén, la asamblea puede vivir de una manera casi gráfica el misterio de la salvación que se hace presente en la celebración litúrgica» 7.

Otra imagen de la visión siria del ambón tiene un sentido especial para la liturgia hispana. Se trata de la consideración del ambón como imagen de Jerusalén. Nos dice Janeras: «Como en toda la tradición oriental en general, en la tradición siria el santuario es imagen del cielo; y la nave de la iglesia representa la Tierra. Y por el hecho de encontrarse en el centro de la iglesia, es decir, en el centro del mundo, el bema es visto como imagen de Jerusalén, que a su vez es considerada por la tradición cristiana como centro del mundo» 8. En ocasiones la Liturgia de la palabra hispana se estructura de tal manera que parece que la asamblea cristiana es la Jerusalén que recibe la predicación profética y apostólica. La asamblea eclesiástica encarna en sí misma la historia de la salvación, y en ocasiones asume el lugar de Israel, con sus luces y sus sombras.

Existen también otros aspectos a tener en cuenta. Hemos mencionado un canon del I Concilio de Braga sobre el traje del lector, que no deberá acceder al ambón vestido de seglar, y otro del II Concilio de Braga, que prohíbe la entrada al ambón a quien no sea lector. Estos cánones vienen a expresar la importancia de ese coro de ministros, entre los que se encuentran los lectores. Ellos conforman un ordo en la Iglesia, no se trata de una función auxiliar sin importancia. Ellos forman parte de los ministros del altar como los acólitos y/o subdiáconos, etc. La desclericalización de las órdenes menores en el rito romano moderno ha tenido como contrapartida un menosprecio por estos oficios litúrgicos, especialmente por el lectorado. La antigua legislación del rito hispano nos invita a no caer en los errores de otros ritos y de dar al lector la importancia que se merece. Esto también afecta a la selección de aquellos que conformarán este grupo u ordo.

En la liturgia siria oriental, la importancia del evangelio hizo que los diáconos dejaran de leerlo para leer las lecturas apostólicas. Esta “exageración” ministerial nos habla también de la importancia del ministro que lee o canta el evangelio, pero también de un libro olvidado en la renovación actual de la misa hispana: el Evangeliario. La edición del Liber commicus –que se corresponde al Leccionario en el rito romano– es necesaria para la lectura de las perícopas propias de cada día, pero estando presente un diácono parece lógico que se disponga de un evangeliario. En otras palabras, es necesaria la edición de un evangeliario para aquellas celebraciones extraordinarias en las que normalmente encontramos la participación de diáconos, al igual que en las misas episcopales, tanto extraordinarias como ordinarias. Félix Arocena recoge una anécdota histórica del evangeliario que nos hace ver su importancia para nuestro rito: «El honor al libro de los evangelios y la conservación de sus riquísimas encuadernaciones exigían un estuche adecuado. Childeberto, en el botín de Barcelona del 531, se llevó veinte estuches de oro puro, adornados con piedras preciosas, para contener los santos evangelios» 9.

Hemos aludido al Liber commicus. Al hablar del evangeliario y de éste libro, pensamos que los textos bíblicos que contienen deben estar disponibles en lengua vernácula. En nuestros tiempos, incluso para la celebración del llamado rito romano “extraordinario”, se está recomendando la lectura de la Sagrada Escritura en lengua vernácula. En Cuaresma, donde en nuestro rito las lecturas son más largas y abundantes, la lectura en lengua vernácula se hace especialmente necesaria. No digamos en la Semana Mayor, sobre todo cuando se lee la Pasión por medio de centones de citas de los cuatro evangelios.

En cuanto a la gestualidad, el Código Emilianense IV atestigua la costumbre de proclamar el evangelio con las palmas de las manos juntas, dándole un sentido alegórico: la unión de los dos Testamentos 10 . Tal y como no lo incluyen las rúbricas del misal, no se signan los ministros ni el pueblo, aunque conviene recordar que las rúbricas de Salamanca (cf. Rúbricas Generales de la Missa Gothica Muzárabe y el Omnium Offerentium, Salamanca, 1772, p. iv, xlvi) sí dicen en varias ocasiones que se signaba el libro y se besaba.

En alguna ocasión he podido ver a un diácono pedir la bendición para proclamar el evangelio. Esto es una práctica del rito romano. En el rito ambrosiano, incluso los lectores piden la bendición para leer las lecturas.

Las rúbricas del Ordinario de la Misa de nuestro misal no lo contemplan. Éstas dicen (n. 12): «El diácono se dirige al ambón, acompañado por los ministros con cirios encendidos e incensario, si se usa, y, todos de pie, dice: El Señor esté siempre con vosotros. Todos responden: Y con tu espíritu. El diácono inciensa el libro y proclama el Evangelio». La rúbrica menciona el uso del incienso. La forma de incensar no se especifica, aunque hay un cierto consenso entre los que celebran habitualmente en rito hispano en poner en práctica formas orientales. Esto no obedece a un intento de bizantinizar o volver oriental el rito. En otros aspectos como en los ornamentos litúrgicos, los colores, la misma disposición del ambón que hemos visto, se detectan con facilidad paralelismos con los ritos orientales. Es de suponer, por lo tanto, que el ceremonial de la incensación del altar y del evangeliario fuera semejante a la de estos ritos orientales.

Es de desear que el ambón como polo litúrgico diferenciado y con entidad propia vuelva a estar presente en nuestra liturgia hispana, venciendo la tentación de una solución fácil, leyendo las lecturas sobre atriles más o menos adornados. Nuestro rito hispanomozárabe tiene demasiados elementos que lo hacen único, desemejante del rito romano. Mucho más que las “modas” simplistas que asolan a este rito. Emparentado con las antiguas tradiciones africana y galicana, y con la historia inicial de tradiciones litúrgicas como la siria, los elementos esenciales para la celebración eucarística en rito hispano deben tener también una impronta propia.


NOTAS

1. S. JANERAS, Liturgia y arquitectura en las antiguas iglesias de rito siríaco, en Phase 293 (2010) 410.
2. En ámbito galicano, tribunal es igual a analogium: esto se desprende de los textos del Pseudo-Germán de París y de Gregorio de Tours: cf. M. SMYTH, «Ante altaria». Les rites antiques de la messe dominicale en Gaule, en Espagne et en Italie du Nord, Paris, 2007, 59s.
3. Cf. I. G. B
ANGO TORVISO, La vieja liturgia hispana y la interpretación funcional del templo prerrománico, en J. I. DE LA IGLESIA DUARTE (coord.), VII Semana de Estudios Medievales, Nájera, 1997, 61-120.
4. I. G. B
ANGO TORVISO, o. c., 101.
5. Curso de liturgia hispanomozárabe, Toledo, 1995, 200s.
6.  Para el sentido espiritual del ambón romano: cf. F. M. AROCENA, La celebración de la palabra. Teología y pastoral, Barcelona, 2005, 136-138.
7. S. J
ANERAS, o. c., 428.
8.S. J
ANERAS, o. c.., 411s.
9. F. M. A
ROCENA, o. c.., 135s.
10. Cf. M. F
ÉROTIN, Le liber mozarabicus sacramentorum et les manuscrits mozarabes, Paris, 1912, 904.

 

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